I'm not your Cinderella.

Capitulo 4: El Príncipe.

—Traeré algo para que te seques — dijo mientras encendía las luces —. Ponte cómodo.


Evan entró al pequeño apartamento. Le resultaba increíble lo minúsculo que era. Su habitación tenía el tamaño de aquel lugar. 


Vió hacia el suelo notando la mancha que había dejado en la alfombra. Se le ocurrió ir a sentarse al sillón cama color crema pero al estar mojado decidió esperarla ahí. 


—¿Qué haces ahí todavía? 
—Bueno. Yo no quisiera manchar la alfombra. 
—Solo es agua — respondió con una sonrisa. 


Le tendió una toalla y un par de pantuflas. Evan lo agradeció con otra sonrisa y se secó el rostro. 


—Vuelvo en un momento — anunció después de verter el café en un par de tazas y ponerlas en el microondas. 


Evan asintió y fue a sentarse a una de las sillas del pequeño comedor para dos.
Observó su alrededor. No se parecía en nada a las lujosas habitaciones en las que él solía quedarse. Ninguno de los muebles compartía el estilo o color. Tampoco lo hacían las cortinas, la alfombra y la pintura de las paredes. 


No había televisión ni tampoco tenían una cocina equipada con todos los lujos y tecnología que él si poseía. 


Y en casi cada rincón habían unas pequeñas masetas hechas de roca con flores secas dentro. 


El microondas anunció que el café estaba listo. Se levantó quitándose el saco y la corbata para dejarlo en la espalda de la silla, para luego ir por el café. 


—La azúcar está arriba — le dijo al verlo revisar el espacio equivocado en la encimera. 


Evan siguió sus instrucciones y efectivamente encontró el azúcar. Al darse la vuelta vio a Samantha con una pijama que le pareció graciosa. 


Las mujeres que él había visto, generalmente en aquellas circunstancias, usarían la menor cantidad de ropa posible con tal de llamar su atención, talvez algún camisón corto y semitransparente. Evan sabía que él era de esos hombres que una mujer difícilmente podía resistir. Gracias a su físico de modelo de revista sin retoques de Photoshop y sus dotes de caballero cuando se lo proponía. Incluso aunque fueras solo su amiga, al menos una vez podías darte ese lujo. Pero ella había hecho totalmente lo contrario. 


Se había dado una ducha así que su cabello ahora estaba húmedo y cepillado. Vestía una camiseta que tenía un diseño que Evan no identificó pues ya estaba muy desgastado al igual que el color.

Seguramente en sus inicios aquella prenda era verde musgo. Y seguramente le quedaba más larga pues ahora ésta le llegaba justo hasta la cinturilla elástica del pantalón de pijama a cuadros que caía sobre sus caderas.


—El mío con dos de azúcar — le pidió sentándose en la misma silla donde él había estado hace un momento. 
—Con gusto señorita — respondió con una sonrisa—. ¿Puedo usar el baño? — preguntó luego de darle su café. 
—Oh sí claro. Es al fondo a la derecha. Hay toallas secas y una par de perchas tras la puerta.


Evan se dirigió al cuarto de baño. Le gustó encontrar aquel espacio bien iluminado y limpio. Olía a fresas. 


Samantha suspiró y bebió de su café mientras Evan estaba en el baño. Aún no podía creer que había dejado que un desconocido estuviera en su casa.


Y al no encontrar una razón válida para justificar su comportamiento, lo aludió al estrés del día. 


Volvió a marcar el número de Zoe pero el buzón de voz entró de inmediato. Víctor estaba en lo cierto. Se había mudado sin avisarle.


De pronto sintió hambre así que comió uno de los rollos de canela. Ya los conocía, a veces eran sus compañeros en el refrigerio. Estaban buenos. 


Mientras pensaba en posibles lugares donde buscar otro trabajo, notó que Evan ya había tardado mucho. 


Caminó sigilosamente por el pasillo con la intención de preguntarle si todo andaba bien. Pero antes de tocar la perilla, ésta se abrió de golpe. 


—¿Estabas espiándome? — preguntó Evan muy serio. 
—No. Claro que no estaba espiándote. ¿Por qué lo haría? — Se defendió alzando la voz claramente nerviosa. 
—Bien. Eso espero. Te dije que confiaba en que no te propasarías conmigo — dijo saliendo del baño con una toalla aferrada a su cintura. 
—¿Pero qué... Por qué estás medio desnudo en mi casa? —Habló siguiéndolo por todo el pasillo. 
—¿Pretendes que me quede desnudo mientras mi ropa se seca? 
—No. No. Yo...
—Realmente creí que eras de fiar — dijo sentándose a la mesa para tomar de su café —. Pero ahora veo que eres como todas las mujeres que conozco. Solo buscan aprovecharse de mi. Solo les interesa mi físico — dijo indignado. 
Samantha bufó exasperada. 
—¿Yo? ¿Aprovecharme de ti? Por favor. No seas ridículo — dijo cayendo sobre su silla frene a él y dando un mordisco al rollo de canela. 




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