Ilumíname con tu luz

Capítulo VII "Noche de bodas"

Tras finalizar la celebración, Doña Gregoria se abrió paso frente a la familia, con una sonrisa triunfante en el rostro.

—Bueno, familia. Ya es hora de que los novios tengan su momento a solas.

Nieves y Horacio intercambiaron miradas, con notable sorpresa. Gregoria en cambio sonrió complacida y dio saltitos de felicidad. 

Los dirigieron en carruaje hasta una casona. Gregoria había reservado una villa de encanto que se encontraba a una hora del pueblo, la habían visitado antes y como le había encantado decidió reservarla para su hijo y su nuera.

La villa en la que Nieves y Horacio pasarían su noche de bodas era simplemente impresionante. Estaba rodeada de una exuberante vegetación con plantas de colores vivos que se entrelazaban alrededor de la entrada y las ventanas, creando un ambiente mágico y acogedor. La villa estaba hecha de piedra y madera, con una arquitectura encantadora y detalles artísticos en las ventanas y las puertas.

El interior era igualmente impresionante. Los muebles eran elegantes y antiguos, con tejidos lujosos y detalles decorativos que reflejaban un gusto refinado. La sala de estar tenía una chimenea grande, rodeada de cómodos sofás y sillas, creando un ambiente acogedor y cálido.

Los novios se miraron, aún asombrados por la sorpresa que Gregoria les había preparado. Aunque no habían deseado esta boda, no podían negar que la villa era un lugar hermoso para pasar su primera noche como marido y mujer. Pero, a pesar de la belleza del lugar, ambos sabían que su unión estaba lejos de ser un cuento de hadas.

Nieves recordaba en su memoria lo que su madre le había dicho antes de subir al carruaje: “Solo cierra los ojos y todo acabará antes de que te des cuenta”. 

Se sentó en el sillón de la sala y soltó un suspiro. Se quitó los zapatos y observó a Horacio, quien había comenzado a fumar otra vez. Estaba cansada, el solo hecho de imaginar que su familia ahora deseaba que ella y aquel muchacho pudieran verse como Dios los trajo al mundo solo le hacía revolver las tripas. 

Pasada una hora Nieves comenzó a cabecear en su asiento; Horacio lo notó.

—¡Oye, costal de papas! —le llamó. 

Ella le lanzó una mirada asesina.

—Ve a la habitación —dijo finalmente. Al no recibir respuesta, continuó —No voy a tocarte, ya te dije que no voy a meterme con una mujer que no es pura.

—Vete al infierno —murmuró ella.

Horacio soltó una risa sin gracia.

—¡¿Y todavía tienes el descaro de ofenderte?! 

—¡¿Qué carajo te importa si soy pura o no?! ¡Te refieres a mi como si fuera un trozo de estiércol! ¡¿Quieres saber algo?! ¡NO! ¡No soy pura!

Los gritos de Nieves resonaron en toda la casa. Horacio se quedó en silencio, intentando procesar la situación. Aquella mujer a la que se había dedicado a molestar desde que tenía memoria, aquella por la cual había renunciado a su libertad con tal de no dejarla en la calle, estaba diciendole en su cara que se había entregado a otro hombre antes que a él. 

Por otro lado, Nieves se sintió liberada después de soltar sus sentimientos reprimidos durante tanto tiempo. Aunque las palabras de Horacio la habían herido profundamente, se dio cuenta de que era necesario expresar su frustración y su ira. Estaba cansada de ser tratada como un objeto, una posesión que se le entregaba a Horacio como si fuera un regalo no deseado.

Horacio, por otro lado, estaba lidiando con una mezcla de emociones. Había imaginado que Nieves nunca se entregaría tan fácilmente y se sorprendió al escuchar sus palabras. Aunque la idea de que no fuera "pura" lo había atormentado, ahora que sabía la verdad, no sabía cómo sentirse al respecto.

Hubo un incómodo silencio en la habitación mientras ambos procesaban lo que acababa de suceder. Nieves se sentía agotada y emocionalmente drenada por la situación. Horacio finalmente rompió el silencio.

—Pues bien —dijo en voz baja —Sino vas a subir a la habitación, entonces yo lo haré. Duerme en donde te dé la gana.

Después de la discusión, Nieves se sacó el vestido y se puso el pijama que su madre le había empacado. Salió al patio de la villa, encontrándose con un hermoso jardín que era iluminado por la luna. A lo lejos escuchaba el aullido de los coyotes y el ulular de los búhos. Por un momento se sintió en paz, como si al fin pudiera soltarse después de todo el día tan atareado. 

Mientras observaba la noche se preguntaba qué estaría haciendo su amado Luis. Esperaba no haberlo puesto en una situación difícil ahora que había mentido de aquella manera a Horacio. Hasta donde sabía, su marido no era un hombre conflictivo, le gustaba vacilar, sí, pero tener problemas, no. Solo deseaba que este no tuviera su orgullo tan herido como para ir a darle un buen golpe a Luis en la cara.

***

Después de su breve intercambio con Nieves, Horacio subió a la habitación que se supone compartía con su esposa, aún sintiéndose incómodo por la discusión. Se tumbó en la cama y miró al techo, sintiéndose abrumado por la situación en la que se encontraba.

A través de la ventana, observó el paisaje nocturno. La luna iluminaba suavemente el jardín de la villa, creando sombras y reflejos en las flores y las plantas. Los sonidos de la naturaleza se filtraban por la ventana abierta: el canto de los grillos, y el suave soplo del viento que mantenía fresca la habitación.




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