Ilusiones Ópticas

Capítulo 20

Marcos

Aceleré el paso tras de Julia, cuando salió del "hall" del hospital supe que se dirigiría a su apartamento. De forma que decidí coger un atajo que pocos conocían, así llegaría antes y despejaría las dudas acerca de la negativa de la chica. Accedí al pasillo y me escondí detrás de una columna, puesto que el poder de la invisibilidad aún no lo tenía. No obstante, Julia parecía no querer verme ni en pintura...

A los pocos segundos, escuché unas pisadas aceleradas seguido del sonido del cerrojo de una puerta, o más bien los múltiples intentos por hacer encajar la llave en él. Me recordó a aquel angustioso instante en el que los gritos alarmantes de los padres de Carlitos desembocaron en mi falta de pulso para abrir la cerradura. Aún así, esta situación era peor que la anterior pues los sollozos de Julia eran incesantes. En aquel momento estábamos distanciados, pero ella estuvo para mí y me ayudó, de modo que yo quise repetir con la misma cortesía.

— Tranquila –esbocé sujetando su temblorosa mano y haciendo entrar la llave en la cerradura.

— ¡No! ¡Déjame! –musitó entre llantos dejando su cabeza caer sobre la madera de la puerta–. ¡No puedo!

— ¿No puedes o no quieres? –la presioné. Sabía que no actuaba de la manera más lógica, pero necesitaba escuchar de su voz que su deseo era muy distinto a lo que yo anhelaba.

— No puedo –susurró Julia aún sin levantar la cabeza y con lágrimas goteando de su cara.

— ¿Pero querrías? –insistí yo.

— ¿Y qué más da? –rebatió con tristeza–. ¡No puedo y punto!

— ¿Dónde está esa Julia valiente? ¿Dónde está mi "niña valiente"? –traté de hacerla entrar en razón.

— Siempre he sido una cobarde, y tú mismo lo dijiste –arremetió contra mí.

— Y yo un mimado, y tampoco soy así –contraataqué intentando acercarme a la verdadera razón, lejos de buscar pelea.

— Pero te gustaría serlo –rió por lo bajini.

— Julia, dime por qué y prometo no presionarte más. No te haré daño –le rogué a modo de súplica.

— Yo sí que no te quiero hacer daño. Respeta mi decisión, por favor. Cuando esté preparada para hablarlo, lo haré –me pidió ella encarecidamente y girándose quedando frente a mí, pero evitando el contacto visual.

— Mírame, Julia, mírame –levanté su cara enfrentando nuestra mirada. Sus ojos parecían el reflejo de los míos, notaba el brillo de la esperanza. Y si necesitaba tiempo para enfrentarse a sus miedos antes de dar el paso, yo no me opondría–. Tómate todo el tiempo que necesites, te esperaré –agregué la frase más cursi que había salido por mi boca en toda mi vida, una frase cursi que decía verdades como puños.

La chica me miró con sus ojos aún más relucientes si cabía, llenándome de esperanza. Se dio la vuelta, entró en el estudio y cerró la puerta. Escuché cómo se dejó caer en la madera de la misma y soltó todas las lágrimas que había reprimido tras mis palabras. Era uno de esos llantos sonoros, de esos que provenían de lo más profundo del corazón. Y ese dolor incrementaba el nivel de esperanza, es más, ahora se había convertido en una posibilidad real que lucharía por hacer de ella un hecho.

Cada vez que tenía problemas siempre recurría a lo mismo, canalizaba mis emociones en el deporte. Así que me encaminé hacia el gimnasio. Una mezcla de sentimientos agridulces se acumulaban en mi interior y confiaba en que el amor reinara sobre todo lo negativo que pudiese estar pasando por su cabeza. Silencié mis pensamientos al mismo tiempo que hacía lo propio con mi teléfono móvil.

El horario nocturno hacía que el gimnasio estuviese casi desierto, un par de personas entrenaban en otras máquinas más alejadas de mí. Focalicé mi energía en trabajar mis abdominales, fortaleciendo cada una de las onzas de lo que se conocía comúnmente como tableta de chocolate. El chocolate, otra vez. Los vanos intentos de no pensar en ello cesaron para dar paso al recuerdo que conservaba de la combinación del sabor que generaba tal manjar sobre el suave tacto de la piel de Julia. Era un recuerdo que me hacía vibrar, tanto como el sonido que emitió mi smartphone.

Puedes recoger tus cosas del loft, el acuerdo ha llegado a su fin.

El mensaje de texto del director Miguel Rosales me hizo regresar a la tierra, el jodido mundo en el que un mensaje del contacto al que guardaba como "papá" no venía de otro que del que únicamente sabía ejercer como director. El papel de padre parecía quedar atrás siendo irrecuperable. Asimismo, tal y como afirmaba, nuestro trato expiraba el día en el que se celebraría la fiesta de Carlitos, y desde el primer momento deseé salir de allí lo antes posible. Sin embargo, ahora mis preocupaciones eran otras y casi lo había olvidado.

Entré al loft y recogí las pocas pertenencias que había dejado allí. Ordené el lugar para evitar cualquier reproche y me dispuse a abandonar el apartamento. En un principio pensé en echar la llave en el buzón de la casa del director, pero la rabia acumulada por su falta de empatía hacia el pequeño me llevó a escoger un cara a cara. Le exigiría saber los motivos que lo obligaron a mentirme sobre el tema, aunque conociéndolo no esperaba que llevase la verdad por bandera.

— ¡Qué sorpresa, Marcos! No creía que fueras a venir personalmente a devolverme las llaves, ¿o es que vienes a agradecerme mi generosidad? –soltó nada más abrir la puerta de su lujosa casa.

— Buenas noches para ti también. Toma –le entregué las llaves de forma abrupta–. Y si estoy aquí no es por eso, sino por echarte en cara lo mala persona que has sido.

— ¿Con quién? ¿Con tu "amiguita"? –inquirió con tono chulesco.

— ¿Marta? –pregunté irritado y creyendo que con lo de "amiguita" se refería a ella por aquella vez en la que me amenazó con no volver a traer a nadie al loft.

— No, no me refiero a ella, sino a tu "amiguita" Julia –confirmó las otras sospechas que sopesaba.

— Para tu información, Julia no es mi "amiguita" –dije entrecomillando el término con los dedos–. ¡Y no te atrevas a meterte en mi vida! –concreté dominado por la ira.




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