Marcos
Noté cierta molestia al sentir el suero fisiológico que se inyectaba en el aditamento de mi vía endovenosa a modo de lavado antes de cambiar la nueva infusión que me perfundirían. Mi mano hizo el amago de moverse como si tratase de escapar de esa desagradable sensación, al tiempo que unos delicados dedos la retenían en su posición. No era un gesto brusco ni insensible, sino más bien una dulce caricia que me trataba con la mayor de las delicadezas.
— Tranquilo, ¡cuánto lo siento! –proclamó una Julia abatida que se culpabilizaba por mi desgracia–. Ojalá me puedas perdonar algún día, lo siento –murmuró en tono bajo a la vez que retiraba la mascarilla que cubría mi boca y que me aportaba el oxígeno para luego dejarme sin aliento.
Julia posó sus labios sobre los míos. Fue un beso fugaz, pero lleno de sentimientos. Esta chica era la dulzura personificada y con su leve "te quiero" susurrado a escasos centímetros de mi boca, me volvió a colocar la mascarilla y desapareció de la sala. "¿A dónde vas, Julia? ¡Vuelve por favor! ¡Yo también te quiero!", fueron las frases que mi cerebro procesó pero que evidentemente no pude pronunciar.
— ¿A dónde vas, Julia? ¡Vuelve por favor! ¡Yo también te quiero! –pronuncié dos días después como si estuviese viviendo mi propio sueño hecho realidad. El sudor frío que recorría mi frente y la agitación de mis extremidades empeoró aún más mi anhelo por recuperar a la chica.
— Marcos, soy yo, Sol –dijo mi madre con su sosegada voz–. Solo ha sido un sueño...
— Mamá, ¿por qué se fue Julia? –le pregunté comprendiendo que había escuchado a la perfección las palabras que creí solo decir en mi ensoñación.
— No lo sé, cariño, la verdad que nos ha pillado por sorpresa. Sabes que en los contratos, existe un periodo de prueba de treinta días. Así que estaba en su derecho de dimitir y dejar su puesto de trabajo –explicó ella hasta donde sabía–. Quizás tuvo miedo por lo que te pasó y quiso volver con su familia –intentó quitarle hierro al asunto, pero logrando el efecto contrario.
— No estoy tranquilo. ¿Y si el capullo de Oliver le hace algo malo? –comenté más en tono asertivo que barajando la posibilidad.
— Estoy segura de que los guardias no dejarán que le pase nada malo, ellos mismos te lo dijeron –rebatió mi negativa.
— Ya, pero es que... no me lo perdonaría si le pasase algo –suspiré con el dolor en el pecho, supuse que eso sería lo que se sentía al temer por la vida de alguien a quien querías.
Mis preocupaciones quedaron en pause con la entrada del médico en la habitación. Lo único que me quedaba esperar es que trajera buenas noticias, necesitaba el alta hospitalaria lo antes posible. Ya no era por mí, sino por Julia. Tenía que encontrarla y asegurarme que no le había sucedido nada. Si ella decidía mandarme a la mierda y obligarme a que me alejase de ella, lo haría. No obstante lo que no podría sería forzar a que la olvidase. ¡Joder, cuanto más me dolía el corazón más me daba cuenta de lo que la amaba!
— Buenos días, espero no haberte despertado –me saludó el doctor antes de proseguir con su función.
— Buenos días, ya estaba despierto... ¡Espero que me traigas buenas noticias! –lo presioné para que se dejase de rodeos y fuera al grano.
— En efecto, la evolución ha sido favorable y no han quedado secuelas a nivel cerebral... Así que, enseguida firmaré el alta médica y podrás irte a casa –comentó él en tono amable.
— ¡Ohh, gracias! Estoy deseando irme –festejé aplaudiendo con euforia.
— Sí, deberás continuar en reposo durante seis semanas... Ya sabes que se necesita tiempo para curar una fractura costal. Te dejaré la receta de los analgésicos que deberás tomar, además de aplicar hielo en esa zona –me pautó el médico las recomendaciones que debía seguir.
— Bueno, lo intentaré –apostillé haciéndome el remolón, como si no fuese a quedarme todo ese tiempo encamado. Es más, no podía permitirme el lujo de esperar seis semanas si la vida de Julia corría peligro.
— Lo hará –escupió mi madre con su mirada inquisitiva casi regañándome por mi poca adherencia al tratamiento.
— Eso espero, y ahora me marcho. Además, que tienes una visita esperando para verte –agregó al tiempo que me guiñaba el ojo. ¿Una chica? ¡Por favor, que fuese Julia, por favor!
Los segundos parecieron avanzar como horas y la incertidumbre me estaba matando. Nada más salir el doctor por la puerta, mis ojos se quedaron fijos en la misma como si esperasen a ver lo que tanto deseaban. Sin embargo, mi dicha sólo duró el tiempo que mis fugaces esperanzas tardaron en desvanecerse. La entrada de otra chica que no era Julia se produjo, y la decepción en mi mirada era notable.
— ¡Hola Marcos! ¿Cómo estás? –inquirió Marta, mi ex, echándose a mis brazos y apretujándome hasta hacerme soltar un quejido de dolor–. Lo siento...
— Hola Marta, ya estoy un poco mejor. ¿Qué haces aquí? –pregunté extrañado por su presencia.
— Solo quería ver cómo estabas. Cuando vine ayer aún no habías despertado. Viniendo por el pasillo me he encontrado con el doctor, me ha dicho que ya hablabas y no podía esperar para verte. ¡Joder, estaba preocupada! Ese idiota de Oliver... te juro que nunca lo perdonaré –expresó tornando su felicidad inicial en rabia.
— Gracias por venir –fue lo único que dije tratando de aparentar que realmente me sentía agradecido. No quería ser egoísta, pero no era a quien esperaba.
— La chica lleva viniendo todos los días, incluso estuvo esperando mientras te intervenían –añadió mi madre, probablemente a fin de esconder la frialdad con la que mi voz sonaba al dirigirme a ella.
— Era lo menos que podía hacer, le guardo mucho cariño –se sinceró ante las palabras de la "Jefa Suprema".
— ¿Sabes algo de ese capullo? ¿Lo han pillado? –proseguí yo cambiando de tema. El amor que ella decía sentir de sobra sabía que no era correspondido.