Identidad prestada

Capítulo 11 Un nuevo comienzo para los dos

Despierto al sentir un movimiento a mi lado. Gimo bajito, el dolor sigue allí, pero con menor intensidad. Me quedo paralizada cuando siento que alguien está sosteniendo mi mamo izquierda. Los latidos de mi corazón se precipitan. Giro la cara con lentitud y, por poco, se me sale el corazón del pecho al ver a Emiliano sentado en una silla, con su torso tendido sobre la cama y mi mano entrelazada con la suya. ¿Pasó la noche aquí? Se aferra con tanta fuerza, que es como si temiera que pudiera escapar. Ni siquiera me atrevo a parpadear. No quiero realizar ningún movimiento que pueda despertarlo. Cierro los ojos e inhalo hasta donde el dolor me lo permite. Tengo ganas de hacer pipí, pero me aguanto las ganas hasta que una de las enfermeras venga y pueda ayudarme.

―¡Por Dios! ¿Qué clase de locura es esta?

Susurro en voz baja para mí misma. ¿Cómo es posible que todos me confundan con su esposa? ¿Tanto me parezco a ella? Si es así, ¿qué pasó con esa mujer como para que todos piensen que se trata de mí? ¿Está desaparecida? Tengo que encontrar respuestas cuanto antes, o de lo contrario, esta situación empeorará y no habrá manera de resolverla hasta que pueda salir de aquí e ir a la pensión para buscar mis documentos y demostrarles que yo no soy la esposa de este hombre.

Vuelvo a mirarlo. De manera inadvertida, una sonrisa tira de las esquinas de mi boca. ¿Hace cuánto tiempo que olvidé lo que era sonreír? Desde que me enteré de la muerte de Marcos, una nube de pesar y sufrimiento se instaló sobre mí. Desde entonces, la amargura, la decepción y la tristeza se convirtieron en mis mejores compañeras. Enterarme de que, el hombre al que le entregué mi alma y mi corazón solo jugaba con mis sentimientos, se aprovechó de mí y del amor que sentía por él, dejó una huella profunda en mi corazón imposible de borrar. Confiar y creer en la gente, ya no será tan fácil.

―¿Por qué me dejaste de amar?

Abandono mis pensamientos de manera abrupta al escucharlo hablar. Casi pego un brinco y salgo de la cama. Con el corazón agitado, lo observo, pero me doy cuenta de que sigue profundamente dormido. ¿Estaba soñando con ella? No sé por qué aquel pensamiento me produce rabia. ¿A qué se refirió con aquellas palabras? ¿Su esposa no lo quería? Lo observo con embeleso mientras duerme. Ahora que está tranquilo, puedo detallarlo con mayor claridad. Hay manchas visibles en la piel debajo de sus ojos y percibo que hace algún tiempo no rasura su barba. Su traje está lleno de arrugas y su cabello parece haber sufrido los estragos de la desesperación. Sin embargo, debajo de aquel sumario de desperfectos, hay un hombre perfecto dentro de todas sus imperfecciones. ¿Qué tonterías estoy diciendo? Hasta parece un trabalenguas. Trago saliva. No sé qué me sucede con este hombre, pero, desde la primera vez que lo vi, no he dejado de pensar en él. Se filtró en mis pensamientos y en mis sueños y, desde entonces, no ha querido salir de allí.

―No, Eva. No vayas por ese camino.

Los problemas de este hombre con su mujer nada tienen que ver contigo. Lo único en lo que tienes que pensar es en cómo salir de este lío y preocuparte por encontrar un trabajo o, dentro de poco, estarás viviendo debajo de un puente. Intento tirar de mi mano, pero no hay manera de que me suelte. Todo lo contrario, jala de nuestras manos y las mete, de manera protectora, debajo de su pecho. Suspiro, resignada. Estaré atada a él hasta que despierte. Espero que sea antes de que me orine en la cama. Me quedo mirando el techo durante largos minutos. ¿Qué será de mi vida una vez que salga de aquí y tenga que enfrentarme a mi nuevo destino? Sin dinero, sin trabajo y, quizás, sin un lugar en donde vivir. Amanda y Jorge han sido muy amables y bondadosos al recibirme en su hogar, sabiendo la difícil situación por la que estoy atravesando. Sé que su intención es la de ayudarme y, por supuesto, que se los agradezco, pero no puedo abusar de su amabilidad.

Vuelvo a girar la cara y centro mi atención en él. De un momento a otro, siento unas ganas inmensas de tocarlo. Con cierto nerviosismo extiendo mi brazo derecho y, con mano temblorosa, acaricio su mejilla derecha con el dorso de mis dedos. Una extraña sensación se desata dentro de mi estómago y en mi corazón. La aparto, porque aquel contacto provoca emociones de las cuales quiero olvidarme para siempre. Ese es un terreno que nunca más voy a pisar. Tan pronto como se aclare este malentendido, voy a alejarme de este hombre y nunca más voy a volverlo a ver.

―Buenos días, cariño ―pego un jadeo y un respingo. El movimiento brusco me produce dolor. Se pone de pie rápidamente, se inclina y me habla cerca de la cara―. ¿Estás bien? ¿Te hiciste daño?

Lo miro a los ojos y respondo con un asentimiento.

―Duele menos que antes.

Se me queda mirando de una manera que me deja con la boca seca. Sonríe y, antes de que pueda advertirlo, acerca su boca a la mía y me besa. Es un beso corto y efímero, pero con el poder suficiente para derrumbar imperios y destruir fortalezas con murallas impenetrables. Cuando se aparta, me veo sorprendida por una sensación de vacío y anhelo. Mis mejillas se calientan y el corazón me late tan fuerte que temo que, de un momento a otro, pueda atravesar mis costillas y romper todas aquellas que quedaron intactas. Abro la boca para absorber un poco de aire, porque mis pulmones se han quedado sin oxígeno.

―Te prometo que todo saldrá bien.

Ni siquiera respondo. Este hombre no me habla a mí, sino a la mujer de la que sigue enamorado. Por fortuna, la puerta se abre. Él se aleja y se hace a un lado para que la enfermera pueda realizar su rutina diaria.




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