Marcos
¿Que Sol le había dado un alojamiento? La misma Sol que años atrás se había negado a darme cobijo por ir en contra de sus imposiciones. Pero Sol ante todo era supervisora, enfermera, compañera, todo estaba por encima de actuar como madre. Por ese motivo no me sorprendía que se hubiese comprometido con Julia a que no le faltaría un techo donde pasar estos dos días mientras los técnicos reparaban la avería.
Lo que peor llevaba de todo esto era que le había pedido un favor a mi padre por ella, sí, por ella. Y el director Rosales no era de los que accedía a cualquier propósito sin obtener algo a cambio. Al igual que elogiaba el altruismo de Sol, Miguel era todo lo contrario. Puede que el tener un carácter tan opuesto hubiese sido la primera de las múltiples razones que les llevaron a romper su relación amorosa, que no a nivel profesional.
Primero, le rogué que aceptase su idea de organizar una fiesta, hasta el punto de prometerle que yo le ayudaría en todo. Y segundo, le pedí que dejase que se quedara en el loft destinado a los invitados que visitaban el hospital. Dos favores a cambio de... otros dos favores. El primero de ellos, mi total implicación en el evento infantil; el otro, algo más personal que nunca pensé que diría: Vivir en ese mismo loft que estaba adosado al lujoso apartamento de soltero donde ahora residía mi padre.
Y Julia me llevó a caer en una trampa que, con la mirada fulminante que mi padre me dirigió, comprendí que mi palabra no expiraría por mucho que hubiesen cambiado las tornas. El por qué tomaba las decisiones equivocadas con la persona equivocada aún no lo tenía muy claro. Me había negado a mudarme con Marta y ahora, ¿me veía accediendo a volver bajo el ala de mi padre por mudarme con Julia? No tenía respuesta para eso, pero sí que tenía preguntas para conocer más detalles sobre el nuevo alojamiento de mi compañera:
— ¿Por qué no me habías dicho que la "Jefa Suprema" te había buscado un apartamento? –le solté a Julia nada más cruzar el umbral que separaba el despacho del resto del interminable pasillo.
— ¿Tanto te importa? ¿Lo de la fiesta era una excusa para que tu padre me dijese que me quedase en ese... como quiera que se llame? –contraatacó ella refiriéndose al loft y sin dar respuesta a mis preguntas.
— Sí y no –repuse yo creando cierta confusión.
— O sí, o no. Tan simple como elegir uno u otro –comentó sacando a relucir su rabia característica.
— No, porque la fiesta me parece una buena idea; y sí, porque te prometí que nos mudaríamos –expliqué al fin el motivo de mi divagada contestación.
— ¡Para! ¡Deja de usar verbos con el pronombre personal de la primera persona del plural! –gritó enfurecida.
— Admite de una vez que desde que ocupaste mi apartamento, ahora todo es un "nosotros". Admite que somos compañeros de piso y de trabajo. Admítelo –chillé reprochándoselo.
— ¡No soy una okupa! Además, no soy yo la que va mendigando una ducha y no es siquiera por quedarse en ese estudio, como se llame, de invitados –mencionó esto último recalcando que la opción del loft era mejor que el pequeño estudio en el que residía hasta hacía unos días.
— Se llama loft, y ahora por tu culpa tendré que quedarme allí –escupí lleno de rabia.
— ¿Ahh, que ahora es culpa mía? ¿Cuándo te he pedido yo un favor? –esbozó entrando en cólera–. Un momento... ¿lo de la fiesta ha sido a cambio de mudarte al loft? –comprendió el trato que había cerrado con mi padre.
— Mudarnos –corregí–. Y no te hagas la importante, que todo lo he hecho por Carlitos.
— ¡Guárdate tu condescendencia! –me echó en cara–. Bueno, todos salimos ganando: Carlitos tendrá su fiesta, yo me desharé de ti y tú te mudarás a un lujoso loft.
— Claro, a costa de que mi padre me controle... ¡Paso! Ojalá estuviera solo y pudiese hacer lo que me saliera de la po... –corté mi obscena expresión al contemplar cómo se llenaban de lágrimas los ojos de Julia.
— Dicen que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes... Y tu caso no será la excepción –musitó ella bastante afectada.
Julia salió corriendo y me dejó con la palabra en la boca. Puede que fuese el momento de pedir perdón, por todas y cada una de las veces que nuestras discusiones habían hecho que terminase llorando. La primera vez la cagué con la falsa amenaza de que mi padre la echaría de su puesto de trabajo, y la segunda cuando hablé de mi fidelidad hacia Marta. Ahora lo había jodido todo, otra vez. Y eso me mataba por dentro. No sabía si era su fragilidad, los secretos que ocultaba con tanto recelo, o sus expresivos ojos grises que hacían traslucir su bondad; pero Julia valía la pena y no se merecía aguantar a un gilipollas como yo.
Mañana trabajaríamos de turno de tarde, de nuevo empleé una forma verbal en primera persona del plural. Así que, ya que ahora debía instalarme en el loft, aprovecharía la tarde para pasarla en casa de Marta y regresar a la hora de dormir. Lo mismo hasta mi padre me visitaba para darme el beso de buenas noches, qué irónico se había vuelto todo. Una recaída en la vida dependiente y programada de la que años atrás conseguí escapar. Y mi mudanza conllevaba recoger mis pertenencias de mi antiguo apartamento, pero esa tarea la dejaría para cuando Julia se hubiese marchado; no quería encontrarme con ella y enzarzarnos en otra disputa.
— No podré quedarme a dormir –le confesé a Marta separándome de sus labios y de su cuerpo.
— ¿Cómo? –gruñó ella tirando de mí y acercándome a su cálida piel impregnada en gotitas de sudor.
— Me he mudado al loft que construyó mi padre para los invitados del hospital –expliqué entrecortando mis palabras por los besos que tan sensualmente Marta estaba depositando por mi cuello.
— ¿Sobrevivirás sin mí? –preguntó lamiendo el punto sensible de mi cuello.
— ¿Y tú sin mí? –la agarré oprimiendo nuestros cuerpos y haciendo que soltara un gemido de placer.
Horas más tarde, y ya repuestos del apasionado encuentro, retomamos la conversación de mi "vuelta a casa". Porque aunque no fuese exactamente eso, sí que implicaba lo mismo. Le expliqué que se debía a una fuga que había en mi apartamento y que cuando la reparasen, todo volvería a la normalidad. Omití el motivo de acceder a la proposición de mi padre. Y, como siempre, Marta no indagó en busca de más información que la que yo mismo expresé por mi boca. De forma que la besé y me dispuse a marcharme.