Julia
Habían pasado cuarenta y dos días desde que mi vida había dado un giro de 360°. Mi madre había sido operada, incluso ya había comenzado el primer ciclo de quimioterapia. Supuse que esto le afectaría más a nivel psicológico, puesto que la extirpación completa del pecho implicaba un gran cambio en su vida, al igual que la pérdida de cabello. Pero lejos de mis elucubraciones, había adoptado una filosofía digna de admiración. ¡Si hasta estaba más pendiente de cómo me sentía yo que de ella misma! Agradecí su esfuerzo, el grupo sobre "cáncer de mama recurrente" del que ahora era integrante la ayudó a afrontar con optimismo esta etapa de la enfermedad.
Aunque se apreciaba que aún estaba convaleciente y que las secuelas eran evidentes, mi aspecto físico y mental era mil veces peor que el de ella. Mi distanciamiento con Marcos y las largas jornadas que había pasado en el hospital acompañando a mi madre habían hecho mella en mi interior. Las ojeras que resaltaban a la vista y el tono pálido de mi piel creaban confusión y parecía que la enferma era yo en lugar de ella. Anímicamente, estuve deprimida durante un tiempo. Aunque para ser honesta conmigo misma, aún me encontraba sumida en una tristeza que no lograba sacar de mi corazón. Retomé la terapia con mi psicóloga, y me recomendó que debía despejar mi mente con aquel pasatiempo que realmente me gustase.
De modo que me dispuse a encender la "playlist" de Spotify con las canciones más marchosas de Ana Mena. La música de la malagueña me llenaba de energía, y al son de sus pegadizas letras dejé mi mente volar al tiempo que mi voz las tarareaba imitando a la conocida cantante. Apareció en la lista su último tema de "La razón", lo que provocó que los mismos pensamientos sobre mi desamor hacia Marcos regresasen a mi cabeza...
Baby, desde que te vi supe que iba a doler
Y que tú mi corazón me lo ibas a romper
Yo sé que no debí quedarme, pero igual me quedé
Yo tenía la razón, y no la quiero tener
Era tan real como lo que sentía ahora mismo en mi corazón roto, un profundo dolor como si me hubiese clavado una daga en él. Estaba roto, que no herido, y ese tipo de lesión no sanaría tan fácilmente, debía cicatrizar por segunda intención. Y hablando de segunda... no habría oportunidad alguna para que dejase de doler. Sí, "yo tenía la razón y no la quiero tener".
Siento que todo esto era cuestión de tiempo
Y ahora que sí ha llegado el momento
No entiendo cómo nunca lo vi
Pero sí lo vi
El tiempo, aunque pasase, no parecía ayudar en nada. Transcurría despacio como si al segundero del reloj no le quedasen energías suficientes para hacerlo con más velocidad. Pero, ¿y si había llegado el momento de obligarle al tiempo a pisar el pedal del acelerador? Sabía que esto sucedería, "no entiendo como nunca lo vi, pero sí lo vi"...
Este dolor que siento lo merezco
Mi mamá dijo: "te lo advertí"
Yo no soy boba, pero lo parezco
¿Cómo me dejé enredar de ti?
Yo era una boba, una tonta, una idiota, una imbécil y todos los sinónimos que pudiesen existir para describir ese adjetivo. Creí que sería capaz de transformar al chico alocado y rudo en otro fiel y sensible, creí que sería capaz de hacerle sentir lo que nunca antes había sentido, creí que sería capaz de amarnos de verdad. ¡Joder! "¿Cómo me dejé enredar de ti?"
Baby, desde que te vi supe que iba a doler
Y que tú mi corazón me lo ibas a romper
Yo sé que no debí quedarme, pero igual me quedé
Yo tenía la razón, y no la quiero tener
"Yo tenía la razón, y no la quiero tener". YO TENÍA LA RAZÓN, Y NO LA QUIERO TENER. Este amor era el vivo ejemplo de una ilusión óptica... Cuando parecía que los dos veíamos el mundo desde la misma perspectiva, la visión cambió. Más bien lo que varió fue el campo de visión, su ex opacaba toda su atención. Ni un día tardó en volver con ella, y lo peor de todo era que él no tuvo el valor suficiente de decírmelo a la cara. Tanto que me animaba a ser una chica valiente, ¿y él qué? Él era un niño mimado y consentido. Y yo, una niña cobarde, eso era.
Otra vez había pasado a adquirir mi postura habitual, hecha un ovillo con la cabeza reclinada sobre las piernas flexionadas y los brazos resguardándola. Me sequé las lágrimas incipientes que comenzaban a correr por mis mejillas con el bajo de la camiseta, aquella que Marcos me dejó el día que vomité sobre mi vestido. No se la había devuelto y ahora seguía un riguroso ritual que consistía en quitármela para lavarla por la noche, sacarla de la secadora a la mañana siguiente y volvérmela a poner. Cuarenta y dos días repitiendo lo mismo, ¿y así pensaba sacarlo de mi cabeza? Si le contaba esto a mi psicóloga, se llevaría las manos a la cabeza.
Cuarenta y dos días que llevaba recibiendo llamadas y mensajes de texto suyos. Cuarenta y dos días que ignoraba cada intento suyo por contactar conmigo. Cuarenta y dos días que llevaba ocultando ese dolor que hacía que mi pecho lo sintiese ardiendo, en llamas. No pensé que me costase tanto superar este bache aun no siendo nada, porque eso era lo que habíamos sido: Nada. La música despejaba los nubarrones que atormentaban mi cabeza. Sin embargo, lo mismo se llevaba los malos recuerdos que los traía consigo de nuevo, como el oleaje de una playa. De ser así, esta playa portaría la bandera roja, pero mis rebeldes pies me acercaban y me llevaban hacia la orilla. Me adentraba en el mar, la corriente tiraba de mí y me engullía ese torbellino de emociones que me privaban de oxígeno hasta el punto de caer desmayada, en sentido figurado.
Abrí el armario y saqué un pantalón vaquero. Hice lo mismo con el zapatero y cogí los bambos más cómodos que tenía. Vi el par de cuñas asesinas, colocadas sobre el estante, tal y como las dejé cuando deshice el equipaje. Todo me daba pié a recordarlo a él, como un callejón sin salida. Me vestí apresuradamente y ni siquiera me miré a verme en el espejo, pues sabía que lo único que vería reflejado sería mi alma rota. Salí de casa dejando un dulce beso en la frente de mi madre y me dirigí hasta la consulta de mi psicóloga, la doctora Luna.