Ilusiones Ópticas

Capítulo 33

Marcos

O hacía de tripas corazón y ponía cordura en este asunto, o los dos terminaríamos comiéndonos a besos. Mientras saboreaba sus labios, la imagen de aquella Julia vibrando debajo de mí y disfrutando de cada uno de mis lametones que buscaban eliminar cualquier resquicio de chocolate regresó a mi mente. Aquella vez me hizo sentir escalofríos y no pude probar sus labios, así que este momento tan placentero superó todos los límites que con un simple beso creyese poder alcanzar. La pasión dominaba la razón, y eso me aterrorizaba. No quería dejarme llevar y acabar empotrándola a la primera de cambio. Buscaba hacerle el amor, escuchar mi nombre entre sus gemidos de placer; no quería acostarme con ella por el simple hecho de follar. Era algo que debíamos construir juntos, poco a poco, y lo más importante, con amor.

El amor era mi peor pesadilla, y no en sentido metafórico, sino porque lo que sentía era realmente un miedo atroz. Nunca me había costado reconocer mis emociones, por mi ex no sentía nada y desde el principio se lo hice saber; de Julia descubrí que estaba enamorado y le confesé mis sentimientos. El problema que de verdad temía era hacerlo bien y no cagarla en el camino. El amor no era una emoción plana y estable, el amor era un sentimiento que debía cultivarse, estaba en continuo crecimiento. Y yo le tenía miedo a eso, ¿y si prosperaba en nuestra relación y luego acababa jodiéndola?

Me separé de los labios de Julia de forma abrupta para disuadir esos demonios que sólo empañaban lo que quería construir con ella. Parecíamos haber invertido los roles, el miedo y la indecisión que en un principio la caracterizaban a ella, ahora se habían apoderado de mí. Mi brusca reacción desencadenó en la chica en un primer momento asombro y más tarde desolación. Lo que menos deseaba era sembrarle la duda sobre la historia que quería escribir con ella, nuestra historia. Y es que en eso era un especialista, metí la pata hasta el fondo dándole a entender que eso no era lo correcto...

— ¿Qué pasa? ¿No lo estoy haciendo bien? –expresó llena de inseguridades.

— Claro que no, tú eres una niña valiente y yo un cobarde –repuse creando aún más confusión en su mirada–. ¡Joder! Quiero hacer esto y más... Me muero de ganas por hacerte tocar el cielo, pero no quiero que –dudé de lo que iba a decir a continuación–...

— No quieres prometerme amor eterno, ¿es eso, verdad? –inquirió sumida en la tristeza.

— ¡Mierda! ¡No! Te quiero, por supuesto que te quiero... Pero tengo miedo de no dejar que acaricies mi corazón, de no darte el lugar que te mereces –confesé obscecado por mis miedos.

— Tómate todo el tiempo que necesites, estoy dispuesta a esperar otros cuarenta y dos días... O un año si hace falta –repitió mis palabras al tiempo que me invitaba a tumbarme en su cama para después rodearme con sus brazos y posar su cabeza sobre mi pecho–. Yo también te quiero, aprenderemos juntos a amarnos.

— ¿Qué he hecho yo para merecerte a ti, mi niña? –la alabé por sus palabras que de sobra salían de lo más hondo de su corazón.

— Intentar echarme de mi apartamento –enfatizó el determinante "mi"–, ¿te parece poco?

— Ojalá algún día tengamos nuestro apartamento, ojalá algún día tengamos un nosotros –respondí evitando cualquier discusión que pudiese desencadenar su comentario.

— Te quiero –dijo mirándome a los ojos.

— Yo también te quiero –le devolví el gesto y la achuché con más fuerza entre mis brazos.

Los minutos transcurrieron y la paz que albergué al reconciliarme con Julia hizo que notase cómo todo mi cuerpo se relajaba, me sentía lleno... Si me pidiesen ahora mismo que firmara cualquier papel para seguir así el resto de la vida, no dudaría en hacerlo. Esta situación despertaba en mí sentimientos encontrados, al mismo tiempo que me aturdía la idea de cagarla, ella me daba la fuerza suficiente para derribar una puerta si era necesario. A fin de cuentas, ya había derribado la puerta de su corazón y eso había sido una ardua tarea. Ella era la felicidad personificada, toda la tristeza y el sufrimiento desaparecían tan sólo con mirarla.

— ¿Estás bien? Te juro que se me partió el corazón cuando te vi desmayarte y luego tuve que dejarte... Perdóname, por favor –le rogué con el dolor aún oprimiéndome el pecho.

— Tranquilo, estás perdonado. Estoy feliz de saber que tengo una hermana y está bien, pero sólo eso –dijo Julia, no sería yo el que sacara a relucir el tema de su padre–... Por cierto, gracias por intentar ayudarme.

— Tengo que mejorar en lo de tramar un plan sin fisuras... Soy un principiante. Y sí, estoy seguro de que serás la mejor hermana del mundo para Noa –le respondí animándola en su nuevo papel como hermana.

— Oye, ¿y tú cómo estás? ¿Te duele algo? No sabes cuánto lo siento, Oliver no tendría que haberla pagado contigo... Fui yo la que –y se entrecortó su voz como si le doliese ser la culpable de este maldito traspiés, si bien no estaba en lo cierto. Ella no tenía la culpa–...

— Mi niña, tú no tienes la culpa de nada... Además, quiero que estés tranquila porque al menos la poli le dará su merecido a ese "capullo de oro" –le comuniqué por si desconocía esas novedades.

— ¿Pero estás bien? –repitió como si mi respuesta afirmativa le fuese a eximir del resquicio de culpa que aún quedaba en su interior.

— Sí, ya estoy del todo recuperado. Dicen que tuve la mejor enfermera cuidando de mí –le saqué una carcajada con mi última intervención.

— Ya, ya, supongo que lo dirás por tu madre –bromeó sabiendo realmente a quién me refería.

— Lo decía por ti, tonta, pero llevas razón. Ojalá te hubiese hecho caso antes, mi madre se ha desvivido por mí... ¿Sabes que mi padre la engañó para alejarla de mí con tal de que mantuviera mi trabajo? –repuse cargado de odio y rencor hacia él.

— ¡Puff! No me sorprende la verdad, pero me alegro mucho de que hayas recuperado la relación con tu madre. Sol es una mujer estupenda, ¡me encanta! –enfatizó esto último con energía.




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