— Dime tu nombre por favor — me pidió el profesor de gimnasia, haciéndome estremecer de lo bueno que estaba
— Tessa Pimenova — le respondí con una sonrisa, queriendo agradarle — Vine hace dos días.
— Y estas en la carrera de periodismo, ¿verdad? — levantó la vista del papel donde estaba segura que estaba apuntando lo que le decía y me sonrió —
Tenia que elegir entre gimnasia o voluntariado para limpiar la facultad. Obviamente elegí lo que pensaba que iba a ser más fácil.
Pero creo que me equivoqué.
Mi primer día había sido aburrido y se me había hecho eterno. No solo Ted y Tara se habían esfumado, si no que además no conocía a nadie.
Y obviamente, algunas personas me conocían por tener los padres que tenía, pero yo los ignoraba. Siempre se acercaban a ti por eso, porque tus padres tenían dinero.
Y eso es despreciable.
— Hoy nos lo tomaremos con calma — informó el profesor dejando la libreta en una silla que estaba al lado del campo — Empezaremos con cuatro vueltas al bosque y nos veremos cuando terminéis en la facultad de medicina — algunas chicas se quejaron, pero rápidamente comenzaron a correr — ¡Quien tarde mas de media hora en dar las cuatro vueltas, tendrá que dar otras cuatro!
Yo no voy a tardar media hora, no. Yo voy a tardar ocho horas.
¿Quien cojones me manda a mi, hacerme la deportista, cuando lo único que hacía en mis ratos libres era comer como una cerda?
¿Alguien me puede explicar?
— ¡Tessa! — gritó alguien a mis espaldas, haciendo que dejara de correr — ¡Tessa!
Una chica con una coleta se paró enfrente mía, obstaculizándome el paso. Quise ignorarla y continuar por donde tenía que ir.
Pero esta no me dejaba.
¿Tan difícil era entender que quería estar sola? ¡Quería ahogarme sola! ¡Queria correr como un zombie sola!
Simple. Era bastante simple. Me gustaba la soledad.
Sobretodo cuando te libraba de gilipollas.
— Tu madre es la que presenta el programa tan famoso de cotilleos, verdad? — cuestionó la chica, haciéndome rabiar — Es que me gustaría salir en él..
— No — negué con la cabeza, al mismo momento que lo decía — Rotundamente no.
— ¿Por qué? — preguntó esta, poniendo cara de pena. Si tenias pensado que con esa cara mi corazón se ablandaría estas muy equivocada, niña — Me hace ilusión ir y ser invitada en un programa así... Es lo que he deseado desde pequeña.
— Entonces tírate algún ricachon y quédate embarazada — dije dejándola cortada— Y por último vas al programa contando como no te satisfacía como mujer.
Y la deje ahí, hablando sola, como debería haber hecho desde un principio. Escuche varias pisadas y la misma chica me adelantó, sacándome el dedo medio.
Que madura, por favor.
Corrí y corrí como jamás lo había hecho.
Escuché un grito y giré rápidamente mi cabeza, para identificar a la persona que había interrumpido mi footing.
Pero caí al suelo de culo.
Pero eso no bastó, no pude mantener el.equilibrio y mi cabeza golpeó la tierra con fuerza, dejándome sin poder moverme.
— ¡La pelota ha tenido que caer por aquí! — gritó alguien. Comencé a escuchar a alguien corriendo que se acercaba hasta donde estaba media muerta —
Mantenía mis ojos cerrados por el dolor que se me repetía una y otra vez.
Maldito hijo de puta.
¿Como coño vas a tirar una pelota así de fuerte?
— ¿Qué haces tu aquí? — preguntó alguien, quitándome el sol de la cara — ¿A caso estas tomando el sol?
— Te voy a matar hijo de puta — chillé sin abrir los ojos — ¿Sabes lo que ha dolido eso?
— Que hayas nacido duele más, creeme — escupió cogiendo la pelota que estaba detrás mía — Espero que te lo pases bien tomando el sol
— ¡No te vayas! — grité intentando retenerlo, pero seguía sin poder moverme — ¡Gabriel! ¡Cabrón!
Este se volvió a poner al lado mía y me volvió a tapar de sol. Abrí los ojos y lo miré, este no tardo más de dos segundos en comenzar a descojonarse en mi cara.
De verdad que estaba asustada. Intentaba moverme pero no podía. Mis piernas no me reaccionaban. Nada lo hacía.
Me sentía inútil. Muy inútil.
Mis ojos comenzaron a humedecerse, dejándolo perplejo.
— ¿Qué pasa? — preguntó cuando se dio cuenta de aquel detalle — ¿Por qué no te levantas de una maldita vez, degenerada?
— ¡No pueden hacerlo! — grité horrorizada —
A Gabriel se le cambió la cara y comenzó a ponerse pálido. La pelota que se mantenía en sus manos cayó al suelo, pero este seguía con las manos elevadas, como si la pelota hubiera seguido ahí.