Marcos
La niña más valiente que nunca había conocido, mi "niña valiente", mi querida Julia. Esa chica que debió pasar una terrible infancia, aquella que recibía todo el apoyo de su madre pero que ni conocía a su padre. Lo pensaba y sólo me entraban ganas de acabar con ese malnacido. Abandonar a una niña, sin importarle lo más mínimo, sin preocuparse por su bienestar, sin apreciar el cariño sincero que le hubiera profesado. Todos esos actos provenían de un malnacido. Incluso era el insulto no malsonante que mejor podía definirlo, puesto que la lista de calificativos que podían atribuírsele no se quedaría ni corta ni sería menos ofensiva.
La ira hacía que la vena de mi cuello pareciese tensa y marcada, como si estuviese a punto de estallar. Mi furia tan ensordecedora generó pitidos en mis oídos, sin apenas dejarle espacio a mis pensamientos. Sólo aparecía dolor y más dolor, y esa punzada que se clavaba en mi corazón. Ahora sentía cómo mi corazón palpitaba aceleradamente, bombeaba sangre con mayor rapidez, de las aurículas a los ventrículos, sangre desoxigenada que buscaba recargar del gas que necesitamos como el respirar, valga la redundancia. En definitiva, sentía cosas, una mezcla de emociones, pero todas y cada una ligadas a ella. Julia.
Compartió sus peores vivencias conmigo: La enfermedad de su madre, el engaño de su ex novio y su mejor amiga y, ahora, el abandono de su padre. Julia me confiaba todo su dolor y su miedo, y yo me sentía conectado a todos sus sentimientos. ¿Eso era lo que llamaban amor? Ya no podía controlarme, sentirla en mi pecho me despertó un hormigueo por todo el cuerpo que quise que permaneciese así el resto del tiempo. Y como siguiese así, un coma hiperglucémico estaría a punto de darme, pero el chocolate y más chocolate no saciaban la necesidad de tenerla a mi lado, cogerle la mano y no soltarla.
Me ayudaba en todo, con los preparativos de Carlitos, me animaba para aliviar las rencillas familiares, todo en ella era empatía y compasión. Nunca pensé que diría esto, pero me estaba enamorando de esa chica temerosa que invadió mi apartamento y tuvo los santos ovarios de intentar echarme, de esa chica de cabello moreno y sonrisa dulce, de esa chica que acabó robándome el corazón por muy cursi que pareciese.
Mis fantasías amorosas se rompieron en el momento que encendí la pantalla de mi teléfono y vi dos notificaciones, una de Marta y otra del director... Ambas me dieron mala espina y, pese a que el motivo de ella era de sobra conocido, el de mi padre me tenía en vilo. "¿Qué podía querer decirme si hacía media hora que habíamos hablado?", me pregunté curioso. No obstante, decidí abrir primero el chat de mi ex novia. Para mi sorpresa, no había un "tenemos que hablar" ni un "dame una oportunidad", sino algo distinto:
— Oliver va a por ti, por favor ten mucho cuidado –leí con algo de miedo en el cuerpo.
— Gracias por avisarme –contesté educadamente, al fin y al cabo se había tomado la molestia de advertirme de la gravedad del asunto.
No era la primera vez que recibía una amenaza de ese calibre, el propio "capullo de oro" me lo hizo saber con su último mensaje. Y ahora Marta también quería aprevenirme sobre el tema. Parecía que la situación estaba adquiriendo un matiz preocupante y perturbador a partes iguales. Claro que de esto no le diría ni una palabra a Julia, ella no debía saber nada al respecto. Era un secreto, y sólo yo cargaría con ese peso.
Por otro lado, la conversación con la que había sido mi novia hasta una semana atrás no terminó ahí. Pensé que no estaría mal interesarme por cómo estaba. Sé que parecía ilógico, la preocupación por el otro que no había existido durante los seis meses que duró nuestra relación ahora que ya no estábamos juntos se convertía en un hecho. Sin embargo, yo lo tomaba más bien como una forma de mostrar cordialidad, una manera de decir "vamos a llevarnos bien".
— ¿Qué tal estás? –proseguí con los mensajes de texto.
— Creo que bien –contestó de inmediato para después continuar con un largo "escribiendo" que terminó con aquello que temí al ver la primera notificación–. Te echo de menos.
— Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites, pero entiende que ahora prefiera dejar espacio entre nosotros –repuse sin reparar en la dureza de mi frase–. Puede que un día seamos buenos amigos –añadí a fin de suavizar el mensaje.
— En mi casa siempre tendrás las puertas abiertas, y en mi corazón también –se sinceró ella tomando un camino que parecía no tener salida.
— Te lo agradezco, nos vemos –corté yo la conversación antes de que no terminase tan bien como había empezado.
— Hasta siempre –escribió a modo de despedida. Una despedida nostálgica, dolorosa y con ganas de que se cumpliese por su parte, pero yo ya había pasado la página del libro. Es más, el capítulo estaba terminado. La "diversión" daba paso ahora al "amor".
Tras darle vueltas al coco, recordé que tenía pendiente otra notificación procedente de otro remitente: Mi padre. Y como si fuese adivino, acerté que su mensaje significaba otra mala noticia. Por si fuera poco, en dos días había recibido una posible amenaza de muerte, otro aviso de ello y algo nuevo que se sumaba a la lista. Sin embargo, esta última noticia me afectaría más que las otras dos anteriores...
— No vendrá el especialista londinense. No hay nada más que pueda hacer, los asuntos no han sido resueltos de forma satisfactoria –leí el texto cargado de formalismos y carente de sentimientos. No le contesté, no podía rendirse tan fácilmente. Él sí, pero yo no.
Tecleé en mi teléfono móvil el nombre de esa eminencia. En su página web, además de información sobre los nuevos avances de enfermedades raras que ni siquiera había escuchado, encontré una e-mail de contacto. Copié la dirección y abrí la aplicación del correo electrónico para después redactar mi urgente petición. Me autoregañé por haber odiado siempre el inglés, ahora no me quedaba otra que tirar de traductor y de mis conocimientos básicos para explicarle lo que sucedía.