Ilusiones Ópticas

Capítulo 36

Julia

Cuarenta y dos minutos después del mágico momento, mi vida parecía dar un giro de 180°. Todo comenzó con la primera sorpresa de la tarde, el anillo de Marcos. Recordaba aquel día en el que me nombró como "su novia" sin siquiera hablar antes sobre el asunto y, aunque pareciese irónico, he de confesar que me gustó. No sabría decir en qué momento exacto me enamoré de él, si Cupido nos lanzó una flecha la primera noche que se coló en mi apartamento mientras dormía, o si sucumbí al amor conforme fui quitando capas de una cebolla y dejando al descubierto su interior. De todas formas, atrás quedó el resentimiento que le guardaba por lo mal que lo pasé. Si Marcos me había prometido que se me declararía como en un cuento de hadas, ya lo había cumplido. ¿Pero cómo sabía que cuarenta y dos días atrás acabaría perdonándolo para colocar un anillo dentro de una caja de bombones y pedirme salir de esa forma tan romántica? Efectivamente parecía tenerlo todo planeado y bajo control...

Sin embargo, y tal y como mi hermanita pequeña me exigió con sus dotes aduladoras, llegó el momento de romper la piñata. Los adultos invitados, que éramos todos excepto ella, fingimos estar muy emocionados con el momento. Pero, ¡ay, tonta de mí! la emoción me invadió cuando vi caer dos billetes de vuelo impresos. Nada de golosinas ni juguetes, el único contenido de la piñata eran dos pasajes con destino a Londres para Marcos y para mí. Hasta ahí, era algo que ya había descubierto, aquél que presumía de tramar planes sin fisuras tuvo ese pequeño desliz, pero ahora una nota los acompañaba. En ella se podía leer que nuestro viaje, turístico en un principio, no tenía el objetivo de pasar un fin de semana o una semana completa a lo sumo en la capital británica, sino que nuestro destino tenía nombre de hospital y no se trataba de otro que un contrato laboral firmado por el especialista londinense que a punto estuvo de tratar a Carlitos. El doctor, que estaba al tanto de lo sucedido, nos invitó para que colaborásemos en un nuevo proyecto que investigaba la enfermedad de Angelman al mismo tiempo que trabajábamos cuidando a niños que también sufrían otras enfermedades raras.

Lo primero que sentí fue miedo e inseguridad, que se desvanecieron al contemplar el rostro ilusionado de Marcos. Lo segundo, preocupación; no quería que mi madre se sintiese sola y aunque su recuperación evolucionaba favorablemente, temía decepcionarla. También pensé en mi hermana, la pequeña Noa, esa niña que recién había llegado a mi vida para ponerla patas arriba, que despertó en mí sentimientos fraternales que nunca creí que experimentaría. Mi madre me miró como si supiese el temor que recorría mi mente y me lanzó un "Seguro que todo irá bien, cariño"; sabía que la dejaría en buenas manos pues, aunque no quisiera oficializarlo, su pareja la cuidaría bien. Y Noa estaba más que feliz por mí, diría que pletórica...

— La "Princesa Piruleta" ha cumplido su misión, "Capitán Enamorado" –me quedé flipando con la forma en la que se dirigió a mi novio... Un momento, ¿aquí todos estaban metidos en el ajo?

— Veo que estáis poco sorprendidos... ¿Es cosa mía, o estabais todos compinchados? –cuestioné a todos los allí presentes.

— ¡Qué va! –negó Luna abrazándome.

— ¡Ay, qué nervios! Marcos y tú por fin vais a vivir juntos... Oye, ¿dormiréis en la misma cama? Porque sólo los papás pueden dormir juntos y Marcos dice que no ve la hora de que durmáis juntos –espetó la sabelotodo de Noa, marcándome un "tierra trágame". Me puse roja, morada y de todos los colores que existían.

— Dije vivir juntos, pequeñaja, te has confundido –intentó mi novio salir airoso del comentario que indudablemente sabía que él mismo había hecho.

— No, Marcos, dijiste dormir... Y si dormís juntos como los papás, ¿significa que vais a tener un bebé? –continuó mi hermanita con el cuento de la lechera.

— ¡Todo a su debido tiempo! –murmuró el futuro padre risueño, aunque para eso de futuro aún quedaba mucho tiempo–. "Tranqui", familia, llevaremos cuidado –concluyó Marcos a pique de que me desmayase de la vergüenza–. Bueno, cambiando de tema, ¡tendremos que salir enseguida o no llegaremos a tiempo para coger el vuelo!

— ¿Qué? –repliqué recuperando el color.

— Salimos esta misma tarde –sentenció.

— Pero... No tengo nada preparado –dije yo descolocada.

— Tienes todo el equipaje preparado –repuso mi madre, devolviéndome una mirada tranquilizadora.

— Está todo bajo control –repitió mi amiga y terapeuta–. Disfruta de la experiencia, y ya sabes que con una llamada o un simple mensaje estaré ahí para lo que necesites –se despidió Luna. Nunca podría agradecerle toda la ayuda que me había brindado, le debía tanto...

Los siguientes diez minutos transcurrieron repletos de despedidas, mensajes de cariño y gestos afectuosos. Sol me pidió que cuidara de su hijo y que me aprovechase de su situación o me las vería para repartirnos las tareas del hogar. "Lo sabía", me dije a mí misma, Marcos sólo quería quedar bien delante de mi madre, pero estaba muy equivocado. Una relación era de dos, para lo bueno y para lo no tan bueno. Mi madre se fundió en uno de esos abrazos que eran capaces de hacerte temblar el alma, de esos que transmitían todo lo que sentía tu corazón. Nos prometimos que estaríamos en contacto todos los días y le guiñé un ojo cuando le hablé de que la dejaba en buenas manos. Ella me regañó, pero me devolvió el gesto a sabiendas de que mi novio también cuidaría bien de mí. Mi hermana pasó abrazada a mí todo el tiempo, incluso mientras yo me despedía del resto de invitados. Sólo se separó de mí cuando otra persona entró en el escenario...

— ¡Papá! ¡Has venido a despedirte de Julia! ¡Sabía que no me defraudarías! –gritó la pequeña como si se lo hubiese prometido. ¡Qué no conseguía esta niña, por favor!

— Claro, cariño, te dije que vendría –le contestó al tiempo que la tomaba entre sus brazos. Por un momento pensé en cómo habría sido mi vida con una figura paterna a mi lado, y la melancolía inundó mis mejillas al derramarse un par de lágrimas–. Toma, Julia, para que la leas cuando estés preparada –dijo entregándome una carta en la que supuse que vendría escrito el famoso "por qué" de su abandono. Fue una sensación agridulce, pero la inercia me llevó a rodear a mi hermana en un abrazo que indirectamente también lo incluía a él.




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