Ilusiones Ópticas

Capítulo 13

Julia

¿Por qué Marcos tenía que meterse en mi vida? Estaba claro que el motivo de su discusión no era otro que yo misma. Si bien la causa estaba clara, no sabía cómo habían llegado hasta las manos. Oliver había sido el primero en actuar de forma violenta, y Marcos le habría devuelto el gesto si Marta no hubiese entrado en pleno combate cual árbitro que para el juego. La conclusión no distaba de la realidad, yo era una experta en este tipo de líos. Me encantaban las novelas románticas, pero no creía que éste fuese por un asunto de esa índole.

Pasé la mañana siguiente dormida hasta el mediodía. Tenía un poco de resaca, y los pies aún me dolían. Que no estaba acostumbrada a salir era tan cierto como que llevaba dos años "a dos velas". Mi "casi futura ilusión" se quedó sólo en el casi, o mejor dicho no llegó ni a eso. Sin embargo, mi corazón enloqueció al ver el nuevo seguidor que mencionaba la notificación de mi Instagram: @solterodeoro. Así que yo no tardé en devolverle el "follow" y él tampoco se abstuvo en dar un par de "likes" a mis fotos. Pronto comenzó la conversación entre nosotros, y en el chat me reveló la frase que originó la disputa:

— ¿Por qué os peleasteis anoche Marcos y tú? –escribí sin titubear.

— Por ti –me respondió Oliver al segundo.

— Ya... Soltero de oro busca soltera de oro –repuse yo sin ir más lejos.

— Eso fue cosa de Marcos, me dió a entender que tú querías convertirte en la soltera de oro –explicó sin aclarar demasiado el tema.

— ¿Cómo? Sé más explícito –le rogué en busca de leer con claridad lo que daba a entender.

— Que te llevase a mi cama, y yo le dije que no quería ir tan rápido –finalmente expuso las palabras que paradójicamente no quería encontrarme.

"Menudo gilipollas", me reproché por dejar tirado a Oliver y volver con el idiota de Marcos. ¿En serio pensaba que yo era ese tipo de chica? Y no tenía nada en contra de aquellas personas capaces de disfrutar de una noche de pasión sin importar si habría o no algún vínculo amoroso, pero yo no era así, sino que más bien era el tipo de persona despechada incapaz de superar una ruptura. No obstante, lo que más me hervía la sangre era que eso se confundiese con que estaría dispuesta a enrollarme con quien fuera. "Te odio Marcos Rosales", me repetí como si hubiese caído en una de esas casillas del juego de la oca que te hacía retroceder en lugar de avanzar varios puestos.

Lo único bueno que trajo este malentendido fue la invitación que recibí de Oliver. Después de chatear todos los días, el sábado habíamos quedado en el mismo pub que nos conocimos. Había descubierto que era un chico interesante y simpático, además de bastante atractivo. En fin, no había ningún motivo para cerrarme en banda, por lo que acepté tener una cita con él. Ahora, la nueva Julia, se sentía con ganas de encontrar el amor, y ese amor podía ser el "soltero de oro", podía llamarse Oliver.

El resto de la semana lo pasé hablando con mi madre de temas triviales, entreteniéndome con las anécdotas de mis pacientes y, como no, ignorando a Marcos. Había descubierto que esa era la mejor medicina y que nada jodía más que sentirse menospreciado. Lo había descubierto por mí misma años atrás. Y ahora lo estaba poniendo en práctica con mi compañero. Se lo tenía bien merecido, él sí que era un hipócrita, y con ese mismo término se inició una tremenda discusión que nos llevó hasta los despachos del director:

— ¡Eres un hipócrita! –le grité después de que se me cruzasen los cables al escuchar cómo hablaba de lo buena persona que yo era delante de un paciente, no sin antes apartarlo a donde nadie pudiese escucharnos.

— ¿Pero qué dices? ¿Llevas desde el sábado sin dirigirme la palabra y me sueltas eso ahora?... ¿De qué vas? No termino de pillarte –gruñó cogiéndome del brazo y obligándome a entrar en el almacén.

— ¡Suéltame! ¡Déjame salir de aquí! –chillé intentando escabullirme de su agarre.

— ¡Shh! ¡Compórtate como una adulta! Quiero que me expliques por qué no me hablas –me ordenó echando el cerrojo y guardando la llave del almacén en su bolsillo.

— Ahh... ¿Con que ahora la que no se comporta como una adulta soy yo? Hipócrita –repetí evadiendo su mirada enigmática.

— Tenemos todo el tiempo del mundo, así que no me importa esperar –dijo Marcos empleando una forma verbal de la tercera persona del plural.

— Puede que tú tengas todo el tiempo del mundo, pero yo no: Así que no tenemos... no tenemos nada. Tú no eres ni mi amigo ni mi nada para hablar por mí –contraataqué rabiosa.

— Vale, dime por qué y dejaré que salgas –volvió a presionarme–... Sé que fue por lo de Oliver, seguro que el muy gilipollas te ha puesto en mi contra con tal de...

— ¿Con tal de qué? ¿Cómo eres tan cínico, de encima, culparlo a él? –espeté a voz en grito.

— Vale, lo admito: Es culpa mía –musitó dejándome descolocada–. Pero ahora quiero saber de qué... ¿De qué tengo la culpa?

— Tienes toda la culpa... toda la culpa, por haberle dicho que –y mi voz se entrecortó por los gritos que salían del pasillo–...

A Marcos le temblaban las manos y si le costó trabajo sacar la llave que guardaba en su bolsillo, aún peor fueron sus vanos intentos por abrir la puerta. Así que tuve que sostener su mano y ayudarle a colocar la llave en la cerradura. Porque por muy enfadada que pudiese estar con él, ante todo yo era enfermera y él, mi compañero. Los gritos provenían de la habitación 316, unos padres alertaban de las convulsiones que estaba sufriendo su hijo: Carlitos estaba en peligro...

Llegamos corriendo hasta su cuarto, donde observamos cómo el niño que descansaba sobre la cama estaba en fase de crisis. Mi colega y yo colocamos una cánula de Guedel, a fin de evitar que pudiese morderse la lengua. Al no estar en estado de aura no nos quedó otra que alejar el mobiliario y no impedir sus convulsiones. El tiempo corría en nuestra contra, ya habían pasado más de cinco minutos y las convulsiones no cesaban. Carlitos estaba experimentando estas crisis de forma más habitual, y cada vez eran más graves. Avisamos al doctor y le administré una benzodiazepina por vía intravenosa, pronto comenzó a hacer efecto y el niño, aún fatigado y como si nada hubiese ocurrido, se recuperó.




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