Julia
Mi madre, la mujer valiente que yo tenía de referencia, le había pedido al chico que me había dejado el corazón hecho añicos que dejase de llamarme, de escribirme y hasta de manifestarse en mis sueños. Aunque desde hacía unos días esos mágicos sueños también se habían hecho trizas y se habían convertido en terribles pesadillas. El arrojo de mi progenitora, que velaba por mi bienestar, acababa de cortar tajantemente cualquier relación que hubiese existido entre nosotros, de compañerismo, de amistad o incluso de amor.
El tiempo que transcurrió desde que mi madre pulsó el botón de colgar hasta que el teléfono volvió a sonar fue casi inexistente. Esa vez, a diferencia de la anterior, agarré el aparato y me armé de valor para enfrentarme a mis mayores miedos... Atrás quedó la cobardía, yo misma le pediría por mi propia boca a Marcos que me dejase de una vez en paz. No permitiría que mi madre sufriese, no solo por su enfermedad y el duro tratamiento que debía recibir, sino que tampoco dejaría que mi desengaño amoroso le arruinase la vida. Por ella sacaría fuerzas de donde no las había, por ella lo haría.
— No vuelvas a llamarme nunca más –grité entre lágrimas al descolgar la llamada.
— Lo siento, no quería molestarla –musitó una vez que obviamente no era la de Marcos segundos antes de aproximar mi dedo al icono de finalizar la conversación.
— Disculpe, creí que era otra persona... ¿Quién es? –pregunté tornándose mi dolor en incertidumbre... Marcos estaba bien, su voz reflejaba su recuperación y en ese momento no se me venía otra cosa a la mente que pudiese estar relacionada con esta intrigante llamada.
— Sí, la llamo desde el hospital "Los Rosales", desde el departamento de recursos humanos. Hemos recibido su acta de dimisión, pero nos faltaría oficializarla y para ello necesitamos que firme unos documentos... ¿Cuándo podría pasar por el despacho del director para zanjar el papeleo? –explicó el hombre amablemente.
— Tal y como indiqué en el documento, dejaba mi puesto de trabajo por circunstancias familiares... Verá, mi madre está enferma y en pocos días la operarán. Si no habría problema y puesto que tengo que desplazarme desde lejos, preferiría firmarlo digitalmente –le propuse con el mismo tono educado que él empleó.
— No habría problema en esperar unos días. Entendemos tu situación, pero preferimos que los firmes presencialmente –concluyó el hombre.
— Gracias, en cuanto me sea posible iré a firmarlos –acepté el hecho de tener que desplazarme hasta el hospital.
— Perfecto, avísanos con antelación... El director está muy ocupado y necesitaremos concertar un cita con él. Gracias por su atención, ¡hasta luego! –agregó como si la vida laboral del señor Miguel fuese, no sé, comparable a la del más alto cargo inimaginable.
— De acuerdo, ¡hasta luego! –finalicé la llamada.
No me preocupaba volver al hospital, al fin y al cabo Marcos había recibido el alta médica y las posibilidades de encontrarlo allí eran casi inexistentes, sino encontrarme con el director. No me apetecía toparme con ese tipo tan despreciable. En eso compadecía a Marcos, nuestros padres eran despreciables. Tenían tanto en común que podrían ser mejores amigos. Con ello recordé aquel comentario del director con el que pretendió coaccionarme de primeras, decía conocer a mi padre... ¡Qué ruin!
Le expliqué a mi madre el motivo de la llamada. Pensaba que intentaría convencerme para que fuese y terminase con el papeleo que me mantenía atada a mis pesadillas, pero fue todo lo contrario. Me felicitó por mi acertada decisión. Quizá pensó que me vendría bien mantenerme alejada de ese lugar durante un tiempo. Al final lo que necesitaba era superar esta ruptura, si es que se le podía llamar así. ¿Cómo se le podía llamar a lo que nunca llegó a existir? En todo caso, el sustantivo daba igual, necesitaba superarlo y, tal y como mi madre me recomendó, el apoyo de mi psicóloga podía ayudarme en ese aspecto.
De modo que no tardé ni cinco minutos en llamarla y, pese a que estaba en su día libre, el fuerte vínculo que se había establecido entre nosotras hizo que me respondiera más en calidad de amiga que como profesional. Luna, que así se llamaba, era mi psicóloga de confianza y llevaba siendo su paciente desde bien pequeña. Conocía toda mi historia, el abandono de mi padre, la enfermedad de mi madre, la trágica infidelidad de mi ex novio y mi antigua amiga... Lo sabía todo. Y ahora otro nuevo bache sentimental y familiar sacudía mi vida.
— ¡Hola Julia! ¿Qué tal estás? –pronunció al descolgar la videollamada.
— Hola Luna –la saludé algo afligida–. Sé que hoy es tu día libre, pero... Necesito tu ayuda –le rogué deteniendo el recorrido de una lágrima que invadía mi mejilla.
— Sabía que algo te pasaba... No te preocupes, sabes que que yo siempre estaré aquí para ayudarte –expresó con su tranquilizadora voz–. ¿Es por lo de tu madre?
— No, no es por eso. O sea, sí, claro que estoy preocupada por mi madre, pero es por algo distinto –le respondí. Luna conocía la recaída de mi madre, nada más enterarme de que estaba confirmado el fatídico diagnóstico contacté por videollamada en busca de su ayuda. Ella siempre había estado ahí, incluso en momentos de bajón un mensaje suyo reconfortante me proporcionaba la energía suficiente para recuperarme de ese altibajo.
— ¿Es por un chico, verdad? –prosiguió acertando de pleno.
— Sí, es por un chico, Marcos –asentí desviando la mirada de la llamada para después proseguir con toda la historia de lo acontecido.
Le narré desde la inoportuna visita en mi apartamento, pasando por el compañerismo forzado en mi nuevo trabajo, hasta la confesión de sus sentimientos. La parte negativa llegó a partir del fallecimiento de uno de los pacientes y de la agresión que recibió el susodicho por un tipo celoso, hasta que llegué al punto en el que su ex novia entraba en acción. Sin embargo, el esperanzador mensaje de Marcos reafirmando lo que sentía y confirmando que era mutuo me hacía dudar de nuevo.