I'm not your Cinderella.

Capítulo 7: Tarde de compras y mentiras.

—Primero hay que quitarte esa ropa — dijo mirándola de pies a cabeza.  Pasando desde su cabello recogido, el uniforme negro de pantalón, las medias y unos zapatos que a Evan le parecían más de viejita. 


Samantha abrió los ojos sorprendida e indignada.  Alzó su mano para dar un fuerte golpe en el antebrazo de Evan con su puño.


—¡Eres un...!
—¡Oye! ¿Pero que diablos te pasa? — decía mientras se tocaba el brazo lastimado —.  Si vas a estar conmigo primero debes quitarte el olor a hamburguesas — se quejó.
—¿Estar contigo? Tu si estás mal de la cabeza Evan. Tanto dinero te ha vuelto más idiota. ¿Quien dijo que yo quiero estar contigo?
—Tú.  Por si lo olvidaste, no tienes como volver gracias a que rompiste el billete que te di.  Así que no tienes más remedio que estar conmigo hasta que a mí me den ganas de conducir hasta tu casa.


Samantha estaba furiosos.  El fuego de sus ojos no era suficiente como para consumirlo en vida.  Quería matarlo.  No.  Arrancarle los ojos.  No.  Cortarle la lengua.  Hacer cualquier cosa por que cerrara esa bocaza que tenía.


No dispuesta a ceder dió dos pasos hasta la puerta y salió del departamento.


Presionó el botón del elevador y esperó.  No le importaba si le tomaba toda la tarde y noche en llegar hasta su casa.  No seguiría ahí para soportar a un niño caprichoso.


—¿Estas loca, lo sabías?


El ascensor se abrió y ella entró sin mirarlo.  Evan le acompañó sin hablarle. 

Cuando llegaron al piso del estacionamiento, Samantha emprendió su marcha a la salida pero Evan la alcanzó fácilmente.


—Te dije que iríamos a comprar ropa primero.  — Le tomó de la mano para arrastrarla al auto.
—He dicho que no.
—Samantha no empieces.  Iremos a comprar ropa y luego me acompañaras a lo que yo debo hacer y entonces te llevaré a tu casa.  Lo prometo.


Samantha sopesó la posibilidad de gritar y correr diciendo que la estaban secuestrando, pero le resultó ridículo.  No era una historia creíble.  Lo más seguro era que Evan dijera lo mismo de ella.


—Bien.  Pero yo escojo la ropa.


Evan rió imaginando con que atrocidad e insulto a la moda saldría.  Solo le había visto en los uniformes y en pijama.  Y a juzgar por su pijama, ella no tenía un sentido refinado de la moda.  Así que no le parecía prudente ceder.


—No.  Yo decidiré que usarás.
—No.
—Sí.
—Oye "amigo".  Esto no son las ridículas 50 sombras de Grey.  Si tú intención es mandar y hacerme sentir menos con todo lo que tienes te equivocaste de tonta.  Yo me largo.


Comenzó a caminar de nuevo lejos de él.


—En realidad escogí la tonta perfecta — dijo a sus espaldas.


Ella continuó su camino.  Evan, cansado de aquellos juegos se metió al auto y la alcanzó.  Abrió la puerta de copiloto, la puso sin ningún esfuerzo sobre su hombro y la metió al auto aunque ella le golpeaba la espalda.  Cerró la puerta con llave y entró.


—Tres cosas niñita.  Uno, no soy ese idiota de Cristian Grey.  No soy un traumado egocéntrico.  Dos, si no vas a colaborar te quedarás en el auto hasta que yo salga de la reunión y te lleve a tu casa — dijo mientras le mantenía sujetas las muñecas para que dejara de golpearlo —.  Y tres, basta de berrinches.  ¿Entendido?


La tenía tan cerca que sentía su respiración vibrar, sus labios temblaban pero era por el enorme enfado.  Intentó soltarse de las manos de Evan pero él no lo permitió.


—No.  Hasta que prometas que no me golpearás.
—Bien — escupió.


Evan la soltó y sonrió triunfante.  Le hizo gracia ver su rostro enfadado.  Se veía más sexi así.

 


—¿Vas a quedarte en el auto o vas a venir conmigo? — preguntó cuando estaban a unas calles de llegar.
—¿Tardarás mucho?
—Un par de horas.  Si tuvieras puesta otra ropa podrías pasarla en el centro comercial.
—¿Vamos a un centro comercial?
—¿Te quedas o no?
—¿Eso implica cambiar mi ropa?
—Sí.
—¿Tu la pagas?
—Sí.
—¿Vas a cobrármela?
—Posiblemente.
—Entonces me quedo.  — Se cruzó de brazos y vio hacia el frente enfadada.
—Vale.  Te seré sincero.  ¿Me ayudarás si soy sincero? Odio estás reuniones.  Y si tú vas.  Los demás te ven y tengo la excusa perfecta para decir que debo irme temprano.
—¡¿Soy tu excusa?!
—¿O prefieres ser mi novia? — preguntó con diversión.
—Primero muerta — farfullo —.  Vale, te ayudaré.  Solo si yo escojo la ropa y no me la cobras.
—Eres una tramposa.
—Tu escoges.  O dejas que todos vean a tu novia cajera de un restaurante de comida rápida.
—No te atreverías.
—Tú tendrás más que perder.  No yo.
—Bien.  Bien.  De acuerdo.  Yo pago y no cobro.  — Sacó una tarjeta del bolsillo y se la tendió —.  Usa ésta.  — Samantha la examinó con el ceño ligeramente fruncido —.  Es una tarjeta de crédito Samantha — dijo en tono burlesco.




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