Ilumíname con tu luz

Capítulo XXV “Una visita sin avisar”

Los días pasaban y la vida en la finca familiar avanzaba con normalidad. Y aunque Nieves se mantenía ansiosa por la falta de cartas por parte de Esther, el plan de ir a verla hasta la ciudad no se había podido efectuar, Horacio estaba demasiado ocupado con el negocio familiar por lo que salir del pueblo no era la opción más viable.

Aquella mañana Nieves se encontraba en casa de su suegra, observaba a Antonia, quien llevaba horas intentando coser un vestido rosa que deseaba usar en el próximo festival que habría en Santa Rita. Pablo la había invitado, pues desde su visita a la finca de los Majares, los adolescentes se habían estado conociendo.

—¡Ay! —chilló Antonia llevándose un dedo a los labios —me pinché con la aguja.

—¿Hay sangue? —cuestionó Rito desde el suelo, mientras jugaba con unas figuras de madera.

—Un poco, pero no es nada —soltó un suspiro y sonrió —¡Ay, Nieves! Cuando acabe este vestido seré feliz, estoy más que segura que Pablo lo amará tanto como yo.

—Por favor, Antonia. Hace cinco días que lo conoces, y su “relación”, si es que se le puede llamar así, se basa en cartas.

La muchacha se levantó de su asiento y camino hasta su hermana. Nieves la observó irritada, para cuando Antonia se sentó en sus piernas y recostó su cabeza contra la de ella.

—Eso lo vuelve aún más romántico ¿qué no lo ves? Nuestro amor cruza las barreras de la distancia, eso indica que es genuino.

Nieves soltó un resoplido.

—Si fuera así, él hace mucho habría tomado un caballo y venido hasta acá.

Antonia se levantó de golpe de las rodillas de su hermana, y con la mirada perdida sonrió, llevándose una mano al pecho.

—¡¿Te lo imaginas?! Qué venga cabalgando solo para verme ¡Oh, Nieves! Gracias por la idea, se lo diré de la manera más sutil en mi siguiente carta.

—No puede ser… ¡Antonia! ¡Despierta! Estamos en la vida real, además…

Su voz se vio interrumpida por un inesperado bullicio fuera de casa. Ambas se asomaron por la ventana de la vivienda, observando así un carruaje que era jalado por dos hermosos caballos. Nieves no reconoció el carruaje, pero su corazón dio un vuelco al imaginar de quien se trataba. Un horroroso escenario en el que veía a tía Isabel bajar del vehículo con malas noticias sobre Esther le heló la sangre. Sus manos temblaban mientras su vista se hacía borrosa. Ni siquiera se dio notó cuando Antonia abrió la puerta de la casa y salió a ver de quien era la inesperada llegada.

—¡Nieves, Nieves! —gritó asomando la cabeza —Sal ¡Es Esther!

Nieves tardó unos segundos en reaccionar. Las palabras de Antonia finalmente rompieron el hechizo de sus pensamientos, y sin pensarlo dos veces, se levantó apresuradamente. Su corazón latía con fuerza mientras corría hacia la puerta, apenas notando el asombro en los rostros de su hermana y Rito.

Al salir, el sol brillante la deslumbró por un momento, pero no le importó. Sus ojos buscaron desesperadamente la figura familiar, y cuando finalmente la encontró, sintió que las piernas le temblaban de alivio. Allí estaba Esther, bajando del carruaje con una mezcla de cansancio y determinación en su rostro.

Sin dudarlo, Nieves se lanzó hacia la cerca que separaba el patio de la calle, sus manos temblorosas luchando por abrir el portón con rapidez. Cuando finalmente lo logró, corrió hacia Esther, que ya había comenzado a caminar hacia ella con los brazos extendidos.

—¡Esther! —gritó Nieves, su voz quebrándose por la emoción.

Esther apenas tuvo tiempo de responder antes de que Nieves la envolviera en un abrazo fuerte, desesperado. Ambas mujeres se aferraron la una a la otra como si no quisieran soltarse jamás, dejando que la tensión acumulada durante tantos días se disipara en ese momento.

—¡Gracias a Dios que estás bien! —sollozó Nieves, sus manos apretando los hombros de Esther con fuerza—. Estaba tan preocupada…

Esther acarició suavemente el cabello de Nieves, tratando de calmarla. Aunque estaba agotada por el viaje y todo lo que había vivido en los últimos días, se sentía aliviada de estar finalmente en un lugar seguro, junto a su mejor amiga.

—Lo sé, lo sé —murmuró Esther, su voz suave pero firme—. Estoy aquí ahora. Todo va a estar bien.

Nieves asintió con la cabeza, incapaz de articular palabras mientras las lágrimas caían por su rostro. Se separó un poco, lo suficiente para mirar a Esther a los ojos, buscando en ellos la seguridad que necesitaba.

—Tienes que contarme todo, absolutamente todo —dijo Nieves con un suspiro profundo, tratando de recuperar la compostura—. Pero primero, vamos adentro. Debes estar agotada.

Esther sonrió débilmente y asintió, dejándose guiar por Nieves hacia la casa, donde Antonia y Rito ya las esperaban con una mezcla de curiosidad y alivio. Antonia, con su característico entusiasmo, corrió hacia ellas, envolviendo a Esther en otro abrazo mientras Rito la observaba con ojos grandes y brillantes.

Nieves miró a Esther con ojos suplicantes, queriendo saber el contexto de la última carta de Esther, pero decidiendo esperar hasta que su amiga estuviera lista para hablar.

—Vamos, entremos a la casa —dijo finalmente, guiando a Esther hacia la puerta—. Te prepararemos algo de comer y podrás descansar un poco. Tenemos todo el tiempo del mundo para hablar.




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