Marcos
Joder, estaba pletórico. Por alguna razón mi padre había aceptado ayudar a Carlitos. No le suplicaba desde lo de Julia, pero esa vez, más que un favor, fue un trato. Ahora era diferente, parecía colaborar de forma desinteresada. Pensaría que con ello conseguiría acercarse a mí de nuevo, y en realidad si comprobaba con mis propios ojos que su bondad no era ficticia, estaría dispuesto a darle esa oportunidad.
Salté, corrí, grité y compartí mi euforia con mi compañera. Hacía menos de una hora que estábamos riñendo, y en estos momentos celebrábamos juntos un futuro esperanzador por y para el pequeñín. Entonces mi móvil sonó de nuevo, pero esta vez fue el tono de una notificación. Había pasado toda la semana distanciado de Marta; ella hasta ahora no me había pedido cuentas, mas el mensaje en el que le pedía que nos diésemos un tiempo despertó las alarmas. Me llamó con la voz rota y me pidió que hablásemos del tema, que necesitaba entender el porqué de ello. Yo acepté, el momento de darle una respuesta había llegado y no lo demoraría por más tiempo.
Sin embargo, el mensaje que recién acababa de recibir hizo que se desvaneciera esa felicidad plena que sentía, me había citado el sábado por la noche en el pub donde trabajaba. Antes de eso, habíamos hablado de quedar esa misma tarde en un restaurante. Era un tema delicado que debíamos tratar en un sitio tranquilo, no en una discoteca y en pleno turno laboral. Pero si le decía que no, seguro que Marta saldría con cualquier excusa para echármelo en cara más tarde. De modo que no me quedó otra que acceder a ello.
A continuación, me dirigí a la habitación de mi amigo Carlitos y les di la buena noticia a sus padres. Ellos me miraron ilusionados, con la esperanza que habían perdido tiempo atrás al no poderse costear la estancia en Londres. En el fondo, sabía que sentían remordimientos por no poderle brindar todas las oportunidades que su hijo merecía, debió ser duro asumir que no estaba en sus manos. No obstante, sí que estaba al alcance del director y podía entenderse como una buena forma de redimir los errores cometidos con su propio hijo.
Julia fue partícipe de todo, en la sombra y sin mencionar palabra alguna. Ya no volvió a presionarme con el motivo de la pelea en la que nos enzarzamos Oliver y yo el pasado sábado, sabía que, aunque le confesase la verdad, ella no me creería. Es más, estaba seguro de que eso aumentaría su rabia. Nos despedimos como dos compañeros, incluso me deseó que pasara un buen fin de semana. Con esas palabras, mi mente se nubló y, como si a través de una bola de cristal pudiese verlo, me imaginé las duras decisiones y, por consiguiente, las duras consecuencias que estaba a punto de tomar.
En un abrir y cerrar de ojos estaba entrando por la puerta del pub a eso de las doce. Era una hora bastante concurrida, pero justo llegaban otros camareros para reforzar el turno nocturno. Así que Marta le pidió a uno de sus compañeros que la cubriese por unos minutos. La chica me pidió que la acompañase hasta el almacén situado en la zona contigua a los baños. Yo prefería estar en algún otro lugar más visible, pues sabía de primera mano que intentaría provocarme para que sucumbiese al deseo. Pero con tal de no hacerla enfadar, volví a aceptar.
Sin embargo, lo que realmente me encogió el corazón fue ver a Julia y Oliver sentados en una de las mesas de la zona del reservado. La chica irradiaba felicidad y, a juzgar por la cantidad de vasos de chupito que había a su alrededor, podía provenir en parte de su estado de embriaguez y en parte de la compañía. El imbécil de Oliver la estaba adulando cual león que avista a la presa que está a punto de caer en sus garras. Al contrario que yo, ellos parecían estar ajenos a todo y no acertaron a verme la cara de odio que portaba en ese instante, pues estaba seguro de que no podía ocultarlo. Por un momento me planteé ir hasta allí, pero a la vez me encontraba siguiendo los pasos de Marta:
— Marcos, te he dado tu espacio, ya sé el tipo de relación que tenemos, pero entiende que busque una explicación –comenzó diciendo Marta ya en el almacén.
— Lo sé, y te entiendo. Pero creo que todo en la vida tiene sus tiempos y ya no quiero estar con alguien sólo para enrollarnos, sino que busco algo más –traté de relatar sin hacer que ella se sintiese incómoda o utilizada.
— ¡Joder! ¿Y por qué no nos damos una oportunidad para conocernos? Quizá surja eso que buscas entre nosotros –aclaró ella abandonando el tono sutil con el que había empezado.
— Busco el amor... Sabes que entre nosotros no lo ha habido y no digo que no pueda haberlo, pero ahora mismo estamos en dos puntos distintos, ¿no crees? –le rebatí sin importar que pensase que era un idiota por cambiar de opinión sobre establecer un vínculo sentimental con alguien.
— Está claro, tú ya no eres el mismo Marcos de hace seis meses. Y a lo mejor yo tampoco soy la misma ahora –musitó con la voz quebrada–, pero sólo te pido que me des una oportunidad. Quiero estar en el mismo punto que tú –suspiró dejándome ver que ella podía estar sintiendo algo por mí, no sabía si amor o celos, pero algo había.
— Marta –repliqué conforme ella dejaba caer sus manos sobre mi camisa buscando desabotonarla–... Marta, ¡para! –repetí por segunda vez.
— Déjame hacerlo, por favor –continuaba con sus intentos fallidos de quitarme la ropa y a la desesperada se lanzó a mis labios.
— Te he dicho que no –alegué separándome de ella–, no puedo. ¡No puedo!
— Tú no buscas el amor, hace días que lo encontraste y no has querido darte cuenta –me confrontó llena de rabia.
— No lo sé –admití con franqueza.
— Sí lo sabes. ¡Estás enamorado de Julia! –chilló con lágrimas en los ojos.
— Marta, lo nuestro se ha acabado –y me dispuse a salir de la habitación sin discutir que ese fuera el motivo de nuestra separación.
Cuando cruzé la puerta que daba junto a la de los aseos, vi traslucir a la "pareja de oro" que tomaban rumbo hacia la zona de la puerta de salida de emergencia. Deshice mi pensamiento sobre el término que empleé para referirme a ellos, pero no rehusé el mal presentimiento que me sacudió la mente, y el corazón. Muy pocos conocían la zona a la que iban, y muy pocos descubrirían que allí mismo había alguien dando rienda suelta a la pasión. Entre el ruido y la oscuridad era imposible de percatarse, lo sabía por mí mismo y Oliver era una de las pocas personas que también conocía el lugar.