Identidad prestada

Capítulo 12 Egoísta

Estoy desesperada. He intentado un sinfín de maneras de explicarle a Emiliano que no soy la mujer que él piensa que soy, pero no hay modo de que me escuche. Si tan solo tuviera mis documentos aquí, podría demostrarle que ni nombre no es Susana, sino Evangelina Contreras. Para empeorarlo todo, el diagnóstico del doctor se convirtió en el último clavo para mi ataúd. Pérdida de memoria temporal. Todos y cada uno de ellos piensa que el trauma que recibí al desvanecerme y golpearme la cabeza contra la mesa de noche, me está dificultando la posibilidad de reconstruir mi historia personal y mi sentido de identidad. Tengo que encontrar una manera de comunicarme con Amanda o con Jorge para pedirles el favor de que me traigan la cartera y así poder demostrarles que siempre les he estado diciendo la verdad. Mis pensamientos se detienen cuando se abre la puerta de la habitación.

―Ya todo está listo para marcharnos a casa, cariño ―me indica Emiliano al ingresar a la habitación―. En cualquier momento vendrán los enfermeros para trasladarte hasta la ambulancia.

Abro la boca para insistir una vez más, pero la cierro al darme cuenta de que no vale la pena, porque sería una pérdida de tiempo si no tengo un documento que respalde lo que digo. Hasta tanto, seré la esposa de este hombre.

―De regreso a una casa que ni siquiera recuerdo…

Se acerca al notar la expresión de mi rostro y se sienta al borde de la cama. Toma mis manos entre las suyas y me acaricia el dorso con la yema de sus pulgares mientras me habla.

―No te preocupes, prometo que voy a estar contigo a cada paso de tu recuperación ―se relame los labios y me mira a los ojos de una manera que me hace sentir desnuda―. No voy a dejarte sola, Susana. Seré tu compañero, tu esposo y tu apoyo incondicional cada vez que me necesites.

Mis ojos se anegan de lágrimas. Sus palabras me recuerdan la promesa de un hombre que dijo amarme más que a nada en su vida. Un ser sin corazón, sin principios y sin moral, que solo me usó a su antojo y se burló del amor que sentía por él.

―Las promesas se las lleva el viento.

El pensamiento se me escapa en voz alta. Se acerca y me acaricia la mejilla suavemente con el dorso de sus dedos. Me siento tan indefensa y vulnerable en este momento, que respondo inclinando mi cara para que no se detenga. Estoy tan necesitada de afecto, cariño y comprensión, que no siento remordimiento por robarle a su esposa un poco de lo que él tiene para ella.

―Nunca te fallé, Susana. Siempre fui honesto contigo ―hace una pausa que me hace pensar que hay palabras que quisiera decir, pero que prefiere callarlas―. No soy un hombre perfecto, he cometido muchos errores, pero cumplí cada promesa que te hice ―un par de lágrimas se deslizan por mi rostro―. Sé que quizás no recuerdas nada de nuestro pasado, pero estoy dispuesto a reescribir nuestra historia a partir de este momento.

Me muerdo los labios para evitar que un sollozo se escape de mi boca. Aún me duele el alma y el corazón. La herida que Marcos me causó, sigue abierta y va a ser imposible de reparar.

―No llores, por favor ―apoya su frente en la mía―. Haré lo que sea para hacerte feliz y verte sonreír a cada segundo del día.

Se separa, me mira a los ojos y se aproxima lentamente, mientras alterna su mirada entre la boca y mis ojos. Sé lo que está a punto de pasar, pero, para ser sincera, no tengo fuerzas para resistirme. Ya habrá tiempo para arrepentirme y recriminarme por jugar sucio. Nuestros labios se fusionan en un beso suave y tierno. Se arrima para reducir al mínimo el espacio que nos separa. Eleva su mano y hunde sus dedos entre mi barbilla y mi nuca para tomar posesión del beso. El beso es dócil, pero a medida que avanzan los segundos aumenta en intensidad. Debería detener esta locura, evitar que, aunque él no lo sepa, traicione y le sea infiel a su esposa conmigo. Pero entonces me pregunto: ¿por qué Susana no está aquí? ¿A qué se debe que crean que soy ella? No hay que ser muy inteligente para saber que esa mujer lo abandonó. Libre de culpas, me dejo llevar por mis instintos. Elevo la mano y aferro mis dedos a un montón de mechones de su cabello castaño., hasta que, de un momento a otro, mis pulmones comienzan a quedarse sin oxígeno. Una punzada de dolor presiona en mi costilla, así que gimo después de romper el beso. Me observa con expresión preocupada.

―¿Te hice daño?

Niego con la cabeza. Lo sujeto de la camisa y le doy un tirón para acercarlo. El esfuerzo me produce dolor, pero me lo callo.

―No dejes de hacer lo que estabas haciendo.

Sonríe, ahueca mi rostro entre sus manos y me besa con una suavidad que me derrite el alma. Se aparta y, a pesar de que ya terminó el beso, me niego a abrir los ojos. No recuerdo que alguien me haya besado antes de esta manera. Quizás sea porque Marcos nunca me amó como este hombre ama a su esposa a pesar de su abandono. Inhalo profundo y mantengo los ojos cerrados porque no quiero volver a la realidad. Mi corazón late convulso y errático y mi pecho sube y baja desenfrenado. Abrirlos significa aceptar la triste verdad de que esta vida no me pertenece y que estoy aprovechándome de una identidad prestada.

―No tenía ninguna intención de detenerme, pero alguien puede aparecer de un momento a otro y encontrarnos en una situación bastante comprometedora ―apenas puedo respirar con normalidad, así que abro los ojos y respondo con un asentimiento. Siento mis labios hinchados a consecuencia del beso―. ¿Lista para irnos?




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