Identidad prestada

Capítulo 7 Búsqueda implacable

Después de pasar el día entero con mis hijos, los acomodo en sus cunitas y regreso a mi habitación. Tengo una tarea pendiente, un objetivo al que no pienso renunciar. Entro como un vendaval a mi dormitorio, me dirijo a la mesa y me siento frente a mi computadora personal. Los dedos me pican y la emoción bordea mis instintos más voraces. Un cazador en busca de su presa. Ingreso al buscador e inicio mi trabajo. Recurro a mis recuerdos, a lo poco que capté de ese auto en particular. Sé que era azul, así que uso ese dato para mi primera exploración. Al abrir la búsqueda por imágenes, me topo con la primera piedra en mi camino. El resultado arroja un centenar de ellos. ¡Qué carajo! Pensé que esto sería algo fácil y sencillo. Mi ánimo se va a pique; sin embargo, no dejo que la frustración me gane la batalla.

Centro mi atención en cada una de las imágenes desplegadas en la pantalla y voy descartando aquellas que no me sirven. Reviso la página de arriba abajo, mis ojos moviéndose con la misma presteza que la de un halcón. Mi cabeza comienza a doler después de treinta minutos de una búsqueda infructuosa. ¡Carajos! Mi humor va del gris al negro. Estuve tan concentrado en ella, que en aquel momento no me percaté de lo más importante. Los detalles. De lo contrario, la historia sería diferente. Me pongo de pie e inhalo profundo. Necesito un trago, o la desesperación hará de las suyas. En unas cuantas zancadas me acerco al bar y me sirvo un trago de mi bebida favorita. Justo un segundo antes de que el vaso toque mis labios, se oye un par de golpes en la puerta. Entrecierro mis ojos. ¿Quién viene a esta hora de la noche?

―Adelante ―cuando se abre la puerta y aparece el visitante nocturno, ruedo los ojos―. Kevin.

Eleva su ceja derecha con actitud divertida y sonríe con arrogancia.

―¡Vaya! Cualquiera diría que no soy bienvenido.

Cambio mi actitud con él. No es justo que pague mi frustración con otros.

―Lo siento, hermano. No estoy en mis mejores días.

Una sonrisa tira de las esquinas de su boca. Eleva su mano y me apunta con su dedo índice.

―Y es esa la razón precisa por la que estoy aquí.

Lo miro con suspicacia.

―Conozco esa expresión ―niego con la cabeza―. No me voy a dejar arrastrar por una de tus aventuras disparatadas.

Da un chasquido con su lengua.

―Y fue gracias a una de “esas aventuras disparatadas” ―hace comillas con sus dedos―, que conociste a tu esposa ―su expresión cambia cuando se percata de lo que acaba de decir―. Lo siento, mal momento para traer viejos recuerdos a colación ―suspira con pesar―. A veces mi cerebro tarda en coordinarse con mi lengua.

Niego con la cabeza.

―No hay nada de que disculparse, Kevin ―me bebo todo el contenido del vaso de un solo trago―. Porque fue gracias a ello que tengo a mis dos hijos ―me doy la vuelta para recargar mi vaso y servir otro para él―. Así que te debo mi agradecimiento eterno por el favor.

Me acerco y le ofrezco el vaso.

―Por cierto, ¿cómo va la búsqueda? ¿Has sabido algo de ella?

Asiento en respuesta.

―Hoy la vi.

Abre sus ojos como platos.

―¿En serio? ¿Está aquí?

Bufo con resignación y procedo a contarle toda la historia.

―Estuve a nada de atraparla.

Suelta un silbido después de escuchar los pormenores de mi arriesgada persecución.

―¡Vaya, hombre! Si no fuera porque tú mismo me los estás contando, me habría negado a creerlo.

Sonrío con ironía.

―Es que ni yo mismo me lo creo.

Bebo un sorbo de mi vaso.

―¿Y qué piensas hacer al respecto?

Lo miro con determinación.

―Encontrarla en donde sea que se encuentre.

Intenta reservarse el comentario, pero no se aguanta.

―Quizás no quiera ser encontrada.

Lo observo con mirada asesina.

―Me importa muy poco lo que ella quiera. Mis hijos la necesitan, así que regresará por las buenas o por las malas.

Suspira con resignación.

―No soy quién para decirte lo que debes hacer o no, pero deberías olvidarte de Susana, de una vez por todas, y seguir adelante con tu vida.

Ignoro su comentario y cambio el tema de conversación.

―Supongo que tu presencia a esta hora de la noche tiene un motivo.

Asiente en respuesta.

―Sí, vine a buscarte. Necesitas distracción y olvidarte de los problemas, aunque sea por algunas horas. Esta noche hay una fiesta en el club y un par de chicas esperando a dos hombres dispuestos. Así que pensé que te gustara acompañarme.

Lo rechazo casi de inmediato.

―Lo siento, pero esta vez voy a pasar ―apunto con mi dedo hacia mi computadora―. Estaba buscando pistas sobre la línea de taxi en la que ella se trasladaba ―comento con cierto tono de emoción―. Estoy convencido de que el conductor puede darme información valiosa sobre su paradero.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.