Julia
Dos horas antes...
Oliver había quedado para recogerme a eso de las diez y media. No mentiría si dijese que estaba nerviosa por mi cita. Era la primera después de dos largos años de sequía amorosa, este cambio en mi vida me había devuelto las ganas de conocer a alguien que llegase a mi corazón para quedarse. Y Oliver parecía ser el candidato perfecto. Sencillo, amable y con don de gentes pero, para nada engreído. Encajaba con mi forma de ser y con lo que yo buscaba, mas aún era pronto para saber con certeza si acabaría enamorándome de él.
Rebusqué entre la ropa que guardaba en el armario, esta vez me decantaría por un atuendo menos sutil y más arriesgado. Mi vestido burdeos destacaba en su interior, era algo más corto de como yo acostumbraba a vestir, pero me sentaba como un guante. Me sentía guapa, otras personas podrían decirme lo mismo, pero la opinión que importaba en realidad sólo era la mía. Dejé mi larga cabellera suelta y me maquillé siguiendo un tutorial de YouTube. Entre mis zapatos, todos ellos sandalias y bambos, únicamente pude elegir las mismas cuñas asesinas que usé en la salida anterior. "Antes muerta que sencilla" decía María Isabel, aunque eso significase una semana cojeando.
El chico me recogió en el parking del hospital en un coche que podía tener casi mi edad, pero no me quejé con tal de no pegarme la caminata de mi vida por segunda vez. Anteriormente me había comentado que vivía muy cerca de la zona de los pubs, así que decidió aparcar frente a su piso. Era entendible, en parte por comodidad y en parte porque posiblemente no estaría después en condiciones de ponerse al mando de un volante. Oliver me invitó a subir a su casa, yo me negué avergonzada y preferí ir directos al local.
Una vez allí, saludamos a las parejas que Marta me había presentado. Nico estaba haciéndole carantoñas a Laura, mientras que Carla jugaba con uno de los rizos de Rubén. Me sentí incómoda nada más de pensar que estaríamos junto a dos parejas que no se veían cohibidos ante la muchedumbre. Pero nada más lejos de eso, Oliver me invitó a que subiese al reservado, ahorrándome el numerito y dejándome más tranquila. Enseguida Marta nos atendió, parecía algo triste y evitó dirigirme la mirada. Yo no le presté mayor atención, simplemente la saludé y pedimos ambos el mismo cóctel. A eso se le sumaron varias rondas de chupitos, risas y confesiones.
Durante toda la cita, el "soltero de oro" no paró de tirarme la caña y yo tampoco esquivé el anzuelo. No quería comportarme como un pez fácil que no es capaz de coger la carnaza sin ser capturado, pero al mismo tiempo me prometí ser yo misma y no limitarme. La Julia racional había desaparecido, dando paso a la Julia alocada. El alcohol recorría mi cuerpo y la felicidad quedaba demostrada en mis mejillas sonrosadas.
Las dudas surgieron cuando el chico me pidió que lo acompañase a un lugar apartado. "Ay, madre", pensé sin acordarme de mi progenitora sino más bien de mi ex. Esa misma noche vi la foto que subió la que en su momento fue mi mejor amiga etiquetando al "Amor de su vida", es decir, al idiota que en su momento fue mi novio. Eso me envalentonó y me adentré al mundo de oscuridad al que Oliver me llevaba, con esa mirada que irradiaba fuego y pasión.
Efectivamente, sus intenciones eran claras y quería dar dos pasos saltándose el primero. Al principio, me apenaba decirle que no de forma tan estrepitosa. De modo que intenté hacerle ver que no era el momento. Sin embargo, él insistió, me tocó y quiso besarme. Sus caricias tan efusivas no despertaron mariposas en mi estómago, quería que parase pero Oliver no se daba por vencido, hasta que llegó Marcos...
Mi compañero hizo que se desplomase el castillo de naipes que mi mente había forjado, era su palabra contra la de Oliver y no sabía cuál decía la verdad. Ojalá hubiese podido tener un polígrafo en ese instante y zanjar el asunto, pero normalmente cuando existe algún problema no solemos tener las cosas que necesitamos al alcance de la mano. Oliver mentía y sólo quería acostarse conmigo, o Marcos mentía y únicamente tentó al primero para que me llevase a la cama. Mi mente no tenía la lucidez suficiente como para descifrar la verdad. Así que antes de convertirme en espectadora de la próxima pelea en la que se iban a enzarzar ambos chicos, salí corriendo de la escena en la medida que los tacones me lo permitieron.
Llamé a un taxi y el conductor me prometió que no tardaría más de cinco minutos en llegar. Yo pasé todo el tiempo encendiendo la pantalla del móvil en busca de que los minutos pasasen con mayor rapidez. Pero decían que "el reloj no paraba" y cuando estábamos a gusto las horas pasaban como minutos y, por el contrario, los segundos se hacían eternos. Temía que los chicos se percatasen de que había salido despavorida de la sala y corriesen en mi busca. No me equivocaba, pero sólo uno de ellos llegó hasta a mí...
— ¡Espera, Julia, espera! –gritó Marcos a la vez que yo actuaba como si no lo conociera.
Poco después se paró frente a mí y mis ojos llorosos evitaron su mirada. El taxista paró frente a nosotros y, sin pensarlo dos veces, Marcos subió conmigo y le pidió al conductor que nos llevase hasta el Centro Hospitalario Los Rosales. Durante el trayecto continúe con mi mutis habitual, aunque mi silencio se debía más bien a que las palabras no salían de mi boca. Estaba confusa, con la mente nublada por la traición y por el alcohol, así que lo que menos me apetecía era discutir delante de un extraño.
Nos bajamos en la puerta principal del hospital, durante el recorrido tuve que contener varias veces las náuseas y me costaba mantener el equilibrio. Mi compañero trató de agarrarme a fin de que no me cayese, pero le di un empujón para alejarlo que casi me llevó al suelo a mí. El chico no protestó, simplemente dirigió sus pasos hacia el loft de invitados donde se alojaba y la tonta de mí lo siguió hasta allí.
— Quédate aquí, Julia, tendré que ir a por refuerzos para bajar esta jodida borrachera que llevas encima –me ordenó como si fuese mi padre... "Qué irónico todo", pensé.