Ilusiones Ópticas

Capítulo 22

Marcos

No sé cuánto tiempo transcurrió desde que Julia y yo nos quedamos ensimismados en nuestra melancolía mientras mirábamos al horizonte. Estábamos compartiendo el mismo banco, y puede que compartiéramos el mismo futuro. La pérdida de Carlitos me había golpeado en lo más profundo de mi corazón. Ya conocía lo que se sentía al vivir la ausencia de un ser querido, era el segundo amigo que perdía. Sin embargo, la dolorosa situación me había sobrepasado. Su fallecimiento había traído consigo la revelación de una verdad que golpeaba aún con mayor dureza mi roto corazón.

Accedí a la petición de Julia de abortar mi venganza, pero sólo lo hice por Carlitos. Haría lo que fuese por él, no dudaría en bajarle la luna si me lo pidiese. Aunque ahora ya era tarde para eso, no volvería a ver su amplia sonrisa nunca más ni volvería a sentir sus cálidos y afectuosos abrazos. No obstante, que no emprendiera una revancha contra mi padre no significaba que pensase que había dejado de ser el culpable. Su inocencia, por muchas excusas que intentasen desquitar dicha responsabilidad, no quedaría demostrada. Al menos, a ojos de su hijo.

La noche tiñó de oscuro el cielo, la luna que prometí bajarle a mi amigo brillaba más que nunca. Si creyese que mirando el firmamento podría encontrar a aquellos que nos dejaron en el pasado, Carlitos no sería una estrella, sino el más grande de los astros, el satélite que esa noche irradiaba una luz capaz de iluminar cualquier resquicio de la tierra. Esa luz que un ángel como él transmitía. El pequeño ángel, ahora se convertiría en mi angelito de la guarda.

— Es tarde, deberíamos ir a descansar –me propuso Julia con su tranquilizadora voz.

— Ve tú si quieres, yo me quedaré viendo la luna –le respondí sin despegar la vista del luminoso astro.

— Me quedaré un ratito más y después nos iremos –trató de convencerme con su treta.

— No, de verdad, ve tú. Necesito estar a solas y hablar con mi amigo –confesé el motivo de mi terquedad.

— Está bien, pero mira esa ventana –y me obligó a quitar la vista de la luna para contemplar el cristal que daba a su apartamento, el que en su día fue mío–, te estaré vigilando. Si necesitas algo, avísame Marcos.

— Sí... Gracias Julia –le mostré mi gratitud en un esfuerzo por dibujar una sonrisa en sus labios.

La chica se fue a su estudio, y un par de minutos después el resplandor de su ventana iluminó la zona del jardín donde me encontraba. El reflejo de la luz de la luna no perdió intensidad, pero a poco a poco vi cómo se reducía en consecuencia de mi sueño. Mis ojos se entrecerraban cada vez con mayor frecuencia, hasta que en una de esas me quedé dormido en el banco. No obstante, la claridad del satélite quedó retratado en mis pupilas, de forma que me acompañó en mis sueños.

Un Carlitos feliz y jovial aparecía en ellos, disfrutaba de su fiesta de cumpleaños con los niños y durante la celebración se producía la visita estelar del especialista británico. Después, proseguía con un tratamiento experimental que disminuía la frecuencia de las crisis convulsivas hasta estabilizarlas con fármacos. El sueño terminaba con nuestra despedida. Los dos llorábamos, pero eran lágrimas de felicidad. Me costaba despedirme de mi amigo, mas sabía que su alta hospitalaria se debía a una gran mejoría. La enfermedad de Angelman dejaba de leerse en el listado de enfermedades raras y los múltiples avances paliaban sus efectos clínicos. Todo era un maravilloso sueño difícil de lograr en estos momentos, partiendo de la base de que el protagonista ya no podría cumplirlo.

Desperté a la mañana siguiente con el cuerpo dolorido, pero nada tenía que ver con la pena que sentía en mi interior. Sin lugar a dudas el daño psicológico era más doloroso que el físico. Me desplacé hasta el vestuario de la planta de pediatría, allí me di una ducha. Con suerte guardaba en la taquilla mi uniforme y algo de ropa de cambio, con las prisas olvidé mi macuto en la casa de Marta. Después, avancé por el pasillo e inconscientemente me paré frente a la habitación 316. Mi cerebro me jugó una mala pasada y casi sin pensarlo abrí la puerta para comprobar que todo había sido una jodida pesadilla.

La cama, con sábanas limpias, esperaba la llegada de un nuevo paciente. En ese momento me percaté del vacío que se quedaba cuando alguien se iba de un hospital, el personal de limpieza borraba todo rastro de su estancia y preparaba la habitación para acoger a su próximo huésped. Ya el futuro diría cómo ese paciente abandonaría ese lugar, si por su propio pie o inerte en una camilla. Maldije una y otra vez el final de mi amigo, ahora sólo me quedaba contemplar una cama vacía y vivir de los recuerdos.

— ¿Estás mejor? –me preguntó Julia que también parecía llegar más temprano de lo normal a su turno de trabajo. A juzgar por su rostro, que estuviese en su estudio no significaba que hubiese dormido plácidamente.

— No, no me acostumbro a que ya no esté –comenté dejando reposar la cabeza contra el marco de la puerta de la habitación.

— Todo duelo necesita su tiempo –trató de apoyarme acariciándome el hombro–. Por cierto, los padres de Carlitos le darán una despedida al niño en el hospital esta tarde –yo asentí a modo de respuesta.

Ese tipo de ceremonia no solía ser lo habitual en este lugar. Puede que no siguiesen ningún ritual religioso, o que simplemente se sintiesen en deuda con el trato que su hijo había recibido por parte del personal. En todo caso, les acompañaría en su duelo. Y como bien decía Julia, cada persona necesitaba un tiempo, más o menos prolongado, para superar este trágico suceso. El mío no sé cuánto duraría, pero pasar todos los días junto a esa habitación no ayudaría a superarlo. Quizá sólo el transcurso del tiempo podría curar esa herida, aunque la cicatriz siempre permaneciese en mi pecho.

El resto del día lo pasé trabajando. Por suerte o por desgracia únicamente tuve que realizar las tareas cotidianas, no hubo ninguna urgencia que requiriese la asistencia de un enfermero. Así que en este caso, la balanza se inclinaba más hacia la desgracia, pues tuve más tiempo libre de repasar aquellos bonitos recuerdos que venían a mi mente. No había espacio para rememorar lo malo, me quedaría con lo bueno. Ese debía ser el primer paso para asumir la pérdida. Por otra parte, Julia mantuvo las distancias conmigo... Aún recordaba que me había pedido tiempo y, pese a estar apoyándome en todo, su deseo se mantenía implacable.




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