Ilusiones Ópticas

Capítulo 1

Julia

¿Aceptar el reto o resignarme? ¿Qué debía hacer? La incertidumbre de saber si elegía el camino correcto al decidir una cosa u otra me estaba matando. No se trataba de una respuesta fácil. Ni mi familia, ni siquiera mi horóscopo tenían el poder de escoger por mí. Y es que ejercer como enfermera era lo que siempre había deseado y para lo que había trabajado tan duro estos últimos años. Pero esa no era la cuestión que me tenía en vilo ya tres días, sino el destino que me habían ofrecido.

Julia Aranda, o sea, yo, me caracterizaba por ser la persona más indecisa y dependiente del mundo. En cuanto a tomar decisiones, nunca era capaz de coger la sartén por el mango y aferrarme a lo que de verdad quería. Un simple sí o no bastaría para poner patas arriba mi vida. Y por otro lado, la necesidad de estar rodeada de aquello que conformaba mi actual vida me impedía aún más decantarme por lo que realmente deseaba. Coger el camino más sencillo suponía quedarme en este lugar, para siempre. Pero por una vez en mi puñetera vida necesitaba dar el paso, aceptar el reto aunque supusiese marcharme de aquí y alejarme de mis seres queridos.

— Cariño, ¿has pensado ya lo que vas a hacer? –me preguntó mi madre con cierta impaciencia–. No quiero presionarte, pero se acaba el plazo y necesitas dar una respuesta.

— Lo sé, mamá, lo sé. Pero es que no puedo decidir, irme tan lejos... Y sola... ¿Tú qué harías? –murmuré con la cabeza echa un lío.

— Es decisión tuya, pero yo perseguiría mi sueño. Además, para empezar es un buen lugar para trabajar, y hasta te dan el alojamiento –explicó ella a fin de tranquilizarme.

— Ya, pero... ¿y lo lejos que está de aquí? Hay cientos de kilómetros y, entre las guardias los fines de semana y el resto de la jornada, casi no podré venir a visitarte. ¿Y qué voy a hacer yo allí sola? –me sinceré entre lágrimas.

— Tú puedes con todo, conocerás a gente nueva y ya verás cómo sacamos un huequito para vernos a menudo –intentó de nuevo motivarme–. Pero tienes que elegir, Julia, o el puesto se lo ofrecerán a otra persona.

Mi madre era el pilar de mi vida, mi razón de ser y gracias a ella había podido superar la ruptura más traumática que nunca imaginé vivir. Era de esas personas que siempre te sacaban una sonrisa, de las que encontraban un motivo para hacerte feliz al olvidar por un momento la jodida realidad. Además, mi madre tenía la sonrisa más radiante de la familia, sin duda se trataba de una mujer fuerte y valiente capaz de defender a los suyos a capa y espada. Y eso era algo que yo debí aprender de ella.

Tenía veinticuatro años y hacía justo dos que tendría que haber acabado la Universidad. Sin embargo, recién me había graduado como enfermera. En efecto, los cálculos no fallaban, había perdido todo ese tiempo sumida en una fuerte depresión. Que mi entonces novio me engañara con mi entonces mejor amiga tambaleó todo mi mundo. Me sentí como una idiota por haber confiado en ambos, ahora sabía que ninguno de ellos era merecedor de mi cariño. Y mi madre, además de mi psicóloga, fue la pieza clave para recuperar la confianza y autoestima con el fin de terminar el proyecto que con tanta ilusión había comenzado.

Y llegó el cuarto día desde que recibí la oferta de empleo. Al principio fue algo emocionante, pero después se tornó en un mar de dudas. Dudaba si dejarlo todo y empezar una nueva vida, en el fondo sabía que este era el momento idóneo para tomar la primera decisión importante de mi existencia. Y decidí por una vez huir de la cobardía y mirar hacia adelante, siguiendo el ejemplo de mi madre. De modo que me armé de valor y me lancé a por ello.

— Voy a decirles que sí –musité.

— ¡Cuánto me alegro, cariño! Sé que has elegido el camino correcto –me animó mi madre.

— ¿Me echarás de menos? –solté la pregunta casi arrepintiéndome de mi decisión.

— Claro, muchísimo –y me besó con todo el amor que una madre podía transmitir.

Así que tras recibir la llamada del hospital y concertar las cláusulas de mi contrato, me puse manos a la obra para preparar la maleta. Y por maleta no solo me refería a la ropa y enseres personales, sino a la carga emocional que llevaba conmigo misma. Miedo a la soledad, desconfianza y falta de valentía, esas tres cualidades me pesaban sobremanera. Aún no había superado del todo la ruptura, aunque me autoengañara diciéndoles a los demás que sí era así. Esperaba que este drástico cambio me ayudase a zanjar esos temas del pasado que tanto anhelaba desterrar de mi mente y, sobre todo, de mi corazón.

Dos días más tarde, mi madre estaba peinando mi larga melena morena en una trenza antes de emprender el viaje. Todo el equipaje estaba dentro del coche y ella misma sería la encargada de llevarme hasta la parada del tren. Ambas fuimos incapaces de despedirnos sin derramar ninguna lágrima. Era la primera vez que nos separaríamos tanto, y la triste mirada grisácea de mi madre hizo que me viera reflejada en ella. Ojalá yo hubiese heredado de ella algo más que sus ojos, ojalá tuviese su valentía.

Llegué hasta la ubicación que marcaba el GPS, estaba frente al Hospital Los Rosales, el lugar que de ahora en adelante se convertiría en mi hogar. Aunque para ser más concisa, se trataba de una residencia temporal, pues aún no tenía del todo claro si podría sobrellevar esta situación. Me acerqué con las maletas hasta el puesto de administración, donde un hombre me explicó educadamente cómo podría encontrar el estudio que me había sido asignado. Además, me indicó el puesto al que debía dirigirme para recoger las llaves y la planilla de mi jornada laboral. Cogí aire y me encaminé hacia allí:

— Buenas tardes. Soy Julia Aranda, la nueva enfermera. El personal de administración me ha comentado que aquí me proporcionaríais la llave de mi alojamiento y el "planning" de trabajo –expuse tragándome los nervios que tenía a flor de piel.

— Buenas tardes, Julia. Aquí tienes el horario semanal y el uniforme de la talla que nos indicaste en el e-mail –dijo la chica entregándome ambas cosas–. Te acompañaré a tu estudio, hace poco que lo han desalojado y creo que aún quedaban cosas del dueño anterior. Puedes dárnoslas y nosotras las guardaremos por si vienen a reclamarlas.




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