— ¡¿Eres gilipollas!? — grité cuando me empujó a la habitación — Quería irme, ¡pero de allí, no venir aquí!
— Mira por la ventana — me ordenó señalándola. Al ver que no me movía, volvió a insistir — Mírala.
Acercándome lentamente, me acerqué a ella. Quité la cortina con cuidado y asomé un solo ojo, observando que había detrás de ella.
Y era el puñetero calvo, que seguía mirando la entrada del hotel donde minutos antes habíamos entrado para llegar a la habitación. Suspiré rendida, haciendo sonreír a Gabriel.
— A mi parecer, le has gustado demasiado — informó él, sentándose en el sofá que había justo al lado de la ventana. Se acostó y palmeó el sofá, invitándome — Ven aquí.
Abrí al boca sorprendida. Quise responder pero las palabras no salían del fondo de mi corazón. El hijo de puta me había noqueado como jamás lo había hecho nadie. Jamás nadie me había dejado sin palabras como lo había hecho él.
Me cago en mi existencia.
— ¿Flipas? —grité señalándole con mi dedo acusador — Más te gustaría a estar conmigo.
— Mas te gustaría a ti, preciosa —me guiñó un hojo, sonriendo —pero tampoco te lo tomes a mal, Pimiento.
— ¿Otra vez con lo de pimiento? — chillé horrorizada, siguiendo con mi dedo acosador —¡Es Pimenova, animal!
— Me recuerdas más a un pimiento, niña —habló, como si no le estuviera amenazando con mi tan precioso dedo —Tu apellido es muy raro.
— Más raro eres tú —opiné cruzándome de brazos, con una mueca en mi cara —Gilipollas.
— Soy mejor que tú —soltó este, levantándose del sofá para ponerse enfrente mía —
Sin aguantar más su egocentrismo, le giré dispuesta a salir de la habitación para no volver nunca más.
Lo detestaba. Detestaba a la gente así. A la gente que solo pensaban en ellos, en las personas que no había nadie más que ellos.
Eran tan egoístas... Tan egoístas que no entendía como habían personas así.
Con lo bonito que es compartir un momento, algo que os haga ilusión a ambos.. Esa sensación de felicidad extrema.
Es algo que Gabriel nunca tendrá, jamás en su vida.
— ¿Estas huyendo, Tessa? —preguntó él, poniéndose rápidamente en la puerta donde quería salir, obstaculizándome el paso —¿Tan cobarde eres? —negué con la cabeza, pensando en que responder, pero este siguió —Eres cobarde Tessa, cobarde —volvió a reprocharme, con un semblante serio —No eres capaz de enfrentarte a lo que no quieres, eres incapaz de decir que no.
— Eso no es de tu incumbencia— grité con una mueca, ya que sus palabras me habían sorprendido — No sabes lo que estas diciendo.
Se llevó mas manos a la cabeza, frustrado por mi reacción. ¿Qué quería? ¿Que le dejara meterse conmigo así sin mas? Jamás. Si te metías conmigo, acarreabas con las consecuencias. Chaval.
Lo empujé queriendo salir de la habitación para dejarlo solo. Pero no me dejó. Me agarró del brazo y me empujó hacia él, acorralándome.
— De aquí no te vas a ir hasta que hablemos — informó sin dejar de agarrarme —
Intenté resistirme, le empujé y hasta le arañé, pero con Gabriel no servía nada. Me acorraló con la puerta y no había quien me sacara de ahí.
Intenté gritar por si alguien me escuchaba y se asustaba y venía a socorrerme, pero puso su mano izquierda en mi boca, ahogando mis gritos.
— Te molesta que un chaval como Juan, el profesor, te intente llevar al saco — comenzó a hablar, gruñendo sin apartar sus ojos de los míos — No querías venir a este viaje, pero aún así decidiste venir — se acercó un poco más a mi, tanto que nuestros alientos chocaban — Te molesta que tus mejores amigos te hayan dejado tirada en varias ocasiones, pero no dices nada en ninguno de los tres casos, porque tienes miedo — resumió, sin apartarse ni un centímetro — Tienes miedo de quedarte sola. Tienes miedo de cuando digas no, ellos te dejen de lado.
Negué con la cabeza sin poder hablar. Había dejado de resistirme desde que empezó la charla, desde que por su boca salió lo que tanto temía.
Este se alejó un poco de mi al verme tan alterada, pero aún así no dejó de agarrarme preocupado de que saliera corriendo.
Quería matarlo. Quería matarlo porque esto no era su problema. Yo no era su problema.