Horacio y Tess salieron de la casa, caminando hacia el camino que los llevaría al pueblo. Horacio intentó despejar su mente, pensando en la mejor forma de manejar la conversación que sabía que eventualmente tendrían. Tess, por su parte, parecía disfrutar del paisaje, observando con curiosidad cada detalle a su alrededor, desde los árboles hasta los campos verdes que se extendían más allá del horizonte.
Lo miró de reojo mientras este le seguía el paso. La noche anterior había revelado algunos secretos y dejando en la incertidumbre otros. La curiosidad picaba en la piel de Horacio, pero sintiendo que su relación con Tess no era realmente tan cercana la manera de abordar otra conversación sobre su vida le venía como un balde de agua fría.
—Y entonces ¿Qué relevante oficio haremos en casa de tu amigo? Querido Horacio —preguntó de repente sin apartar la vista del camino de tierra.
—No es nada del otro mundo, solo reparar algunas maderas en el establo de su familia.
—Nunca he reparado nada —confesó.
—Te enseñaré entonces… no te preocupes, solo procura no ser un estorbo.
Tess soltó una risa que sacó a las aves apresuradas de los árboles. El sol matutino le acaricio el rostro dejando ver unos hermosos ojos almendrados, sonrió viendo a Horacio.
—Soy un estorbo para ti desde que me conociste, es extraño que ahora te preocupes por eso.
Horacio bajo la mirada sintiéndose ligeramente mal por las palabras que habían salido de la boca de Tess. Se rascó la oreja con nerviosismo intentando encontrar la respuesta correcta.
—No eres un estorbo —dijo aclarándose la garganta —quizá al inicio, cuando creí que tenías interés en Nieves, pensé que lo eras, pero no ahora.
—¿Ah no?
—No —una sonrisa traviesa se cruzó en su rostro —solo eres un dolor en el culo.
Ambos hombres comenzaron a reír a carcajadas. La fuerte brisa se llevaba sus risas al campo abierto, mientras los árboles y el césped danzaban debido a ella.
Tomaron un camino hacia la derecha y, al horizonte la finca de Eliecer se asomaba. Tess soltó un silbido de asombro.
—¿Es ahí?
—En efecto, compañero —respondió Horacio.
Tess observó la finca con curiosidad. La casa de campo se alzaba sencilla pero robusta, rodeada de una vasta extensión de terreno con campos y establos. Aunque Tess estaba acostumbrado a paisajes más urbanos, no pudo evitar sentirse impresionado por la tranquilidad que irradiaba aquel lugar.
—Es más grande de lo que imaginaba —admitió Tess, mirando los establos en la distancia.
—Eliecer y su familia llevan trabajando esta tierra por generaciones —explicó Horacio mientras seguían caminando—. No es fácil, pero lo hacen con orgullo. Hoy le toca arreglar unas maderas que se han soltado por las últimas lluvias.
Tess asintió, escuchando con atención, aunque su mirada se desviaba de vez en cuando hacia los detalles que lo rodeaban. A pesar de su aparente relajación, algo en él sugería que estaba constantemente evaluando, como si no terminara de sentirse cómodo en un entorno tan diferente al suyo.
—Entonces —dijo Horacio —Nieves me contó un poco más sobre el tema de Esther.
—Imaginé que algo así pasaría, no hay secretos entre marido y mujer ¿eh, amigo? ¿Qué quieres saber?
—Bueno, Nieves y yo decidimos que Esther y tú pueden quedarse el tiempo que necesiten. Pero es innegable pensar que la tía Isabel tiene demasiado poder.
Tess lo miró de reojo, con esa expresión enigmática que Horacio empezaba a conocer bien.
—Quizá deberías considerar alternativas más drásticas —sugirió Tess en voz baja—. No siempre puedes jugar de manera limpia cuando te enfrentas a personas poderosas.
Horacio lo observó, sorprendido por la sugerencia. Sabía que Tess era alguien que no se regía por las normas convencionales, pero aquello sonaba casi... peligroso.
—¿A qué te refieres con “alternativas drásticas”? —preguntó Horacio, intrigado, pero a la vez cauteloso.
Tess se encogió de hombros, su tono despreocupado contrastando con la seriedad del tema.
—A veces, las personas como tu tía Isabel solo entienden cuando se les muestra que no tienen control, sobre todo. No digo que hagas algo imprudente, pero... hay formas de asegurar que Esther no regrese a una situación que la arruine.
Horacio guardó silencio por un momento, reflexionando sobre las palabras de Tess. No era del tipo que tomara decisiones impulsivas o extremas, pero las circunstancias parecían exigir algo más de él. Sin embargo, antes de que pudiera responder, llegaron a la entrada de la finca.
Eliecer salió al encuentro de ambos, su expresión relajada y una sonrisa amplia en el rostro.
—¡Horacio! ¡Me alegra verte, amigo! —exclamó Eliecer mientras se acercaba para estrechar la mano de Horacio—. ¿Y este joven es?
Horacio sonrió, presentando a Tess con una breve inclinación de cabeza.
—Eliecer, este es Tess. Vino a echar una mano con las reparaciones.
Tess extendió la mano con una sonrisa, aunque sus ojos seguían evaluando el entorno.