Idilio

Capítulo 37

Mientras habían estado los Westhampton en Leithold Cottage, Altaír no había querido disponer del tiempo de Iuola puesto que sabía que ella quería pasar mucho tiempo con su familia. Ésta al final del día quedaba exhausta así que él había decidido no visitarla hasta que ellos se marcharan. También había pensado en consultarle el hecho de que compartieran la misma habitación y que la suya fuese una sala de música alterna para no tener que estar bajando al sótano. Cuando escuchó la hazaña de su mujer en el campamento gitano, se llenó de orgullo y de tristeza por no poder verla en acción. Becky le había contado que Iuola la había salvado de la muerte y fue ella quien atendió el parto de Erling y de Mathew. En los Estados Unidos se había graduado con honores y había sido la mejor de su clase; simplemente su esposa era sensacional. Le gustaba el hecho de que fuese diferente, inteligente y amargada.

Pero la acción de hoy había matado todo lo anterior.

Luego de escoltar a Georgia y a Robert junto con los niños, Camerón y él habían decidido dar una vuelta por Cambridge, ya que el hombre no conocía la ciudad. Tomaron una copa en una taberna en el centro de la ciudad y luego decidieron volver a casa. El americano le caía muy bien, dejaba en evidencia que amaba su trabajo y a su familia; y que estaba enormemente agradecido con los Westhampton por darle a él y a su esposa un lugar en aquella familia.

Decidieron tomar el camino largo para pasear, cuando Altaír visualizó el carruaje ducal.

Este frunció el ceño―¿Ese no es el carruaje ducal?

Cameron frunció el ceño―Si tú no reconoces tu propio carruaje, imagínate yo

―Sí ese es. Pero qué raro, Iuola no me dijo que saldría

―¿Lo seguimos?

Altaír asintió y se puso en marcha. El carruaje se adentró a uno de los barrios más exclusivos de Cambridge y se estacionó en una esquina. Ambos vieron como el cochero bajó y ayudó a bajar a Iuola y a Camelia.

―¿Iuola tiene amigas aquí? ―preguntó Camerón mientras las observaban desde la calle anterior.

―No que yo sepa

Ambas mujeres caminaron y se adentraron a un edificio. Estos bajaron de sus caballos y se acercaron al lugar.

―Esto es una residencia de solteros―le informó Altaír

Cameron estaba hecho furia―¿Qué demonios hace Camelia aquí? Voy a entrar

Este lo detuvo―No, mejor esperemos

―¡¿Esperar qué maldita sea?!

―Tranquilízate

Cameron se dirigió a donde estaba el cochero y lo hizo bajar tomándolo por la camisa. Este lo empujó hacia la pared.

―¡¿A quién vino a ver mi mujer aquí?! ―le gritó.

―N-No lo sé señor Bright...

―¡¿Cómo que no lo sabe?!

―Bright suelta a mi cochero. La duquesa de Leithold no tiene por qué darle explicaciones al cochero de con quién se va a ver, es ilógico. Este pobre hombre no sabe nada

Después de un momento Cameron lo soltó―Tú no me entiendes Leithold porque no estás enamorado de Iuola, por eso estás tan indiferente

Altaír lo atravesó con la mirada. No sabía si estaba enamorado o no, sólo sabía que esa mujer le quitaba el sueño por las noches y que de repente cada vez que quería escribir una canción ella estaba en sus pensamientos.

―Tienes razón, pero no por eso estoy contento. Creo que conoces a Iuola mejor que yo y no es un comportamiento normal en ella ¿no crees? Además, tu confías en tu mujer ¿no?

―Lo hago, pero vivo con la incertidumbre que algún día me dirá que está aburrida de mí

Altaír suspiró―¿Por qué dices eso?

―Paso la mayor parte del tiempo en la fábrica y la dejo sola con el bebé.

El duque le puso una mano en el hombro―Esa mujer te ama, no lo dudes. Puedo verlo en su mirada, estoy seguro que habrá una explicación para esto. Entre tanto vamos a esperarlas dentro del carruaje, si se demoran más de cuarenta minutos, entramos.

Y efectivamente ambas salieron y abrieron el carruaje. Como este era bastante espacioso, ninguna se percató de la presencia de ellos. Pero ambos escucharon como Camelia le gritó al cochero, Altaír supuso que este intentó advertirles que ellos se encontraban allí dentro.

Cuando este ve el corpiño de Iuola hecho trizas, ignoró por completo sus lágrimas. En el nacimiento de sus senos había una marca, que solo se hace cuando la boca succiona en esa parte. Alguien la había besado allí. Él se dijo así mismo que no podía perder la calma, podía volverse loco de ira. No podía perder los estribos, él nunca se dejaba llevar por la rabia. Porque sabía las consecuencias que eso traería. No cabía duda que su mujer había estado con alguien y aunque ninguna explicación lo haría cambiar de opinión, la escucharía.



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En el texto hay: altair, idilio, rosmeryah

Editado: 27.06.2019

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