Pasados algunos meses desde la boda, Nieves y Horacio no habían cruzado más que palabras cortantes para referirse el uno al otro. La tensión debido a la discusión de su noche de bodas continuaba en el aire.
La familia había comenzado la construcción de una casa detrás de la finca de los Pardillo, destinada para que Horacio y Nieves pudieran establecer su propio hogar. Aunque Nieves sentía que su libertad se había desvanecido en el momento de su matrimonio forzado, al menos tendría su propio espacio y privacidad. La construcción iba avanzando, y la casa estaba tomando forma gradualmente.
Nieves visitaba con frecuencia el sitio de construcción, observando cómo se levantaba la estructura de madera y ladrillos. Soñaba con el día en que tendría su propio espacio para escapar de la tensión constante con Horacio y, quizás, encontrar un poco de paz.
La joven aún pensaba en Luis, a menudo mirando hacia el horizonte y preguntándose si algún día tendría la oportunidad de volver a mantener una conversación con él. Después de todo, Luis no se había presentado a la boda —Y ella lo entendía— ni tampoco lo había visto pasar cerca del prado, el cual visitaba de vez en cuando con la intención de verlo. Sabía que trabajaba con el señor Asprilla, así que, en algunas ocasiones, se levantaba temprano a dar un paseo y pasaba por la abarrotería con la intención de verlo.
Horacio, por su parte, estaba ocupado con los asuntos de la finca, asegurando que todo estuviera funcionando sin problemas. Aunque Nieves no era el centro de su mundo, le pesaba la situación incómoda en la que se encontraban. La tensión continuaba en el aire, y a pesar de la casa en construcción, la distancia entre ellos parecía aumentar.
Durante el mediodía apareció frente a la finca de los Pardillo una mujer muy bien vestida y de aire altivo. Bajó de un carruaje lujoso con un paraguas cubriendo su cabeza. Jorge Pardillo la recibió con sorpresa y le permitió pasar a la vivienda.
La mujer tomó asiento en la estancia en donde el señor Pardillo y su mujer se sentaron frente a ella brindándole una taza de té. Con inquietud, Jorge habló:
—¿Qué la trae por aquí, tía Isabel?
—Recibí una carta de tu parte ¿No recuerdas? —dijo dándole un sorbo a su té —Sobre la boda de mi sobrino. Me alegra que al fin haya sentado cabeza.
—Cierto, lo había olvidado. Tardó un poco en venir a visitarnos, honestamente pensé que tendríamos que ir a la ciudad para verla.
Isabel negó.
—Me tardé ya que estaba en España atendiendo unos asuntos, pero eso no es el tema —continuó —Estoy aquí porque quiero conocer a la mujer de mi sobrino.
Gregoria se levantó de su asiento con felicidad y se disculpó antes de abandonar la habitación. Corrió a través de los pasillos hasta dar con Nieves, quien se encontraba empapada en sudor pues ayudaba diligentemente con la construcción de la casa.
—¡Nieves, querida! —vociferaba Gregoria mientras corría hacia ella —Llegó la tía Isabel y quiere conocerte ¡rápido! ¡Ven a prepararte!
Mientras Nieves corría a casa a prepararse junto a doña Gregoria, Horacio había estado prestando atención a la conversación de su madre y su esposa. Se secó el sudor y dejó las herramientas en su lugar para entrar en la vivienda. Llegó a la estancia en donde encontró a su padre y su tía Isabel, a la cual no conocía hasta el momento.
—Buenas tardes, tía —dijo parado en el umbral de la puerta.
Isabel le observó y sonrió.
—Horacio… que grande estas, me alegra verte. Toma asiento.
Este realizó la orden.
—Seguro no te acuerdas de mí, eras muy pequeño la última vez que nos vimos.
—Tiene razón, no la recuerdo.
La conversación entre Horacio y su tía Isabel continuó en tono amistoso mientras Gregoria se apresuraba a ayudar a Nieves a prepararse para el encuentro. Nieves, sintiéndose incómoda y nerviosa, se arregló rápidamente, intentando ocultar las marcas del trabajo en la construcción de la casa.
—¿Y bien, dónde está la novia? —preguntó la tía Isabel con un tono que parecía más un mandato que una simple pregunta.
Gregoria apareció con Nieves, intentando disimular su preocupación. Nieves se sentía intimidada por la presencia de la elegante mujer, pero mantuvo la compostura mientras se presentaba ante la tía de Horacio.
—Mucho gusto, señora Isabel. Soy Nieves Moreno.
Isabel la observó detenidamente, evaluando cada detalle de la joven. Horacio también la miraba, sin poder evitar notar la tensión en el ambiente. La tía Isabel, con su actitud distante, hizo preguntas sobre la familia de Nieves y su procedencia, dejando en claro su deseo de obtener información detallada.
—Mi madre es viuda y por ahora se dedica a vender mermeladas, mi padre falleció hace un tiempo. —respondió Nieves, intentando mantener la calma.
Todos notaron la frialdad que reinaba en la sala, marcada por la presencia imponente de la tía Isabel y la tensión que emanaba de cada uno de los miembros de la familia.
La tía Isabel analizaba a Nieves de arriba hacia abajo, no le gustaba lo que veía. Nieves parecía solo otra chica pobre de aquel pequeño pueblo que había tenido suerte.