Julia
Oliver era un chico apuesto, de mirada pícara y cuerpo bronceado. Entendí lo que significaba el guiño de Marta, me hizo ver que tenía una oportunidad romántica al alcance de mi mano. Yo había salido con la intención de comerme el mundo, que no a ningún chico. Sin embargo, ésta podía ser una buena ocasión para conocer a alguien que mereciese la pena. Ya era hora de desterrar esas cenizas que quedaron por tanto daño provocado después de que mi corazón ardiera. Ya era hora, dos años después.
— Hola, encantada –y me sonrojé al recibir un par de besos que me brindó con sus cálidos labios.
— Lo mismo digo, Julia –repitió Oliver con esos ojos ardientes dando paso en un principio al miedo para más tarde tornarse en valía. Quien me conociese, no se lo creería por mucho que lo repitiese. Yo, siendo valiente, eso era increíble.
Minutos después de salir de mi ensoñación, giré la cabeza y vi la rabia que transmitía la mirada de Marcos. Parecía estar enfadado por ¿hablar con Oliver? Él no era nadie para juzgar mis relaciones, así que seguí como si nada. Llegó el turno de que Marta anotase los cócteles y yo pedí un vodka con piña. Me sorprendió que mi colega eligiese una cerveza sin alcohol. Eso reforzaba mi idea de haber venido hasta aquí en coche. "Si bebes no conduzcas", recordé el lema de las campañas para prevenir accidentes de tráfico y pensé en que esa era la causa de caminar durante casi treinta minutos. Pero no, ni bebía ni conducía.
Los chicos eran bastante simpáticos, muy amablemente se interesaron por mí y por mis orígenes, incluso Marcos descubrió cosas que ni él mismo conocía. Por supuesto que no hablé de la enfermedad de mi madre ni del abandono de mi padre, y de ninguna manera del idiota que rompió mi corazón. Estas dos últimas noticias ni siquiera las había compartido con mi compañero. Si él era hermético respecto a su vida privada, yo lo sería aún más. De casualidad descubrió lo de mi madre porque me encontraba en un momento de bajón y necesitaba compartir mi frustración con alguien.
A eso de las doce, las parejitas se perdieron, muy probablemente se fugaron a cualquier rincón escondido a dar rienda suelta a su pasión. De forma que quedamos en la mesa Oliver, Marcos y yo, y qué decir que la tensión se podía cortar con un cuchillo. Parecía que los dos chicos no tenían muy buena relación entre sí, mas ese no era mi problema. Quería estar con Oliver y conocerlo más, así que Marcos sobraba en esta ecuación en la que sólo intervendríamos él y yo:
— Marcos, tío, ¿nos traes una ronda de chupitos? Sé un buen novio y quítale algo de trabajo a Marta –le suplicó Oliver más bien en tono imperativo, a lo que Marcos accedió a regañadientes.
— No sé si debería beber más, tenemos que volver andando hasta el hospital –le susurré a gritos al recién conocido, debido al alto volumen que la música había alcanzado.
— Yo vivo aquí al lado... Si quieres te puedes venir a mi casa –me propuso el chico ante mi ruborizada expresión. Sus ojos no habían perdido ese fuego que dejaban entrever, pero no quería ir tan rápido.
— Aquí tenéis –intervino Marcos con la ronda de chupitos, ahorrándome darle calabazas al pobre de Oliver–. Bueno, ¿y tú qué? ¿No sales a buscar a tu "soltera de oro" de este sábado? –prosiguió dirigiéndose a él.
— Pues por lo que parece, nadie se da cuenta de que los tríos no me van –le recriminó en respuesta al ver que no se marchaba de mi lado.
— ¿Y qué te hace pensar que Marta y yo estemos dispuestos a eso? –masculló Marcos cabreado.
— No me refiero a Marta –y le lanzó una mirada acribillante.
— Voy al aseo, vuelvo en un minuto –solté tratando de salir airosa de la pelea que parecía a punto de estallar.
Puff, estaban hablando y decidiendo por mí como si yo no estuviese delante de ellos. No soportaba que nadie hiciese eso. Yo era indecisa, sí, pero también era capaz de tomar mis propias decisiones. Yo era cobarde, sí, pero también era capaz de envalentonarme y no sucumbir a lo que otros quisiesen de mí. No obstante, este no era el momento ideal de dejar constancia de ello, no quería que se rompiese lo que aún podía construir con Oliver ni que Marcos se confiase en que yo haría todo lo que él dijese. Por una vez la respuesta correcta era ser indecisa y cobarde.
★★★★★
Marcos
Agradecí que Julia se fuese al baño, necesitaba ese tiempo para aclararle a Oliver que ella no era el prototipo de chica que se tiraba al primero que se le cruzaba, y que él, si no recordaba mal, sí que era el prototipo de chico que buscaba tirarse a la primera que se le cruzase. No le convenía y no quería problemas ni culpabilidades. Tenía que hacérselo saber, o sería demasiado tarde:
— ¿Qué coño haces? Ni se te ocurra que Julia pueda ser tu juguete. Ella no es una chica de usar y tirar –lo amenacé mientras tiraba de su camisa con rabia.
— ¡No! ¡Qué coño haces tú! En la vida he obligado a ninguna tía a meterse en mi cama, y si ella decide hacerlo es libre. Además, tú no eres quién para dar lecciones de amor, gilipollas –y me golpeó partiéndome el labio. Lo quise matar y lo habría hecho si no fuera porque Marta llegó en el momento indicado.
— ¿Qué hacéis? ¿No veis que os van a expulsar y encima me van a sancionar porque a mi novio y a mi amigo les ha apetecido darse una hostia aquí dentro? –repuso ella a gritos separándonos.
— ¿Qué ha pasado? –comentó Julia que llegaba ajena a la discusión.
— Nada, nos vamos –dije mirando a Marta pero cogiendo a Julia del brazo. La última hizo un gesto negativo al tiempo que miraba a Oliver, por lo que tuve que rogar su ayuda médica para convencerla–. Julia, por favor, me he partido el labio y necesito que lo sutures sin que nadie se entere.
— Bueno, vale... Nos vemos –y se despidió ante la incrédula mirada de Marta y la furia de Oliver que veía cómo su juguete se marchaba.
Nosotros salimos del local y yo me dispuse a llamar a un taxi. Contuve la hemorragia con los pañuelos de papel que Julia llevaba en su bolso. Al tratarse de un tejido tan vascularizado, el labio sangraba de forma aparatosa, llegando incluso a manchar la camisa blanca que vestía. Ya en el taxi, Julia me miraba como si sus ojos traslucieran los interrogantes y las dudas sobre el porqué de lo ocurrido. Yo la evité todo el trayecto.