Tessa Pimenova
El viento azotaba la entrada de la cueva haciendo sonidos escalofriantes. Cada vez hacía mas frío, pero Gabriel había dejado de temblar.
Había pasado la chaqueta que minutos antes me había quitado para intentar darle calor por mis hombros, debajo de sus manos.
La chaqueta me había devuelto un poco del calor que había perdido. Pero el calor que mas notaba era el cuerpo de Gabriel tan junto al mio.
¿Que me estaba pasando?
Ya no tartamudeaba al hablar. No sabia cuantas horas habíamos estando en esta posición, escuchando nuestras respiraciones y el viento azotar la cueva.
Él no se atrevía a hablar, y yo tampoco.
Volvió a acariciar mis hombros proporcionándome más calor. Estaba bien aquí con él. Y no podía pensar de lo que podría haber pasado si yo no lo hubiese encontrado.
¿Hubiera muerto congelado?
Desee tener el teléfono para poder llamar al hermano de Gabriel para avisarle de que estaba bien, que estaba conmigo.
Si sobrevivimos, esta claro.
Pero había caído en algún lado cuando estaba buscando desesperadamente la pierna de este engendro del mal.
Me alejé de él. Necesitaba ir a por ese teléfono. Quizá la señal no llegara, pero necesitaba comprobarlo. Por nuestro bien.
Gabriel me apretó más contra él, negándose a alejarse de mi.
Mierda Gabriel, me lo pones siempre tan difícil.
Mas difícil que quitarle a mi abuela mis tangas robados.
—Necesito salir — le dije empujándolo con cuidado, con miedo a dañarlo — Volveré en unos minutos.
—¿Que te ha pasado en las manos? — preguntó alarmado, agarrándome las manos y mirándolas con detenimiento — ¿Tessa? ¿Que te has hecho?
—Para el carro, niño — bramé cruzándome de brazos, aún encima de él — No me lo hice aposta, ¿quien te crees que soy?
—Las tienes llenas de sangre, Tessa — volvió a puntuar, volviendo a sujetar mis manos — Espera
Se levantó una de las sudaderas que le había dado. Era de mi padre cuando era joven. Me encantaba la ropa que tenia mi padre a mi edad. Era el típico ricachón con el que querían acostarse todas. Después, llegó mi madre. Que se transfirió de universidad y decidió hacer la carrera de periodismo.
Y justo cayeron en la misma clase.
Volví a observar lo que intentaba hacer. Se quitó la sudadera y la chaqueta con la que le encontré. Abajo, tenía una camiseta de mangas largas que no dudo en rajar.
Hizo dos pequeñas tiras y las enrolló en mis manos, presionándolas. Hice varias muecas y me quejé, pero no aparté las manos.
Segundos después, volvió a abrigarse.
—Mucho mejor, ¿verdad? — soltó sonriendo como un niño pequeño —
—¿Por qué saliste en medio de una tormenta, Gabriel? — cuestioné sin querer darme cuenta —
Él se puso tenso al segundo, y no lo entendí. ¿Que pasaba por esa cabezota como para salir en medio de una tormenta que te podría dejar más tonto de lo que estabas?
Pero no quise insistir. Volví a intentar levantarme pero el me volvió a empujar contra él.
Me cago en tu puta madre.
—Necesito ir en busca del teléfono — le dije cruzándome de brazos — Como no me dejes levantarme te pegaré tal ostia que volverás al hotel de una.
Gabriel sonrió y negó con la cabeza, divertido. Elevó los dos brazos t encogió los hombros, burlándose.
Acto seguido, me levanté. Y tengo que decir, que sus piernas eran los suficientemente cómodas como para que prefiriera estar ahí que en el suelo.
Pero lo que me sorprendió fue que él también se levantó, y me comenzó a seguir.
—¿Dónde vas? — cuestioné tapando la entrada con mi cuerpo — Tú te quedas aquí.
—No puedes obligarme, pimiento — sonrió él, cruzándose de brazos al igual que yo — Te acompañaré, quieras o no.
— Quédate aquí, será un segundo Gabriel — solté saliendo de la cueva, pero el vino detrás mía, pasándose mis órdenes por los bajos.
Ignorándolo, empujé mi propio cuerpo queriendo ir al lugar donde encontré el esquí. El viento había aumentado su fuerza y cada vez me costaba mas caminar. El frío estaba calando mis huesos pero no quise retroceder. Lo mejor era encontrar ese teléfono para poder llamar.
Alrededor del esquí había nieve coloreada de un color rojo que se había aclarado gracias a la nieve que había caído.
Gabriel gritó algo, pero no lo escuché.
Deje mi cuerpo caer y caí de rodillas justo donde estaba el esquí. Y comencé a excavar por todas partes.
Gabriel se sentó a mi lado y comenzó a hacer lo mismo que yo. El tenia mas suerte, tenía unos preciosos guantes que le protegían del frío.
Hice una mueca cuando el frío traspasó la tela que minutos antes había puesto Gabriel en mis manos.