Ilusiones Ópticas

Capítulo 3

Julia

Definitivamente esto se estaba convirtiendo en mi peor pesadilla. Primero, había aceptado a regañadientes quedarme en mi apartamento y todo por su palabrería barata. ¿Se creía que con un simple ánimo me haría cambiar de opinión? En realidad no lo había hecho ni por él ni por mí, sino por mi madre. Por ella intentaría darle una oportunidad a esta, mi nueva vida. Y no quería defraudarla a la primera de cambio. No obstante, esta falsa confianza sólo era un reflejo que se desvaneció al ver quién se escondía detrás del uniforme de enfermero.

No fui capaz de reconocerlo de espaldas, puesto que la imagen que recordaba en mi cabeza estaba algo difusa. No sabía bien si se debía a la sorpresa, o mejor dicho al susto, de encontrarme a un desconocido junto a mi cama; o si en cierto modo la somnolencia que aún me dominaba me había dado esperanzas de que realmente se tratase de un sueño, o mejor dicho de una pesadilla. Fuese un motivo u otro, ese idiota de pelo rubio ondulado y con cuerpo torneado era mi nuevo compañero, de piso y de trabajo. Sí, de ambas cosas, por el momento, aunque estuviese a punto de pedir un doble traslado.

— Bueno, Marcos, como es su primer día –comenzó diciendo la directora de planta refiriéndose a mí–, tendrás que enseñarle cómo funciona el hospital para que vaya conociendo a los pacientes.

— Eso está hecho, Elena –repuso él con alegría.

— Mucha suerte, Julia. O mucha mierda, como decís los jóvenes ahora –me animó la directora. Elena era una mujer de mediana edad, que incluso podía ser algo mayor pero su jovialidad le restaba años–. Nos vemos, ya me vas contando...

— Gracias –repetí la palabra que con mayor frecuencia pronunciaba últimamente.

Los ánimos que Elena me había dado se esfumaron en el momento que me quedé a solas con mi nuevo "compi". No quería entablar una conversación con él, así que simplemente me limitaría a observar cuanto aquello me quisiera enseñar. Aunque sabiendo lo ilógico que esto parecía ser, lo mismo ni se molestaba en mostrarme ni dónde se encontraban los sueros. Con este chico, nada podía sorprenderme... O sí...

— ¿Empezamos con el tour? –preguntó Marcos en sentido afirmativo–. ¡Vamos, novata!

Lo único que obtuvo por respuesta fue mi silencio sumado a mi inexpresiva cara. Pero probablemente entendió que debía cumplir las órdenes de Elena. De forma que me paseó por todo el pasillo que comunicaba con las habitaciones de los pacientes. La mayoría lo saludaban a su paso y a aquellos no lo hacían, Marcos los miraba con aires de "aquí estoy yo" para hacerse denotar y conseguir que finalmente se rindieran a sus pies y a su subidita autoestima. Eso me hizo darme cuenta de que era el tipo de persona que adoraba aquello que un día se hizo famoso de "los focos hacia mi persona".

El resabiado enfermero me mostró el almacén donde encontrar todo tipo de útiles y productos sanitarios que me fuesen de utilidad, valga la redundancia. Además, me llevó hasta una pequeña salita, utilizada a modo de comedor, donde los enfermos también solían hacer los turnos de noche. Frente a ella, se ubicaba el aseo junto al vestuario. Sin embargo, mi parte favorita llegó cuando recorrimos las habitaciones de los pacientes, desde bebés hasta adolescentes, pasando por niños que estaban o vivían hospitalizados.

Marcos me presentó a todos los pacientes y, en contraposición a como solía él comportarse, su lado creído y orgulloso se transformó en amabilidad y cortesía. Los niños lo adoraban, en especial Carlitos. Por lo que su madre me había comentado, el niño llevaba en el hospital casi desde que Marcos había comenzado a trabajar como enfermero, por eso lo tenía en tanta estima. El pequeño tenía una de esas enfermedades raras que eran tan inusuales entre la población que apenas investigaban en ellas, pero no me sentí con la confianza suficiente para preguntarle por el nombre de la patología. Lo que sí destacaba en él era su sonrisa y su alegría, parecía el niño más feliz del mundo aún viviendo encerrado entre esas cuatro paredes.

Para mi sorpresa, tanto pacientes como familiares me recibieron con los brazos abiertos y me demostraron lo importante que podía ser mi profesión para ellos. Y no me refería al papel como tal de enfermera, sino más bien el apoyo psicológico que indirectamente les proporcionábamos. Que nosotros podíamos contagiarles nuestra felicidad a pesar de los malos momentos que podían estar pasando, hacía que me sintiese aún más valorada. No obstante, a mi parecer pensaba que ellos podían enseñarme y ayudarme a mí más que yo a ellos. Los pacientes, a ellos me refería, porque en cuanto a mi compañero...

— ¿Qué te ha parecido el hospital? –me preguntó Marcos como si el incidente de esta mañana nunca hubiese existido.
— Pues no sé qué opinión espera escuchar alguien que tiene por apellido el nombre del centro –denoté con cierta antipatía que hasta me sorprendió a mí misma. No llevaba ni veinticuatro horas y ya me había desenvuelto bastante. Puede que fuese la rabia que le guardaba a Marcos, y eso que yo no era para nada rencorosa, que me transformaba en una deslenguada.
— Una opinión real –musitó.
— De cara al paciente todo es amabilidad, pero fuera de ahí –empecé diciendo–...
— Me refería a los pacientes –concretó él–. Me suda lo que pienses de mí y de mi apellido.
— Ya veo, no te mereces este puesto de trabajo –contraataqué yo ante el menosprecio a su familia, algo que para mí era sagrado.
— ¿Hace falta que te recuerde con quién estás hablando? –repitió su amenaza que me hizo dudar y replantearme horas antes mi futuro como enfermera.
— ¿Para qué? ¿Me amenazas con echarme y luego tratas de convencerme para que me quede? Me parece que la coherencia y tú no os lleváis muy bien –repliqué echándole en cara su ilógico modo de actuar.
— Sólo quería ponerte a prueba, cobarde –sentenció como si quisiera iniciar una discusión.
— No soy una cobarde –murmuré cayendo en su juego.
— Ves, la incoherente aquí eres tú –rechistó Marcos dándoselas de sabelotodo–. Esta mañana no decías lo mismo...
— No pienso discutir contigo, tú sólo buscas pelea –añadí intentando que no escapara algo aún peor de mi boca.
— Me encantan las peleas, porque después vienen las reconciliaciones –esbozó el idiota de mi compañero.
— No creas que vamos a ser amiguitos, no –concluí generando en él un sonrisilla que precedería a su sonada intervención.
— Lo suponía... Verás –e hizo una breve pausa antes de continuar–, lo que yo uso para reconciliarme está claro que tú únicamente lo usas para dormir –soltó finalmente.
— ¡Eres un guarro! Y si lo que quieres es que me quede en tu apartamento para lo que sea que estés pensando –proseguí ante su idea de usar la cama para otros menesteres–...
— ¡Ehh, corta el rollo! No se me pasaría por la cabeza serle infiel a mi novia –confesó hiriéndome en lo más profundo de mi corazón. Todas las sucias palabras que habían salido de su boca se habían esfumado y sólo quedaba en mi mente el término "infiel". Esa punzada que se clavaba en mi corazón ocasionando el mismo dolor que hacía dos años se estaba repitiendo. Malos recuerdos que me hicieron palidecer y alejarme de la discusión que manteníamos. Segundos de tristeza absoluta que no me dejaban pronunciar palabra alguna.
— Voy a la máquina expendedora, necesito agua –pronuncié con el tono de voz de esa Julia que se hacía pequeñita y perdía cualquier pizca de valentía que poseyera.
— Compra algo de chocolate... Dicen que es el mejor sustituto del sexo –escuché la voz de Marcos en la lejanía mientras mis pasos me llevaban a escapar de allí con tanto acelero que ni recriminarle el comentario pude.
Corrí hasta llegar a la sala donde se encontraba la máquina expendedora, el nudo que mantenía mi estómago encogido me hacía retorcerme de dolor. Un dolor no físico, sino emocional. Rememorar lo ocurrido tiempo atrás hacía renacer en mí los mismos sentimientos que en el pasado llegué a experimentar. Como en aquel momento, al principio el llanto quedó reprimido en mi interior, pero más tarde rompí en sollozos. Breves pero intensos. Inspiré y exhalé el aire varias veces, bebí agua y me enjugué los restos de lágrimas que cubrían mi rostro. Decidí volver y seguir con este reto que tanto trabajo me había costado aceptar, y para mi sorpresa me topé con la supervisora del centro:
— Hola Julia, ¿cómo llevas tu primer día? –me saludó enérgica. Se llamaba Sol y en referencia a su nombre, parecía irradiar energía por cada poro, esa que yo tanto necesitaba ahora.
— Hola Sol, pues justamente quería hablar contigo –expresé sin dar rodeos–. Me gustaría pedir un traslado de planta y, bueno, también de apartamento.
— ¿Y eso? Si tienes uno de los mejores estudios, con vistas al jardín –proclamó la supervisora.
— Pues es por un problemilla que he tenido –comencé a explicar algo temerosa por las palabras que le sucederían–... la ducha, que no sale agua caliente –mentí deliberadamente. No sabía por qué razón, pero mentí. Esa no era la razón verdadera.
— Ahh, por eso no te preocupes. Enviaré a los chicos de mantenimiento para que lo revisen –concluyó–. ¿Y el trabajo? ¿No te gusta la planta de pediatría?
— Sí que me gusta, pero –y de nuevo cesé la conversación ante la segunda mentira que contaría–... no sé si para empezar es lo mejor. ¿Podría cambiarme a otra planta?
— Pues –se detuvo ella esta vez mientras fijaba su vista en algo detrás de mí–... creo que ahora mismo no hay ninguna otra vacante. Dale una oportunidad –comentó haciéndome recordar que esa misma frase había salido por la boca de...
Entonces me giré y lo ví. Marcos, él había obligado a que la supervisora tomase esa decisión. Lo odiaba, lo odiaba con todas mis fuerzas. "¿Por qué a mí? ¿Por qué?", me preguntaba una y otra vez. Qué había hecho yo para merecer esto, el karma me estaba castigando y me ponía a prueba a cada instante. Ojalá mi horóscopo me hubiese advertido de que no era un buen momento para tomar una decisión tan importante, ojalá los astros estuviesen de mi lado. Pero no, todo estaba a favor de Marcos y de su estúpido favoritismo. El niño enchufado de papá... Hasta me había hecho mentir por él. Aunque pensándolo bien, ahora que supuestamente el grifo del agua caliente de la ducha estaba roto, era la excusa perfecta para echar a ese idiota.




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