Ilusiones Ópticas

Capítulo 7

Julia

Marcos siempre reaccionaba del mismo modo a mis hirientes comentarios. Había descubierto su punto débil, ese que hería su orgullo y que le obligaba a comportarse como el resto de los mortales. Pero lo que realmente captaba mi atención era su mirada que dejaba entrever el vacío que sentía en su interior. Algún motivo oculto, un enigma quizá, que necesitaba desvelar por el bien de mi salud ungueal. Onicofagia se denominaba al acto de morderse las uñas, y mi intriga había desembocado en ello.

El niño mimado se marchó descolocado segundos después y unos minutos más tarde llegó Sol en mi busca. Lo mismo hasta se habían cruzado por los pasillos. El caso era que lo que hubiese pasado entre ellos lo acabaría descubriendo. Sin ir más lejos, el subidón de adrenalina que me había provocado la vulnerabilidad que Marcos reflejaba me sirvió para armarme del valor suficiente y preguntarle a la supervisora acerca del asunto... Pero mis indagaciones aún podían esperar.

— Buenas noches, Sol. Gracias por dejar que me quede estos días en tu casa –le agradecí el amable gesto que había tenido conmigo.

— Buenas noches, Julia. No hay de qué, aquí estoy para lo que necesites –me correspondió con cortesía–. ¿Tienes ya todo listo para irnos?

— Sí, llevo mis cosas en este macuto –dije señalando el bolso que albergaba mi escueto equipaje, el suficiente para pasar dos días fuera de casa. Esta era mi casa, que no mi hogar.

— Perfecto, vamos entonces. No tardaremos más de diez minutos en llegar –explicó ella.

De forma que pusimos rumbo al lugar que tanto estupor había provocado en Marcos y su padre. Tampoco podía olvidar la reacción de este último, en mi mente se conformaba un triángulo de interrogantes que los relacionaba a los dos con Sol. Al llegar, observé el bonito y cuidado dúplex propiedad de la supervisora. Desde fuera parecía un hogar acogedor y familiar, lo que me llevó a preguntarme si Sol viviría junto a su familia. La conocía poco, pero nunca había mencionado nada al respecto.

Subimos las escaleras de la entrada y la anfitriona me invitó a pasar al interior. Comprobé que mis expectativas se cumplían a la perfección, era una casa amplia y confortable, un lugar donde sentirse segura. Sin embargo, no había ni rastro de fotografías o enseres que demostrasen que aquella era realmente una vivienda familiar. Y la curiosidad mató al gato, así que no pude contener más mi interés y acabé preguntándole a Sol...

— No quería suponer una carga para tu familia... Quizá no debería haber aceptado quedarme en tu casa –lancé el anzuelo a espera de pescar la respuesta que buscaba.

— No te preocupes, Julia. Hace tiempo que vivo sola, así que me vendrá bien tener compañía un par de días –reveló ella descifrando una de mis inquietudes.

— ¿Puedo ir al baño? –le rogué a fin de buscar alguna otra prueba que me ofreciese más información.

— Por supuesto, al final del pasillo a la derecha –me indicó amablemente–. Prepararé algo rápido para picotear, ¿aún no has cenado, verdad?
— No, aún no he cenado... Pero no pasa nada –intenté no suponerle una carga de trabajo extra.
Mientras tanto, me dirigí hacia el baño y los pasos que recorrí hasta llegar a él solo sirvieron para alimentar aún más mi hambre de hallar la verdad. Dudas y miles de preguntas, sabía que o aprovechaba la ocasión o ya no me vería en otra igual para resarcir mi incertidumbre. De forma que regresé a la cocina, la cual no me costó trabajo de encontrar puesto que el aroma a pizza recién hecha se olía desde el pasillo.
— Mmm, qué bien huele –esbocé con la boca hecha agua–...
— No te he preguntado si te gustaba la pizza tropical –repuso Sol demostrando que era del "team piña".
— Sí, me encanta –aprobé su buen gusto–. Te ayudo a poner la mesa –añadí cogiendo los cubiertos y el menaje que intuitivamente encontré en cajones y armarios.
— Gracias, eres muy amable –me apremió ella.
A continuación, nos sentamos a degustar la deliciosa pizza que Sol había horneado. Su aura desprendía buena energía, tanto que cada vez que la miraba no podía negar que sus padres habían elegido el nombre perfecto para ella. Y hablando de padres e hijos, ella inició una conversación que se aproximaba al enigma encriptado del que yo también quería hablar:
— ¿Y cómo te va en la planta de pediatría? ¿Te gustan los niños? –comenzó diciendo.
— El primer día me costó acostumbrarme, me daba algo de miedo que al no tener experiencia pudiese hacerle daño a los pacientes. Pero la verdad que me han acogido con los brazos abiertos y estoy muy contenta por ello –expliqué demostrando lo feliz que me sentía con mi trabajo.
— Estoy orgullosa de ti. Me alegra que una compañera de profesión esté tan a gusto, especialmente en esa planta. Sabes... yo también empecé ahí, por eso le guardo un cariño especial –agregó emanando amor por sus ojos–. Y no tengas miedo, el miedo sólo corta las alas para volar.
— Acepto el consejo –asentí con la cabeza.
— ¿Y con tu compañero de turno, cómo te llevas? Ya sabes que si hay algún problema, no dudes en decírmelo –apostilló sin esperar una respuesta por mi parte a su primera pregunta, como si supiese de qué pie cojeaba Marcos.
— Bueno, Marcos y yo no nos llevamos muy bien. Pero creo que eso también forma parte del aprendizaje, y no debemos dejar que interfiera con nuestro trabajo –fue la forma más sutil que se me ocurrió para referirme al insoportable de mi compañero.
— Yo tampoco quiero meterme donde no me llaman, pero me crucé con él cuando me dirigía a tu estudio. Él antes vivía allí, pero decidí que era el momento de que dejase de ocupar el apartamento puesto que ya apenas hacía uso de él –contestó señalando que ella había sido la que había tenido la brillante idea de echarlo, porque esa era la palabra–. ¿El cambio de cerradura que me pediste tiene algo que ver con él?
— Sí, Marcos abrió la puerta y entró en el estudio –dije sin dar más explicaciones sobre la infinidad de veces que había repetido el mismo procedimiento.
— Tiene su merecido, le avisé en varias ocasiones de que si no vivía allí con asiduidad, tendría que desalojarlo y no me quiso hacer caso –confesó la supervisora.
— Parece que eres la única que no lo trata como el niño mimado que es –solté olvidando que me había excedido con mi sinceridad.
— Su padre lo ha consentido demasiado y el resto del hospital no quiere meterse en problemas y deciden seguirle el juego –relató dejando entrever que era buena conocedora de su relación paterno-filial.
— No lo conozco mucho, pero me da la sensación de que huye de su familia. No quiere saber nada de ellos –traté de indagar más sobre el tema.
— Quizá sea porque no quiso darse cuenta de que ellos buscaban lo mejor para él –musitó ella con cierta tristeza en su tono de voz.
Con la última frase de Sol decidí abortar la misión de detective secreta. Puede que tuviese alguna otra oportunidad para seguir investigando sobre esta trama que me tenía tan atrapada, pero conocía los límites y yo no era una chica que los sobrepasara con frecuencia. Ni para bien ni para mal, pero mi timidez me benefició esta vez.
El resto de la velada transcurrió tranquila. Hablamos sobre mi ciudad natal, mis estudios de enfermería y los lugares de interés para visitar en ambos sitios. No hablé de la falta de mi padre ni el motivo que me llevó a elegir esta profesión. Pensé que eran temas muy personales y que en un primer encuentro, no debía sacarlos a la luz. Por su parte, Sol tampoco contó nada sobre su vida privada más allá de su adoración por los gatos y los thrillers policíacos.
Más tarde, la anfitriona me invitó a darme una ducha... El motivo por el cuál estaba allí. Y después de disfrutar de un calentito baño, me acompañó hasta el dormitorio donde pasaría la noche. No sabía muy bien por qué, pero la estancia me traía recuerdos al lúgubre apartamento que me encontré en mi primer día. Ahora tenía algo más de color con las figuritas personales con las que lo había decorado, y algo más de luz con la guirnalda de leds que aportaba calidez al ambiente.
— Te quedarás en el dormitorio de mi hijo –expuso Sol que miraba con cierta añoranza la sala.
— Espero que no le incomode que una extraña duerma en su cama –comenté algo avergonzada por invadir el espacio de otra persona.
— Hace años que no vive aquí, ni siquiera viene por casa. No te preocupes –repuso su madre tornando su rostro en decepción.
— Gracias –era la única palabra que siempre repetía cuando no sabía qué otra cosa decir.
Dejé mi macuto sobre la cama y recorrí con curiosidad la habitación. Buscaba encontrar la respuesta que me demostrara que existía esa similitud entre ambos lugares. Abrí el armario, pero no quedaba nada en su interior. Me desplacé hasta el baño que comunicaba directamente con el dormitorio, mas tampoco había rastro de ninguna de las pruebas que pacientemente esperaba. Al final me rendí, por cansancio y por falta de indicios, sustituí la ropa limpia que me puse tras ducharme por mi cómodo pijama.
Me recosté sobre la cama, con la mirada perdida y recordando que esta noche no había hablado con mi madre. Había estado demasiado ocupada, y como ya era tarde pensé que lo mejor sería enviarle un mensaje de buenas noches. Estreché la mano por inercia hasta abrir el primer cajón de la mesilla, tenía por costumbre guardar en él la novela que estaba leyendo. El sueño me hizo olvidar que no estaba en mi hogar, ni siquiera en mi nuevo estudio, pero lo que encontré me bastó para agradecérselo...
Primero, cogí el frasco de un perfume que me resultó familiar, no recordaba dónde lo había visto. No obstante, fue oler su aroma y la nitidez regresó a mi mente: Se trataba del mismo frasco que reposaba sobre la balda del lavabo de mi apartamento. Casualidad o no, era el mismo que solía utilizar Marcos. Incluso había olido ese mismo aroma cuando pasé a cambiarme al vestuario después de que él tomara una ducha.
En segundo lugar, había un portarretrato boca abajo, de forma que la imagen que contenía, si es que la había, no quedaba a la vista. De modo que sin dar más rodeos, lo cogí y le dí la vuelta. Pude ver un bonito y moderno marco que combinaba con la decoración del dormitorio, aunque lo más chocante era el contenido de la fotografía que albergaba: Se trataba de una Sol posando en algún lugar remoto junto a su hijo, que no era otro que el mismo Marcos que me llamaba okupa por residir ahora en su apartamento; y, aún peor, el mismo Marcos que odiaba a la supervisora por haberlo echado del mismo.
La entrada inesperada de Sol me asustó, haciendo que tirase sin querer el retrato de ambos. Ella enmudeció tras contemplar que había descubierto lo que tan bien guardado tenían los dos protagonistas de esta historia. Yo me avergoncé por andar merodeando donde no me llamaban, por lo que recogí del suelo el objeto y lo volví a meter en el cajón. Nuestro mutis quedó interrumpido en el momento que Sol confirmó el hallazgo:
— Marcos es mi hijo –expresó finalmente.
Yo no podía creerlo, con esa frase de que "no quiso darse cuenta de que ellos buscaban lo mejor para él" se refería a Marcos. Ese hijo del que apenas me había hablado pero cuyo gesto demostraba desconsuelo y añoranza por su partida, era él. Y el recuerdo de unos padres que en su momento lo quisieron con toda su alma, esos eran Miguel y Sol. Ya no quedaba nada de la felicidad que transmitía la sonrisa de ambos en la fotografía, ni la complicidad que una madre mantenía con su hijo. Todo había quedado reducido en cenizas, y puede que el motivo, según las pinceladas que Marcos había comentado, estuviese cerca de su anhelada independencia. Lo cual me llevó a recordar lo diferentes que éramos entre sí.




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