Por fin llegaron al edificio de Samantha luego de pasar a comer y al supermercado. Por que Evan pensó en hacerlo por su supuesto sentido de buen samaritano.
Subieron todas las bolsas que ella y Owen habían metido en el baúl del auto.
—¿Por que compraste todo esto? ¿Tienes idea de cuánto cuesta?
—Sí. Lo decía en el tiquete. Ya te llegará la cuenta cielito — se burló con una sonrisa.
—Es increíble Samantha. Ahora ten por seguro que si voy a cobrarte cada centavo.
—Recuerda que esto es solo inversión para tus planes mentirosos — decía llevando algunas bolsas hasta la habitación con él pisándole los talones —. Tu abuelo me invitó a la fiesta del fin de semana y me servirá para ir.
—¡Tú no vas a ir a ningún lado mujercita! — decía acusadoramente mientras la señalaba con el dedo índice parado en la puerta de la habitación.
—Wow. Con razón y no tienes novia. Si las tratas como a niñas.
—Talvez si no te comportaras como una, sería diferente.
Evan se quedó ahí mirándola poner todo en la cama para buscar colocarla en el armario.
Se sentía un completo tonto. ¿Cómo pudo confiarle a una mujer una tarjeta de crédito sin límites? Aunque él podía cancelar las compras. Y por supuesto no sería un problema. Pero por alguna razón tampoco quería hacerlo.
—Bueno. Si no volveremos a vernos hasta el fin de semana te pido que por favor te vayas. Solo dime a qué horas vendrás por mí el sábado.
—Ya dije que no irás a esa fiesta y punto. — Se cruzó de brazos y se quedó plantado ahí mirándola mientras le ignoraba sacándose los zapatos.
—Y ¿Que le dirás a tu abuelo cuando pregunte por mí?
—No lo hará.
—Si tú lo dices — dijo. Se sacó el suéter y lo puso en la cama —. ¿Es que vas a quedarte ahí? Voy a cambiarme.
Pero él no se movió. Por un momento la duda sobre su abuelo lo había hecho tambalear. Las cosas con él estaban un tanto delicadas. Pronto sería su cumpleaños 30 y eso significaba seguir manteniendo a su abuelo contento para demostrarle que podía con aquello.
De pronto ella le estaba empujando para sacarlo de la habitación.
—¿Por qué estás tan segura de que preguntará por tí? — dijo desde el otro lado de la puerta.
—Por que le guste — respondió tranquilamente.
La puerta no había quedado totalmente cerrada por descuido. Una visión muy escasa del interior de la habitación era captada por los ojos de Evan. Samantha se paseaba de un lado a otro con una enorme camiseta sin nada más en la parte inferior que su ropa interior.
—Mi abuelo es así. No te creas especial. Solo mi abuela sabe ponerlo en su sitio — alegó sin dejar de esforzarse por ver más.
Se sentía como un chiquillo de colegio espiando a las chicas en los vestidores. Sin esperarlo, vio a Samantha detenerse a un lado de la cama de espaldas a él, justo frente a la abertura de la puerta.
Ella se quitó la camiseta y la tiró a la esquina en el cesto de la ropa sucia. Quedando en ropa interior. Evan se acomodó tratando de ver mejor lo que ocurriría. Estaba ansioso por que ella siguiera desvistiéndose.
Las manos de la chica fueron a su espalda para detenerse sobre los broches del sostén negro, sus dedos tardaban demasiado en soltar aquello. Él estaba seguro que sólo le habría tomado medio segundo quitarle las prendas. No podía concentrarse en un solo punto. Sus ojos iban desde su espalda, su cintura, sus caderas y su piernas. Había tanto que ver.
"¿Quien diría que las hamburguesas hacían eso?" Pensó con deseos de derrumbar la puerta si ella no terminaba pronto.
—Vamos. Vamos — susurró.
Por fin, aquella prenda se liberó. Samantha se movió hacia el armario abriendo las puertas. Eso le bloqueó por completo la visión.
—Rayos — se quejó pateando el suelo.
—¿Por qué estabas espiándome? — Escuchó que preguntaban a su lado.
Ella le contemplaba muy seria y con los brazos cruzados. Traía puesta una sudadera y pantalón corto. Se preguntó si traía puesta ropa interior pero mejor desvió la mirada.
—No yo no... — Tartamudeó nervioso.
—Eres un pervertido — dijo dándole dos golpes en el mismo brazo que ésa tarde.
—¡Oye! Tú sabías que yo estaba aquí. ¿Por qué seguiste sacándote la ropa?
—¡Vete! ¡Vete! — decía empujándolo.
—No. No me iré.
—Oh sí. Si te irás grandísimo...
—No te atrevas — dijo sujetándola de las muñecas al ver que ella iba a golpearlo de nuevo.
—Esta es mi casa y si no te quiero aquí tu te vas.