Julia
El impacto fue tal que entré en una crisis de ansiedad. El aire no llegaba bien hasta mis pulmones, las paredes parecían estrecharse sobre mí y un lejano "¡Julia!" llegaba a mis oídos. Lo último que recordaba sobre ese momento fue a Marcos recogiéndome del suelo y las lágrimas del que biológicamente era mi padre empañar su rostro. Si bien recuperé la consciencia dos horas después, la amnesia pausó mis recuerdos y las risas de una niña pequeña le dieron al "play" de la que sería mi nueva vida.
— ¡Mi hermanita ha despertado! –gritó saltando sobre mí una renacuaja que parecía mi propia calcomanía pero en miniatura.
— Hola –murmuré con la boca pequeñita al sentirme rodeada de tantas personas: Sol, mi hermana y la que supuse que sería su madre. Me extrañó no ver a Marcos en la habitación, si Sol estaba allí ¿dónde se había metido su hijo? Por otro lado, a lo lejos una figura masculina no me quitaba los ojos de encima...
— Vamos, cariño, levántate o le harás daño –le dijo la mujer a la niña.
— ¡No, mamá! ¡No pienso separarme de mi hermana! –masculló. Hasta en lo cabezota se parecía a mí.
— No pasa nada, puedes quedarte un ratito más –le devolví la sonrisa que la niña me había lanzado en agradecimiento.
— Gracias, hermanita... Por cierto, me llamo Ainhoa, pero todos me llaman Noa –aclaró con su aguda voz.
— Me alegro de conocerte... Yo soy Julia –comenté bajo la atenta mirada de los demás que nos miraban embobados–. ¿Qué ha pasado?
— Sufriste una crisis de ansiedad y tuvieron que atenderte –respondió Sol.
Entonces comencé a recordar como si reviviera a cámara lenta todo lo pasado: El carrito de enfermería, el choque con un desconocido y... el desconcierto al saber de quién se trataba. Ese que parecía ocultarse entre las sombras, cabizbajo, que intentaba pasar desapercibido, ese tipo era mi padre. El que nos abandonó a mi madre y a mí, el que nunca quiso saber nada de nosotras, ahora parecía recuperar el interés perdido... ¿o era sólo una fachada? Fuese como fuese, no le dejaría formar parte de mi vida.
— Vete –chillé hacia su dirección pero sin dirigirle la mirada–. Decidle que se vaya, no quiero verlo –le rogué a las demás que me miraban angustiadas.
— ¡Pero es mi papá, aún no lo conoces! –exclamó la pequeña Noa al margen de la cruda realidad.
— ¡Ven, cariño, vamos a dejar que tu hermana descanse! –intentó convencerla su madre, sin obtener la respuesta deseada.
— ¡No, mamá! –contestó haciendo pucheros–. Papá, ven –le pidió al hombre–. Julia, tienes que conocerlo, es el mejor padre del mundo –se dirigió a mí con énfasis resaltando su bondad.
— No quiero conocerlo –repliqué con tono seco, haciendo que la niña entrase en llanto. Poco después su madre la cogió en brazos y salieron los tres de la habitación.
Estaba claro que, a mis ojos, ese hombre estaba muy lejos de ser el mejor padre del mundo. No quería discutir delante de la niña, aún así el tono que empleé dejó entrever lo que opinaba al respecto. Lo último que quería era crear rencillas con mi hermanita, ella no tenía nada que ver con lo que ese imbécil me había hecho. Por eso a él no quería conocerlo, ni siquiera quería verlo.
Media hora después nuestra antigua compañera me revisó y me dio el alta. Los síntomas propios de una crisis nerviosa se habían esfumado, pero quien la desencadenó no desaparecería tan fácilmente. Me aconsejó que me pusiera en manos de un experto para afrontar la situación, ya que, como todo el hospital entero estaba al corriente, debería tener una relación cordial con el que era el padre de mi hermana. La pobre de Luna, mi psicóloga, no daba a basto para ayudarme a superar tantos sobresaltos que en cadena llegaban a mi vida. Pero mi colega tenía razón, si alguien podía apoyarme en esto esa era ella.
— No es mi padre, no lo es... No se ha comportado como tal –le conté a Luna, mi psicóloga. La chica estaba al tanto de mis problemas pasados, pues más allá de mis fracasos amorosos, con ella comencé la terapia desde bien pequeña.
— Ya lo sé, Julia. Es muy difícil llamarle padre a alguien con el que sólo la genética te une. Nunca ha cumplido la función como padre, pero, sabes, lo mejor es mantener una relación cordial por tu hermana. No te pido que os convirtáis en los mejores padre e hija de la historia, ni que crees un vínculo emocional con él. Pero Noa necesita a su hermana, y tú tienes que aceptar que ese hombre forma parte de su vida –intentó hacerme entrar en razón–. Como psicóloga infantil, me gustaría hablar con Noa y descifrar cómo percibe ella a su padre... Además sería una excusa perfecta para intentar conocer a ese hombre –concluyó sosteniéndome la mano. Nuestra relación era más de amistad que de profesional-paciente.
— Sé que por aquello del secreto profesional no podrás contarme nada, pero si su padre accede a tener una sesión contigo y sospechas lo más mínimo de que pueda hacerle daño a mi hermana, me avisas. ¿Prometido? –la presioné sabiendo que eso suponía pasarme de la raya.
— Sabes que no te lo puedo prometer... Pero lo que sí te aseguro es que no me quedaré de brazos cruzados –sentenció con su calmada voz. La firmeza de sus palabras me sirvieron para sellar su no-promesa.
Mientras tanto, regresé a casa con mi madre. Tardé un par de horas en contarle lo que realmente había ocurrido. Con ella nunca había mentiras de por medio, salvo la vez que le oculté mi atracción por Marcos, pero necesitaba tomarme mi tiempo para asimilar lo sucedido y no ser el propio desencadenante de una nueva crisis de ansiedad. Por supuesto que casi que tuve que atenderla a ella por el ataque que sufrió. Justamente era lo que menos quería, que eso empeorase su delicado estado de salud. Aún así, unos minutos después aceptó la situación y se calmó al saber que Luna ya estaba ayudándome a lidiar con dicho problema.
Aunque mis pensamientos eran claros, establecería un vínculo con mi hermana, poco a poco según me fuese aconsejando Luna, no haría lo mismo con mi padre. Ni siquiera aceptaría que formaba parte de la vida de mi hermana hasta que mi terapeuta no me asegurara que no existía ni un uno por ciento de que le hiciese daño a la pequeña. Sin embargo, con Marcos la cosa cambiaba. La decisión que tomé en un principio sobre darle una oportunidad y dejar que se explicara se había desvanecido tanto como su presencia. Que el chico estuviese ausente justo cuando desperté en el hospital estaba relacionado con la llamada previa de su novia, blanco y en botella. Por lo que hice de tripas corazón e intenté no pensar más ello, ¡como si lo fuese a conseguir...!