Ilumíname con tu luz

Capítulo XXVI “Conversaciones de medianoche”

Horacio llegó a casa antes de que cayera la noche, le tomó por sorpresa observar a su madre en una calurosa conversación junto a Esther y Tess, a quienes no esperaba encontrarse.

Después de una amistosa bienvenida todos se sentaron en la mesa a comer. Nieves, quien permanecía a un lado de Horacio, le dio un pequeño golpe en la pierna con la punta de su zapato, este la miró sin comprender.

—Necesito que hables con Tess —susurró, intentando pasar desapercibida por los demás integrantes en el comedor.

—De acuerdo —murmuró él de vuelta.

Las risas y los murmullos envolvían el comedor, pero en medio de todo ese ruido, Nieves no dejaba de observar a Esther.

Desde que había llegado, Esther parecía serena, despreocupada, como si la agitación de su última carta y la gravedad de su huida hubieran sido solo un mal sueño. Su comportamiento jovial contrastaba con las palabras cargadas de miedo y ansiedad que había expresado en su carta anterior. Esto inquietaba a Nieves, quien la estudiaba en silencio, buscando señales de angustia o preocupación. Pero Esther, aparentemente ajena a sus propios conflictos, reía y charlaba con Tess, sin dejar entrever ninguna de las sombras que, según sus palabras, la acosaban.

Nieves intentó concentrarse en la comida frente a ella, pero su mente seguía volviendo a los posibles peligros que acechaban a su amiga. ¿Qué podía haber cambiado tanto desde que escribió aquella carta llena de desesperación? ¿O acaso Esther estaba ocultando algo?

Mientras Nieves reflexionaba, el señor Jorge rompió la corriente de pensamientos con su profunda voz.

—Bueno, muchachos —dijo con una sonrisa mientras dejaba los cubiertos a un lado—. Ya es hora de que me retire a la cama. Espero que disfruten de su estancia aquí, Esther y Tess. Es un placer tenerlos con nosotros.

Esther y Tess agradecieron educadamente, devolviendo la sonrisa a Jorge, quien asintió antes de levantarse con pesadez.

Doña Gregoria, siempre la anfitriona, aprovechó el momento para hacerles una oferta.

—Si lo desean, pueden quedarse en la finca con nosotros. Tenemos habitaciones de sobra y estarán bien atendidos.

Horacio, sintiendo que era el momento adecuado para intervenir, se adelantó antes de que Esther o Tess pudieran responder.

—Madre, te agradezco la oferta —dijo —, pero estoy seguro de que Tess y Esther estarán más cómodos con Nieves y conmigo. Tenemos espacio suficiente en nuestra casa, y así podremos estar cerca en caso de que necesiten algo.

Gregoria, aunque claramente no estaba del todo conforme, asintió con una leve inclinación de cabeza, sabiendo que era inútil insistir cuando Horacio ya había tomado una decisión.

—Como quieras, mi cielo —respondió ella, esbozando una pequeña sonrisa—. Pero ya saben que mi casa está siempre abierta para ustedes.

Con las habitaciones ya acordadas, la conversación en la mesa empezó a decaer. Rutilia, quien había permanecido en silencio la mayor parte de la velada, se puso de pie y se dirigió a su hija con suavidad.

—Nieves, me llevaré a Rito y a Antonia a casa. Creo que ya es hora de que descansen.

Nieves asintió mientras Rutilia tomaba del brazo a Antonia, quien apenas logró disimular su descontento por irse tan pronto. Después de una breve despedida, la pequeña comitiva, encabezada por Rutilia, abandonó la casa, dejando un vacío en el bullicio que se había mantenido hasta entonces.

Poco después, Gregoria y Don Jorge también se retiraron a sus aposentos, dejando a Horacio, Nieves, Tess, y Esther solos en el comedor.

El silencio que quedó fue más denso que incómodo. Horacio, sintiendo la tensión acumulada, se inclinó hacia Nieves y le susurró al oído:

—Hablaré con Tess cuando todos se vayan a dormir.

Nieves asintió, sabiendo que la conversación pendiente con Tess era necesaria, pero también esperando pacientemente a que la calma de la noche trajera consigo las respuestas que necesitaban.

Caminaron a través de la gran finca hasta llegar a la casa que Nieves y Horacio compartían. Desde afuera, y por la oscuridad de la noche, los invitados no podían apreciar bien la hermosa fachada, sin embargo, al entrar en la vivienda, la boca de Esther se abrió sorprendida.

—Qué belleza —susurró.

—Tienen una linda morada —añadió Tess —es acogedora.

—Gracias —agradecieron los dueños, algo avergonzados.

Tras darles un breve recorrido por la vivienda, se tomó la decisión de las habitaciones, y es que a Nieves le parecía una bajeza dejar dormir con Tess a Esther (a quien consideraba una niña) así que ni de broma les dejaría pasar la noche juntos en la misma habitación. Y Tess estuvo de acuerdo e insistió en que seria mejor que las chicas durmieran juntas y los chicos igual.

Horacio tenía mala cara mientras acomodaba la cama que compartiría con Tess, se trataba de su habitación, a fin de cuentas, lugar que no le gustaba compartir, a no ser que se tratara de Nieves, quien además nunca había deseado dormir con él. En el fondo se sentía algo molesto, de pequeño recordaba haber compartido la cama una o dos veces con su hermano, y quizá, cuando estaba enfermo, con su madre cuidándolo. Pero esperaba que al menos en su vida de casado, la primera persona con la que compartiría su cama fuera su esposa, no un tipo el cual no terminaba de agradarle.




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