Identidad prestada

Capítulo 4 Lidiando con un corazón roto

Con el corazón palpitando a mil, me inclino y recojo mi cartera del piso. ¿Qué fue eso? Y no me refiero a lo que sucedió con el auto, sino a lo que sentí con la mirada de aquel hombre.

―¿Estás bien?

Abandono mis pensamientos y miro a Jorge a través del retrovisor.

―Sí, solo fue el susto.

Respondo, con la voz entrecortada.

―¡Qué tipo de lunáticos transita por las calles!

Después de aquel comentario, ambos nos mantenemos en silencio durante el resto del recorrido. Admiro los hermosos paisajes del destino que escogí como mi nuevo lugar de residencia. Cruzar el famoso puente de Brooklyn y, observar el skyline de Manhattan con sus imponentes rascacielos, me pone en perspectiva de lo que será mi vida a partir de ahora. Diez minutos después, ingresamos a un hermoso barrio con casas de piedra rojiza con fachadas ornamentales y amplios jardines delanteros repletos de vegetación.

―Bienvenida a Carroll Gardens.

Suspiro profundo.

―Gracias.

Pocos minutos después, nos detenemos frente a una preciosa casa de dos pisos, con barandas blancas y paredes azules. Me inclino, apoyo las manos en el vidrio de la ventana y, observo, con curiosidad, a través del cristal.

―Todo lo que teníamos lo invertimos en este lugar ―giro la cara y lo veo bajar del auto. Cierra su puerta y abre la mía para que baje―. Acompáñame, Evangelina. ―va hasta la maletera y saca mi equipaje―. Quiero presentarte a mi esposa.

Aferro mis dedos en el cordón de la cartera. Me siento nerviosa y ansiosa en una ciudad que ni siquiera conozco, con gente de la que no sé absolutamente nada. Subo los dos escalones que conducen al precioso porche en el que hay una sala de estar con un acogedor mueble en color azul turquesa y cojines amarillos. Al otro extremo, un columpio clásico de madera en color blanco.

―Es encantador.

Susurro, en voz baja. Jorge me mira por encima de su hombro y sonríe orgulloso. Abre la puerta principal y me invita a entrar. Una hermosa morena, de piel bronceada y cabello negro rizado, nos recibe con una sonrisa deslumbrante.

―Cariño, llegas temprano.

Se seca las manos en el delantal y se acerca a nosotros.

―Cambio imprevisto de planes ―se acerca a la chica y la besa en los labios. Aquel gesto estruja mi corazón. Los recuerdos se precipitan dentro de mi mente, causándome un dolor lacerante, pero los hago desaparecer de inmediato―. Dejé a Fernando en el aeropuerto, pero cuando estaba a punto de regresar, me encontré a Evangelina ―se da la vuelta para mirarme―. Evangelina, ella es mi esposa Amanda.

La morena se acerca y me tiende la mano.

―Es un placer conocerte, Evangelina.

Por un instante me quedo estática, pero en cuanto logro recuperarme, le ofrezco la mía.

―El gusto es mío, Amanda.

Jorge se acerca y pasa un brazo por encima del hombro de su mujer.

―Cariño, Evangelina es nueva en la ciudad, vino a disfrutar de unas vacaciones ―me guiña un ojo y sonríe con complicidad en cuanto lo dice―. Estaba buscando un lugar en donde alojarse, así que la invité a quedarse en nuestra casa. Recordé que teníamos una habitación disponible. ¿Cierto?

Mi estómago se sacude con nerviosismo. Mi futuro depende de su respuesta.

―Bienvenida, Evangelina. ¿Qué te parece si, mientras mi marido lleva tus pertenencias a la habitación, vamos al mostrador y procesamos tu registro?

Suelto el aire que, sin darme cuenta, estaba reteniendo en mis pulmones. Esas sencillas palabras marcan el inicio de mi nueva vida. No sé lo que el destino me tenga preparado, pero ruego que sea algo mejor. Para mí nada ha sido fácil. He tenido que luchar con las uñas para arañarle a la vida un poco de felicidad. Sin embargo, se ha empeñado en arrancármela de las manos cuando más segura y confiada me sentía. La felicidad es efímera, es una lección que aprendí al pie de la letra. Cuando entregas el corazón, te conviertes en una víctima de los depredadores de sentimientos. Se aprovechan de ti, te seducen con palabras bonitas, con besos y caricias que nublan tu razonamiento. Y, cuando más vulnerable te encuentras, lanzan el zarpazo para desgarrarte el corazón. No hay nada más cruel y doloroso que la muerte de tus esperanzas, sueños e ilusiones. Tener que lidiar con un corazón roto.

―Olvidé pagarle a tu esposo.

Niega con la cabeza.

―No te preocupes. Puedes pagarlo junto con la renta.

Rodea el mostrador y se ubica detrás. Coloco la cartera sobre la tabla, la abro y saco mi monedero. Meto la mano en el interior y, palpo, con tristeza, las dos únicas tarjetas que me acompañan y el poco efectivo que tengo para resolver mis problemas hasta que pueda encontrar un trabajo y generar ingresos. Una, es mi tarjeta de débito. Una cuenta en la que estuve depositando mi sueldo hasta el día en que Marcos me pidió que dejara de trabajar. La otra es mi tarjeta de crédito para casos de emergencia. Y, el resto, ciento cincuenta dólares en efectivo y una maleta llena de sueños e ilusiones rotos. Era una mujer fiel a mi trabajo, amaba lo que hacía, pero tal fue su insistencia, que terminó convenciéndome. Estaba tan ciegamente enamorada de él, que no dudé ni un solo instante para complacerlo. Vivía y respiraba para él. Sí, no puedo quejarme, fui inmensamente feliz, pero el costo a pagar fue demasiado alto. Empeñé mi vida a cambio de nada.




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