Cuando más crecía más me daba cuenta de cómo el mundo cambiaba a mi alrededor. Crecer era una especie de revolución en mi vida, un golpe brusco que agitaba todo lo que creía.
En ocasiones pensaba que cuando llegara a ser “grande” iba a tener muchísimo dinero para comprarme todos esos juguetes que mi papá no me compro, o todos esos maquillajes que mi mamá no pudo regalarme.
La vida cambia bruscamente, y en algún momento se detienen haciéndote pensar.
Ahora me encuentro pensando si responderle o no esa solicitud que me acababa de mandar Victor por mi red social favorita. Habían pasado dos días en los cuales me encontraba pensando en todo lo que pasó en esa noche. Me despertaba a veces temblando por pesadillas, en mi mente siempre estaba la pregunta ¿qué hubiera pasado si Victor no llegaba?
Si antes no dormía, ahora lo hacía menos, entre pesadillas y despertar. Le dije a Laurel que no quería ir a trabajar, que ella hiciera mis turnos, y así lo hizo desde hoy en la mañana mientras yo me quedaba acostada viendo una de esas películas donde sabes que no va a tener un final feliz, sobre todo cuando falta poco para que termine y los protagonistas ya están siendo felices.
Revisé una vez más mi celular, se suponía que hace unos días mi padre debería haber enviado el dinero mensual. Todos los meses me debía dar una pensión y a veces se pasaba, otras no las cumplía.
Mara: Hola, oye, te estás retrasando de nuevo en el pago.
Muchas veces me enviaba fotos o me hablaba mientras trabajaba y conocía lugares hermosos, una vez incluso me mostró fotos mientras estaba en la nieve.
Esperando que el tiempo pasara más rápido me fui a hacer un café helado, en este último tiempo comencé a estar obsesionada con este tipo de delicia. Era algo que me gustaba mucho.
A la media hora obtuve una respuesta con un simple: ya se.
–Otra vez lo mismo –dije mientras dejaba el celular en la encimera.
Necesitaba hacer algo para que mi mente se distrajera y se concentrará en algo más divertido tal vez. Intenté pensar pero mi cabeza no llegaba a ninguna idea posible, incluso sentía el suave tic tac de las manillas del reloj.
Abrí de nuevo mi celular mientras empezaba a tararear una canción de esas que estaban de moda en los miles de videos que veía diariamente. A ver, era una exageración pero si era cierto que veía bastantes videos durante el día.
Encontré un mensaje de Chris donde me decía que lo cubriera si preguntaban por él, este chico se traía algo en las manos y yo me pondría modo detective Mara. El apodo me quedaba divino considerando que lograba encontrar hasta la fecha de nacimiento de un chico que acabase de conocer.
Me puse a revisar cada historia en las redes en las que Chris aparecía, por mínima que sea, cada mención. No encontré mucho siendo sincera, así que tomé la sabia decisión de colocarme ropa para salir, me dirigiría a cada local que era frecuentado por Chris hasta encontrar la razón de todas aquellas desapariciones.
Llamenme loca pero amaba ser chismosa.
Aunque sí que necesitaba cita con psicóloga.
Empecé a andar por cada parte que frecuentaba Chris, y en cada parte no lo encontraba a él. Incluso pensé rendirme y preguntarle dónde estaba pero eso haría que se enojara por estarlo persiguiendo.
Después de un rato me rendí y fui a uno de los parque cercanos a la costanera del río norte del pueblo. En el verano las personas solían aprovechar bastante ese lugar, amaban refrescarse en ese lugar.
Me senté en una de las bancas a observar el paisaje, el clima era preciso para andar por ahí. En el parque había bastantes personas jugando con sus mascotas. Me hubiera gustado tener alguna para andar trayendo.
Desde la muerte de su último gato no había tenido otro, estaba esperando a que pasará el tiempo para al fin empezar a criar a otra mascota.
–Tan sola –se giró a ver de donde provenía la voz encontrándose con Jace.
–Jace…
–Hola –le dijo el chico mientras se sentaba a su lado–. Tan sola que estas.
–¿Qué estás haciendo aquí? Creí que ya te habrías ido.
–Aprovechando de estar con mis padres, ya sabes, dándoles un poco de compañía, además no ando solo –señalo a un niño que jugaba con un perro cerca de donde estábamos–. Estoy con él.
–No sabía que tenías un hermano –eso hizo que soltara una fuerte carcajada llegando incluso a colocarse rojo y a sujetarse el estómago.
¿De qué se reía? No había dicho nada relativamente estúpido como para que se compartara así ante mis palabras.
–No es mi hermano –dijo ya un poco calmado pero aún sujetándose el estómago–. Es mi hijastro… El hijo de mi pareja, tiene tres años, y llevo con ella cuatro años. Él incluso me dice papá. Si lo piensas lo he criado.
Decir que estaba sorprendida era poco, jamás creí que uno de los amores de mi infancia sería padre, o bueno, padrastro, a una edad tan temprana. Yo tenía dieciocho años, y Jace tenía veinte años, no era mucha la diferencia de edad. Era sorprendente.
–Estos días los ha aprovechado al máximo mientras conoce a sus abuelos –Jace tenía una sonrisa–. Me gusta que sea así, además ellos lo adoran.