Tras el escandalo en la iglesia, Gregoria decidió inmiscuir en los asuntos de Nieves. Ver a su comadre casi teniendo un infarto por todo lo que Horacio había dicho sobre su hija le pareció una bajeza. Sabía de primera mano que su hijo no media lo que decía —por que así lo había criado ella —pero el hecho de exponer a su futura nuera de tal forma era simplemente inaceptable. No permitiría que la reputación de su familia se viera dañada por las palabras sin tapujos de Horacio, así que con aire decidido se dirigió a la casa de los González, en donde encontró a Luis despellejando una gallina. Puso su mirada más altiva y se alzó ligeramente la falda para no ensuciarla de barro. Cuando Luis la hubo notado dejó a la gallina sobre la mesa y se secó las manos con un trapo, Gregoria se acercó.
—Buena tarde, Luis —dijo —¿Me permites un minuto?
Este asintió y la dejó pasar a su hogar, que era pequeño y algo oscuro. Sus hermanos se encontraban por el vecindario buscando como ganar algún par de centavos y su madre enferma yacía dormida en una de las dos habitaciones.
Gregoria tomó asiento en el viejo sillón y esperó a que Luis repitiera la acción con el mueble de enfrente, cuando lo hizo, la mujer se preparó para hablar.
—Luis, sé que eres un buen muchacho —inició —pero quiero pedirte que te alejes de Nieves.
Indignado, se levantó de su asiento con la intención de abrir la puerta y despedir de su hogar a Doña Gregoria, sin embargo, esta continuó:
—¿Cuál es tu precio?
—No puedo creer que este haciendo esto —dijo enfurecido, casi alzando la voz.
—Di tu precio rápido. Sé que necesitas el dinero y yo necesito que te alejes de Nieves.
—Le voy a pedir que por favor se retire…
Le interrumpió.
—Sino pagas un buen doctor para tu madre morirá en poco tiempo, además de eso te conseguiré un buen empleo en el centro del pueblo. Dinero y un trabajo bien remunerado ¿Qué más deseas?
Volvió a tomar asiento y se quedó en silencio. Doña Gregoria tenía razón, no importaba cuanto había trabajado de aquí para allá, no podía pagar las costosas necesidades de su madre, quien incluso había perdido la voz de tanto toser. Sus hermanos cada vez más delgados y sin estudios, jugando por ahí sin metas ni futuros. Ahora, con un empleo en el que le pagaran un buen salario podría comprar comida, vestir a sus hermanos y mejorar la granja, principalmente conseguir un medico para su madre ¿Debía dejar pasar aquella oportunidad solo por su amor hacia Nieves?
—Yo… —susurró cabizbajo— acepto la oferta —accedió después de varios minutos.
Sonrió satisfecha. Se levantó del sillón y sacó una pequeña bolsa de su falda, tomó la mano de Luis cuando se hubo acercado a él y le puso 5$ dólares en ella. Le informó además que de antemano había hablado con el señor Asprilla quien era el padre de Gonzalo y dueño de la abarrotería más importante del pueblo, tenía un puesto para él y comenzaría al día siguiente a las seis de la mañana. El muchacho le agradeció con un gesto, sin embargo, su cara demostraba tristeza.
Gregoria se dirigía a la puerta para retirarse en cuanto Luis la detuvo.
—Ella nunca será feliz con su hijo.
Se dio la vuelta y victoriosa sonrió.
—Eso ya lo veremos.
Desde el incendio y la estadía de los Moreno en la finca de los Pardillo, se había permitido a los inquilinos utilizar la cocina a su gusto. Gregoria repetía constantemente: ‹‹Ya pronto seremos familia››. Aunque a Rutilia le seguía pareciendo incómodo, no tenía más opciones y aceptaba la situación. Continuaba vendiendo sus deliciosas mermeladas, que se habían vuelto populares en las meriendas de los vecinos más cercanos, lo que le proporcionaba algún ingreso.
Esa tarde, Rutilia se encontraba en la cocina preparando una rica mermelada de naranja por encargo de la esposa del señor Asprilla, quien la apreciaba mucho. A pesar de estar ocupada, tenía una expresión sombría en el rostro y una sensación de vacío en el pecho. Sabía que debía abordar el tema que ella y Nieves habían discutido en numerosas ocasiones.
En ese momento, Nieves regresó de alimentar a las gallinas y observó a su madre con aprensión. Sabía que era el momento de plantear el asunto de su compromiso con Horacio una vez más.
—Madre —dijo con voz temblorosa—, por favor, necesito que me escuches.
Rutilia continuó trabajando en silencio, ignorando a su hija. Nieves podía sentir cómo crecía el enojo en su madre, pero estaba decidida a expresar sus sentimientos.
—Madre, entiendo que estés enojada y herida por lo que ha pasado, pero quiero que sepas que estoy dispuesta a encontrar una forma de salir adelante con Luis. Podemos hacer que nuestras familias vivan bien juntas, pero por favor, no permitas que esta boda con Horacio se realice.
La respuesta de su madre fue un frío silencio. Nieves, al borde de las lágrimas, no se rindió. Dio un paso adelante y movió suavemente a su madre para que dejara de darle la espalda.
—¡Madre, te lo ruego! ¡No quiero casarme con Horacio! ¡Por favor, no hagas esto! —suplicaba de rodillas.
Rutilia se volvió hacia su hija, con los ojos llenos de ira contenida.