I'm not your Cinderella.

Capitulo 2: Una damisela en apuros.

Aquel hombre seguía de pie frente a Samantha esperando su respuesta. 
Algo que a ella le costó decidir. Pues no todos los días un hombre tan bien vestido te ofrecía llevarte en su auto carísimo solo por qué la lluvia estaba por caer y ella se encontraba sin un refugio. 


De pronto él se inclinó hacia ella para quedar a su altura apoyándose en la punta de sus pies. 


—Oye lamento mucho el escándalo que Victoria provocó. Ella, es especial, por decirlo así. La ventaja de ser su amigo es que puedes ignorar sus berrinches — dijo divertido. 


"Y esos berrinches me costaron mi empleo" pensó Samantha quien seguía manteniendo el semblante serio. 


El cielo tronó y las gotas de lluvia comenzaron a caer. Aquel desconocido seguía ahí plantado frente a ella. Se veía muy sincero pero sus disculpas no era precisamente lo que ella necesitaba en ese momento. 


—No deberías disculparte por ella — respondió —. Aunque sea tu amiga. 
—Comenzaba a preguntarme cuanto más tendría que esperar para escuchar tu voz. Ésta postura no es muy cómoda — dijo levantándose con una sonrisa —. Entonces ¿Vienes?


El agua comenzó a manchar el saco azul marino de aquel desconocido. Él alzó la vista un momento y la lluvia mojó su rostro. 


Samantha no sabía que responderle. Bueno, en realidad si sabía. La respuesta era: No. Por el simple y sencillo hecho de que éste era un desconocido. Su ropa y auto caro no eran garantía de nada. 


—Esperaré el autobús — respondió dejando de mirarlo sin inmutarse en el agua que comenzaba a correr sobre sus mejías. 


Un tirón la hizo levantarse de golpe y caminar a trompicones hacia el auto. 


—¿Que estás haciendo? — se quejó.
—¿Es que quieres quedarte aquí debajo del agua? Podrías resfriarte.
— Y eso a ti que te importa — espetó alzando el mentón y soltándose con brusquedad de su mano. 


Se acomodó el bolso en su hombro y comenzó a caminar bajo la lluvia que ahora caía con más fuerza.


Las luces de los faroles iluminaron sus pasos mientras la tormenta la mojaba como cascada. 


Un par de luces intermitentes color naranja y rojas pasaron como un borrón a su lado. Era el autobús. Y el próximo pasaba dentro de una hora. 


—¡Espere! — decía intentando correr con los zapatos de tacón. Pero el autobús no se detuvo. 


Se quedó de pie viendo cómo se alejaba. Apretó los labios molesta por haber perdido el único medio que tenía para ir a casa.

Ahora estaba sola en medio de la noche, bajo la lluvia y desempleada. 


Abrazó su cartera pues no quería que el cheque terminara estropeándose. Era todo lo que tenía además de unos pocos dólares en el cajón de los calcetines.


—¿Ahora sí vendrás? — preguntaron a sus espaldas. 


Él estaba ahí, empapado igual que ella. El auto seguía con los faroles encendidos así que pudo ver un poco de su rostro. 


Unas facciones marcadas reflejaban una expresión relajada junto a una sonrisa torcida. El agua caía desde su cabello que se había vuelto negro por la lluvia escurriendo por las puntas. Unas pestañas espesas se agitaban cada poco tiempo para quitarse las gotitas acumuladas. 


—Bien. Vamos — dijo con resignación al verse acorralada. 


Éste sonrió y le tomó de la mano sin importarle nada. La acercó al auto y le abrió la puerta. 


El tablero iluminado le dió a Samantha la visión del moderno diseño de aquel automóvil. 


—¿No tienes frío? Por qué yo sí — escuchó su voz de nuevo muy cerca —. Entra, no te preocupes por el asiento. 


Incómoda por todo lo que estaba ocurriendo se metió en el asiento y cerró la puerta. Lo vio rodear el auto por la parte frontal hasta meterse del lado del conductor. 


—Dios. Que frío — dijo frotándose las manos. 


Samantha sonrió al verlo. Para ser un hombre se veía muy debilucho al quejarse del aparente frío. 


Se observó las ropas empapadas que escurrían sobre la alfombra del auto. Sus zapatos chillaban levemente sacando más agua cuando movía los pies. 


Sintió la calefacción llenar el espacio entre ellos ayudándolos a calentarse. 


—¿Estas bien? — Quiso saber él mientras arrancaba. 
—Sí. Solo me preocupa el charco que voy a dejarte — respondió con sinceridad.
—No te preocupes por eso. Solo es agua. 
—Solo es agua — repitió en tono bajo mirando por la ventana.


Nunca había escuchado a alguien de su posición expresarse así cuando de su propiedad se tratara, aunque solo fuese un par de zapatos o su taza de café extranjero los que se vieran amenazados con un daño potencial. 




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