Julia
El sonido de una notificación me hizo levantar la cabeza que mantenía resguardada entre mis piernas flexionadas y rodeada por mis brazos a fin de reducir cualquier sonido que saliese de mi boca. Mis sollozos descontrolados pero silenciosos inundaban mi cara de ríos de lágrimas. El suelo enfriaba mis pies desnudos y mis uñas mordisqueadas me hacían odiar esta maldita manía mía. Maldije mi onicofagia, mi vida y el mundo entero. Desbloqueé el móvil y desplegué la pantalla de notificaciones... Maldije a ese niño mimado del que me había enamorado, maldije al idiota de Marcos.
Hola Julia, te agradezco todo lo que has hecho por mí estos días. Sé bien que me has estado cuidando, por eso quería decirte que ya me han dado el alta y que me mudaré a casa de mi madre (sí, nos hemos reconciliado).
PD: Yo también te quiero, no pude decírtelo... Te debo un beso.
Leí su mensaje a través de la ventana de acceso directo de mi móvil, es decir, lo leí sin dejar rastro de haberlo leído. Por un lado, me alegraba de que todo le estuviera yendo bien tanto a nivel de su recuperación física como con la reconciliación con su madre. Pero por otra parte, sus últimas frases me dieron un vuelco al corazón. Mis latidos acelerados con ese "yo también te quiero" y "te debo un beso" me confirmaban lo que pensé que era incapaz de recordar... Me despedí de él confesándole mis sentimientos, incluso me atreví a besar sus labios. Si yo no hubiese estado convencida de que era imposible que su memoria retuviese esa información, probablemente no me habría armado de valor para hacerlo.
Ahora lloraba con más fuerza, mis lágrimas cubrían mis rodillas, con las que fuertemente me presionaba en los ojos para retener mi llanto. No podía con tanta decepción en mi interior, ¿cómo podía dignarse a enviarme un mensaje de texto proponiéndome algo romántico cuando había vuelto con Marta? Si pretendía jugar a dos bandas, yo no sería el segundo plato de nadie... Y sí, podía ser que su historia con su ex fuese producto de mi imaginación, pero no, ella misma tuvo la cara dura de confirmarme que habían vuelto.
— Gracias por cuidar de Marcos, pero ya estoy yo aquí, así que puedes irte –musitó Marta con un tono menos amable del que parecía ser. Vamos, en otras palabras, que me estaba echando de la habitación, o incluso de la vida de Marcos.
— Llámame si necesita algo... Total, hay cosas que tú no puedes hacer por él –imploré como si mi profesión de enfermera me hiciese ganar más puntos a mi favor. En el fondo, era así.
— No quiero sonar demasiado grosera, pero Marcos y yo hemos vuelto y no queremos que te entrometas en nuestras vidas –sentenció rompiéndome el alma en pedazos y corroborando lo que me temía.
Esa última frase terminó con la poca esperanza que albergaba. Ese "niño mimado" se había cansado de esperar y había optado por el camino fácil: Regresar entre las piernas de su ex. Para mí no era tan sencillo aceptar mis sentimientos y tomar la decisión de emprender algo juntos. Ese era el camino difícil, o más bien largo. Y para qué engañarnos, Marcos no estaba acostumbrado a llevar una vida basada en el "chocolate" al contrario de mí que llevaba a dos velas durante mucho tiempo.
Presenté la solicitud para abandonar el puesto de enfermera del hospital Miguel Rosales. Aún estaba dentro del periodo legal de treinta días para hacerlo, y por más que lo intentase por una vez tomaría la decisión correcta. Alegué que, aunque el trabajo era de mi agrado, mis circunstancias familiares me impedían seguir desempeñando mi labor tan lejos de mi localidad natal. Más que una excusa, era la realidad. La triste realidad, esta misma mañana había acompañado a mi madre a su cita médica y el peor de los diagnósticos se había confirmado.
Los sollozos que tanto intentaba reprimir no sólo eran por Marcos, por lo que pudo haber sido y nunca fue; sino por mi madre. Las pruebas de imagen demostraron que el tumor, ocho años después, había recidivado. "Putas estadísticas", pensé nada más enterarme de la noticia. El cáncer de mama recurrente tenía mayor riesgo de recaída en los primeros cinco años desde su extirpación, y a partir de esa fecha el riesgo era mínimo. Ocho años después y localizado en la misma zona del tumor original. Aunque por otro lado, que no se tratase de una metástasis, es decir, una recidiva a distancia, aumentaba bastante la posibilidad de curación.
Para erradicar su tumor inicial, mi madre se sometió a una cirugía conservando el pecho y después recibió radioterapia. Por tanto, la única opción viable que el médico le recomendó para tratar esta recidiva local fue la mastectomía a fin de extirpar todo el tejido mamario. Una vez realizada dicha operación y al haber recibido previamente radioterapia, ya no era posible repetir esta técnica puesto que los efectos secundarios que podría desencadenar eran numerosos. Así que la quimioterapia sucedería a la extirpación quirúrgica.
En un cáncer, a mayor empleo de técnicas para acabar con el tumor inicial, menos opciones de tratamiento o más invasivas para erradicar el tumor recidivante. "Puto cáncer de mierda", dije en voz alta. Estas situaciones tan extremas sacaban de mí los peores improperios que ni siquiera decía en mi vida diaria. Pero esto no era una situación habitual en mi vida, y tampoco quería que lo fuera. Ahora la vida de mi madre también perdería la normalidad, ya que el comienzo del tratamiento era inminente.
Atrás quedaba la visión positiva con la que veía su etapa de enfermedad en el pasado. El apoyo de los sanitarios fue lo que más reconfortó a mi madre, pero esta vez ni su hija (sanitaria de profesión) veía el futuro con buenos ojos. Desde que supe que era muy probable que mi madre se hubiese convertido de nuevo en una paciente oncológica, exploté. Quizá no quise darme cuenta antes, pero esta puta enfermedad era como una espiral que reaparecía cuando menos lo esperabas. "Confía en el avance de la medicina", me repetía constantemente para obligarme a creer que todo saldría bien. Ya solo me quedaba confiar en el destino, ese al que tanto temía y apenas creía. Un destino que me recordaba lo que pudo ser y no fue.