Ilusiones Ópticas

Capítulo 8

Marcos

Pasé la noche en mi nuevo alojamiento. El loft para invitados contaba con más comodidades que el minúsculo estudio en el que había vivido tiempo atrás. Pero esas minucias no eran de mi interés, los lujos y las ostentaciones no eran algo que fuese conmigo. De hecho, perdonaría todo eso por no estar a escasos metros de mi padre y, más si cabía, a encontrarme bajo las directrices del mismo. Así que decidí madrugar y aprovechar la mañana para pasarme por el gimnasio y entrenar un par de horas.

Allí me encontré con Marta, lo nuestro fue un encuentro fortuito, pero mi chica se las ingenió para que acudiese a uno de los vestuarios que era menos frecuentado. No podíamos pasar ni veinticuatro horas separados. Aunque la frase pareciese un tópico romántico, la realidad se asemejaba más con el deseo incontrolable que sentíamos al vernos. Una pasión desenfrenada a la que estábamos dando rienda suelta dentro de la ducha más escondida del vestuario.

Entre respiraciones aceleradas y gemidos de placer, Marta accionó el mando del grifo de la ducha en busca de disimular nuestro frenético encuentro. Dada la soledad de la estancia, el agua fría empapó nuestros sudados cuerpos y el tiempo que transcurrió hasta que salió agua caliente fue más prolongado del habitual cuando el vestuario estaba repleto de gente. Mi mente me traicionó por segunda vez, y en ese preciso instante se me escapó un "te odio Julia" que mi novia no pensaba pasar por alto.

— Otra vez, Marcos, otra vez... Joder, ya me tienes harta –gimoteó Marta enfadada–. Si no quieres estar conmigo, dímelo.

— ¡Mierda! –solté al ser consciente de tremendo error–. Claro que quiero estar contigo, es solo que...

— ¡Qué! ¡Qué excusa tienes ahora! –me recriminó ella.

— Ya te dije que la ducha de mi estudio estaba rota, que no salía agua caliente –traté de explicarme sin éxito, lo que desató la ira de Marta.

— Claro, y ahora dirás que eso te ha hecho recordar a la tal Julia que se ha metido en tu apartamento... Pero tú lo que quieres es meterte entre sus piernas –apostilló después de que el nombre de la okupa saliese a relucir cada vez que Marta y yo nos acostábamos.

— ¡Por supuesto que no! ¿Se te ha olvidado ese "te odio"? Si tanto la odio, ¿cómo voy a querer follármela? –intenté zanjar el asunto.

— Lo mismo ese "te odio" quiere decir otra cosa –inquirió ella reprendiéndome con el dedo acusador.

— Sabes mejor que nadie que no me ataría a nadie por amor –confesé–, y también sabes mejor que nadie que para divertirme ya te tengo a ti, y tú me tienes a mí –añadí acariciándole sus muslos al tiempo que la alzaba y quedaba rodeándome con sus piernas para después empujarla con fuerza contra el gresite de la ducha y seguir con lo que habíamos dejado a mitad.

— Lo prometimos, tú y yo –consiguió balbucear mi chica entre una oleada de placer.

— Tú y yo –y la besé enrollando apasionadamente su lengua con la mía al son del contacto de nuestros cuerpos.

Exhausto por el excesivo ejercicio físico que había realizado durante la mañana, me acerqué hasta la cafetería del hospital donde comí antes de empezar con el turno de tarde. Me esperaba una larga jornada, ya que al día siguiente también me tocaría cubrir el turno de mañana de un compañero de la planta de oncología. Y eso sumado al turno de tarde que le precedía, significaba que no podría ver a Marta hasta el viernes...

— ¿Turno de noche? No fastidies, me quedo sin salir otro viernes –murmuré tras ver el tablón con el horario de esta semana. Lunes y martes había trabajado de mañana; hoy y el jueves, de tarde; y el viernes me tocaba el puto turno de noche–. Puto turno de noche –resoplé en voz alta mientras Julia pasaba a mi lado impasible–... ¡Buenas tardes para ti también! –agregué sin obtener respuesta.

Corrí tras ella y la perseguí hasta que adelanté su paso y me detuve enfrente de la puerta del almacén al que quería acceder. Pensé que a estas alturas, mi compañera ya habría descubierto quién era Sol y la relación que la unía a mí. Y del mismo modo, pensé que aprovecharía esa misma revelación para echarme en cara cualquier cosa que mi madre le hubiese metido en la cabeza. No obstante, ninguna de esas hipótesis se convirtieron en un hecho.

— ¿En tu casa no te han enseñado que es de mala educación no saludar? –le rebatí.

— Buenas tardes. Te recuerdo que no nos hablamos –espetó en tono serio y carente de toda amabilidad.

El resto de la tarde se vio predominado por las evasivas de Julia, la cual me evitó como si de un fantasma me tratase. Sí que se tomó en serio lo de que no me hablaría... Tanto, que incluso me dio miedo decirle que le había caído una gota de café en la camiseta del uniforme; tanto, que no me atreví a decirle que sentía haberme propasado tantas veces hasta el punto de hacerla llorar; tanto, que no pronuncié la palabra "perdón".

★★★★★

Julia

Cada vez disfrutaba más desempeñando mi trabajo. Los pacientes me estaban tomando aprecio, y yo, para qué negarlo, también me estaba encariñando con ellos. Cada día tenía más clara la decisión que tomé al elegir esta profesión. Aunque para ser sincera, no fue una decisión como tal, sino más bien ella me eligió a mí. Caminar llena de inquietudes a través de largos pasillos similares a los de este hospital, con la esperanza de que todo saldría bien pero, a la vez, con la mente repleta de malos presagios que podrían hacerse realidad. La salud de mi madre se encontraba en una balanza, cuyo futuro era tan ambiguo como desconocido.

"Cáncer de mama en estadio II, T2N0M0" lo que se traducía en esperanza más allá de la jerga médica. Ese fue el diagnóstico exacto que recibió mi madre antes de comenzar con la terapia invasiva que necesitaba para erradicar el tumor. De eso hacía ya algo más de ocho años, tiempo a partir del cual agradecí las campañas de detección precoz que habían organizado en su centro de salud. La luchadora de mi madre consiguió vencerle a esa enfermedad tan asquerosa, esa que con tan solo escuchar su nombre te ponía los pelos de punta y te encogía el corazón en el pecho. Esa que me motivó a ser lo que hoy era.




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