Nieves despertó en la mañana con la luz suave filtrándose por las cortinas de la habitación. Se incorporó lentamente, sintiendo el peso de los días recientes sobre sus hombros. Al mirarse al espejo, se encontró con su reflejo, el cabello negro despeinado que reflejaba la confusión que albergaba su mente.
Decidió peinarse y vestirse, seleccionando prendas que reflejaran su estado de ánimo incierto. Al salir de la habitación, se encontró con Horacio frente a la puerta, quien parecía estar a punto de tocar. Ambos se miraron, y un instante de silencio se prolongó antes de que Horacio rompiera el hielo con una sonrisa avergonzada.
—Buenos días, Nieves. ¿Te gustaría dar un paseo por el jardín de la mansión? El día está hermoso.
Nieves asintió, agradecida por la sugerencia de Horacio. Juntos, salieron al jardín, un oasis de serenidad con senderos empedrados y flores de colores vibrantes que bailaban con la brisa matutina. La mansión se alzaba majestuosa, rodeada de vegetación exuberante.
Horacio y Nieves caminaron en silencio por un tiempo, sumidos en sus propios pensamientos. El aire fresco y el perfume de las flores creaban una atmósfera tranquila, pero la tensión seguía flotando entre ellos.
—¿Recuerdas lo que hablamos en el tren? —preguntó Horacio de repente.
Ella asintió con la cabeza.
—¿Por qué preguntas?
—Bueno, es que siento que no funcionó realmente. Seguimos estando igual de distanciados.
—Supongo que sí —susurró.
—Entonces quería que supieras que, aunque aún no seamos tan cercanos, puedes venir a mi cuando lo desees.
Nieves le agradeció con una mirada, pero la confusión persistía en sus ojos. La conexión entre Horacio y Esther aún resonaba en su mente, y la advertencia de Gregoria seguía susurrando en su conciencia.
Horacio, notando la melancolía en la expresión de Nieves, decidió cambiar de tema.
—¿Has tenido la oportunidad de explorar el jardín a fondo? Hay rincones encantadores que a veces pasan desapercibidos.
Nieves asintió, agradeciendo el intento de cambiar la dirección de la conversación. Mientras caminaban, Horacio señaló un banco bajo un árbol frondoso.
—Este es uno de mis lugares favoritos. Desde aquí, puedes disfrutar de la vista de toda la mansión y el jardín.
Se sentaron juntos en el banco, observando el paisaje ante ellos. Horacio, con cierta timidez, intentó acercarse más a Nieves.
—Si quieres —dijo rascándose la nuca —después del desayuno, quizá podamos ir al mercado, dicen que hay de todo.
Nieves lo miró sonriente y aceptó, para cuando ya habían desayunado, ambos se preparaban para levantarse de la mesa que compartían esa mañana junto a tía Isabel y Esther. Horacio se alzó y se limpió la boca con la servilleta.
Tía Isabel observó a Horacio con curiosidad cuando se levantó apresuradamente de la mesa, y no pudo evitar preguntar:
—Querido, ¿a dónde te diriges tan apresurado?
Horacio se aclaró la garganta antes de responder:
—He pensado en llevar a Nieves al mercado después del desayuno. Dicen que hay una gran variedad de productos.
Tía Isabel sonrió con complicidad, notando la intención detrás de la propuesta de Horacio.
—Oh, eso suena encantador. Deberían llevar a Esther con ustedes. Será divertido.
Horacio, aunque no estaba del todo seguro de la idea, asintió con cortesía.
—Sí, claro, podríamos llevar a Esther.
Sus ojos buscaron los de Nieves, quien estaba inmersa en sus propios pensamientos. Tía Isabel, notando la indecisión en el rostro de su nuera, se dirigió a ella con una sonrisa.
—¿Qué opinas, Nieves? ¿Te gustaría ir al mercado con Horacio y Esther?
Nieves, sintiéndose atrapada entre la presión social y sus propios dilemas internos, forzó una sonrisa y asintió.
—Sí, por supuesto. Será divertido.
Horacio, aliviado por la aceptación de Nieves, se preparó para la salida al mercado. Mientras se dirigían hacia la puerta, tía Isabel se acercó a ellos con una expresión juguetona.
—Asegúrense de disfrutar el día, queridos. El mercado es un lugar encantador.
Esther, uniéndose al grupo con entusiasmo, se mostraba ajena a las complejidades que rodeaban a la familia Pardillo. Juntos, salieron de la mansión hacia el bullicioso mercado.
El mercado rebosaba de colores y aromas, con vendedores ofreciendo sus productos con entusiasmo. Mientras Horacio caminaba con Nieves y Esther a su lado, la tensión entre ellos persistía, aunque Esther intentaba aliviarla con su actitud jovial.
Horacio, aún sintiendo la mirada de Nieves sobre él, se esforzó por mantener la armonía durante la visita al mercado. Mientras exploraban los puestos y probaban algunas delicias locales, la atmósfera se volvía más relajada, al menos en apariencia.
Sin embargo, la conexión entre Horacio y Esther seguía siendo palpable, y Nieves, aunque intentaba ocultar sus preocupaciones, no podía evitar sentirse inquieta.