Ilusiones Ópticas

Capítulo 34

Julia

Mis manos entrelazaban las de Marcos, como si nuestros dedos quisieran aferrarse con fuerza a la idea de que permaneciésemos juntos de por vida. Decían que sostener así las manos era un signo de una unión descomunal, de algo inquebrantable. Los altibajos que me habían hecho recorrer esta montaña rusa de emociones, parecían recuperar su trayecto ascendente... Pero como toda montaña rusa, en algún momento podría caer de forma tan estrepitosa e impactante que estaba segura de que no me lo vería venir. Cada cual cargaba con sus propios demonios, y el miedo a la caída era el mío.

Mientras tanto, disfrutaría de este dulce momento con mi "niño mimado". Estaba dispuesta a conseguir que ese mote le hiciera justicia, ¡nunca antes habría conocido a una chica tan empalagosa como yo! Ya que, para ser honesta, yo era la típica chica que renegaba de todo ese tipo de ñoñerías, pero al mismo tiempo me encantaba demostrar con gestos afectuosos lo que mi corazón sentía. Y vaya que si lo estaba haciendo, algo en mí me pedía a gritos que me olvidase de cualquier chocolate y disfrutara de la chocolatina que tenía entre mis brazos. Se me hacía la boca agua sólo de pensarlo, si Marcos era tan bueno con su habilidad lingüística, seguro que no me defraudaría con el resto. Pero e ahí el problema, sus propios demonios lo llevaban a querer pisar el freno de la relación. Mas lo que debía entender era que más valía llevar un ritmo continuo y no abusar del freno de mano. Aunque pensándolo bien, mi pie ya estaba pisando el acelerador...

— ¿Te quedas a dormir? –le pregunté más a modo de súplica que otra cosa.

— Es verdad que es tarde para volver, pero me da cosa quedarme aquí y que tu madre no lo vea con buenos ojos –se justificó él con toda la razón del mundo.

— A ver, ¿y dónde piensas quedarte? –insistí yo a fin de que se diese cuenta de que era la mejor opción, y la más apetecible para mí.

— Pues en el coche –refunfuñó Marcos.

— ¡No me lo puedo creer! Antes lo habías mencionado pero no había caído en la cuenta... ¿Has venido conduciendo hasta aquí? –dije a sabiendas de la especie de pánico que había adquirido tanto con la bebida como con la conducción después del fallecimiento de su mejor amigo.

— Sí, por una buena causa, iría hasta el fin del mundo –masculló apretando con más fiereza mi mano, esa buena causa llevaba mi nombre.

— No hay más que hablar entonces, déjame agradecértelo quedándote a dormir... El sofá es muy cómodo –agregué con la intención de que aceptase al pensar que no nos acostaríamos en la misma cama.

— Bueno, pero ¿y tu madre? ¿Qué dirá cuando se encuentre a un desconocido durmiendo en calzoncillos en el salón? –inquirió como si lo más preocupante de todo fuese el impacto en sí de toparse con un tío semidesnudo en el sofá.

— Nada. No creo que quiera dejar que su yerno pase la noche tirado en un coche –afirmé ante su cara de desconcierto–. ¿Me has pedido salir, no? Pues es lo que hay...

— ¿O sea que a partir de ahora estoy bajo tus órdenes? –vaticinó ante mi gesto afirmativo.

— Te quedas en mi casa, no hay más que hablar –apostillé cual capitana.

— ¡Sí, mi capitana! –concluyó él como si me leyese el pensamiento–. Y... anda, ponte algo de ropa, que le estoy rezando al Dios del chocolate para no caer en la tentación –añadió mientras agitaba la camiseta en su mano que tiempo antes me había arrancado, porque ese era el término correcto. Al contrario de lo que cabía esperar, sentirme expuesta en sujetador delante de él no me avergonzada, sino todo lo contrario... El Dios del chocolate estaba esa noche demasiado solicitado.

En ese momento, rebusqué entre mi armario un pijama cómodo, me duché y me cambié. Mientras tanto, Marcos llamó a su madre para explicarle lo que supuse que eran buenas noticias para los oídos de Sol. Por las palabras y frases sueltas que pude escuchar, su madre festejaba nuestra reconciliación e incluso quería felicitar a su nuera por teléfono. Aún así, Marcos batallaba con ella a fin de sacarle esa idea de la cabeza. Yo desde el baño le mandé un saludo a sabiendas de que el sonido llegaría a través del micrófono del teléfono. Por otro lado, ella obligó a su hijo a hacerme saber que estaba muy feliz por nosotros y que su nuera tenía las puertas de su casa abiertas cuando quisiera... Yo reí con el asunto, eso de tener las puertas abiertas de su casa trajo consigo el recuerdo de la habitación de Marcos. ¿Cómo sería volver de nuevo a su vida? Pero la curiosidad mató al gato, y mi inquietud se deshizo en el momento en el que el chico entró al baño.

— ¿Me puedo duchar? El viaje ha sido algo largo y verte con tan poca ropa sólo me ha hecho entrar aún más en calor –se justificó sacando a relucir su brillante sonrisa.

— Claro, si me lo hubieses dicho antes –murmuré hablando del tema, una ducha nos separó y una ducha nos podría volver a unir... Menudas películas me montaba en mi cabeza–...

— Ya, y conociéndote habrías apagado la caldera para que no saliera agua caliente –rió rememorando el momento.

— ¡Uy, qué va! Yo no soy nada rencorosa –me excusé entre risas.

Finalmente, Marcos entró al aseo y se duchó. Sin embargo, el pretexto con el que lo hizo no fue del todo real, al menos la parte del viaje... porque la temperatura de mi cuerpo subió nada más verlo. Ese torso esculpido por dioses, esa tableta que nada tenía que ver con la del chocolate, esos brazos... El volumen de aire que debía entrar a mis pulmones no era ni por asomo el recomendable. Si seguía así, pronto entraría en hipoxia y caería inconsciente. "Motivo de ingreso hospitalario: Parada cardiopulmonar por contemplar a su exultante novio ligero de ropa", me imaginé cogiendo una bocanada de aire y tranquilizando a mi corazón que estaba taquicárdico.

— Pensándolo bien, seguro que tengo algo de ropa holgada para prestarte. Si mi madre te ve así, tendrá que venir la ambulancia a socorrerla –bromeé, probablemente, con las mejillas coloradas.




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