—¡¿Acaso eres estúpida?! Dije que soy alérgica a los arándanos. Y éste plato tiene arándanos y fresas — espetó molesta.
— Si señorita. Es mi culpa.
— Por supuesto que lo es.
Claro que no lo era. Ella vio que el plato tenía exactamente lo que el cliente había pedido específicamente no servir. Pero claro, a los compañeros de cocina de un restaurante con su prestigio, no se les podía contradecir. Ellos siempre tenían la razón. Tú, la mesera, la nueva, no.
—Gracias — dijo el hombre que compartía la mesa con aquella odiosa mujer, cuando ella fue a colocar su plato frente a él.
Era guapo y elegante. Pero en realidad, todos los clientes en aquel lugar lo eran.
“Y como no verse como supermodelos. Si tienen los recursos para vestir ropas de marca y arreglarte cada poco tiempo en el estilista". Eso era lo que Samantha pensaba sobre ese tipo personas.
Su padre, un hombre que lo había tenido todo en un tiempo, también había aprendido a vivir con poco. Le enseñó que el dinero no hacía a las personas mejores, aunque ellas así lo creyeran.
"Los modales y el respeto no los compra el dinero” recordó en ese momento mientras la rubia con senos operados la ignoraba de nuevo con su copa de vino en la mano.
Retiró el plato de la mesa pero en ese mismo instante, la clienta movió su brazo golpeando su copa contra la fina porcelana. Ambos objetos colisionaron rompiéndose en su manos. Y aunque la base de la copa quedó en las manos de la cliente, ésta la soltó de inmediato estrellándose contra las manos de Samantha, quien ya estaba inclinada en el suelo recogiendo todo aquello.
"Talvez la calidad de aquella fina vajilla la volvía demasiado frágil" pensó.
Los restos del plato caro que, estaba segura que se le descontarían, estaban esparcidos con la ensalada por el suelo y ahora llenos de vino y trozos del vidrio de la copa.
—¡¿Pero qué pasa contigo?! ¿Donde está el gerente? — farfullo buscando con la mirada al jefe de la chica.
—No será necesario señorita — intervino con tono amable —. Me haré cargo de esto.
—Tu no te metas — espetó viéndola con desprecio desde su asiento.
—Victoria déjala. Ya pedirlas otra cosa — intervino al ver el caos que su amiga estaba causando.
Pero no escuchó a su compañero.
—Y no se te ocurra acercarte con esas manos llenas de sangre. Y cuida que mis zapatos no se ensucien. ¿Tienes idea de cuánto cuestan? Ni siquiera tu mísero sueldo de un año podría pagar la mitad de lo que valen.
—¿Sangre? — preguntó alertado el hombre de traje azul.
Samantha decidió guardarse cualquier comentario y seguir recogiendo los trocitos de punzante vidrio para ponerlos en su bandeja.
Ya había recibido un par de pinchazos y estaba sangrando pero no como para morir.
—Permíteme — escuchó que dijeron a su lado.
Unas manos se pusieron a recoger aquellos trocitos. Se trataba del otro cliente.
—Por favor. Déjeme a mi. Podría ensuciar su traje o lastimarse.
—Es solo ropa — refutó con una deslumbrante sonrisa que puso a Samantha más nerviosa de lo que ya estaba.
Era un desastre total y todo seguía pasando en cámara lenta como si fuera para hacerla sentir más torpe de lo que ya se sentía.
Aquella mujer que se mostró indignada por ver a aquel hombre recogiendo todo junto a la mesera, pidió a otro empleado que llamara al gerente.
La chica se incorporó con su bandeja llena de los restos.
—Oh Dios mío. Ésta sangrando — dijo al ver que aquel hombre elegante tenía unas heridas en sus dedos. Pero él se limitó a disculparse y marcharse a los servicios.
En ese momento llegó Marco, el gerente. Le pidió a la clienta que le acompañara a su oficina manejando todo aquello con profesionalismo y frialdad digno de aquel lugar.
—Termina eso y te quiero en la cocina — le ordenó antes de marcharse con aquella mujer. Y así lo hizo.
—A los platos — le indicó el sub chef cuando se presentó ante él.
Le había costado mucho conseguir ese empleo. Ya que por falta de algún estudio cursado con referencia a gastronomía, atención al cliente, hostelería y turismo o como mínimo idiomas. Nunca se imaginó que para ser mesera de un restaurante fino como aquél era necesario ir a la universidad o hablar más de un idioma.
Sin embargo, con los escasos meses que llevaba ahí le habían servido para dos cosas: Uno. Aprender todo lo posible. Dos. Aprender más de lo necesario para estar ahí.
Sus esfuerzos eran los que hacía posible que llevara 8 meses trabajando en se lugar. Pero con el pequeño escándalo de hoy no estaba segura de cómo terminaría su carrera empírica en el mundo de los restaurantes.