Seis meses habían pasado desde que Samantha se había ido. Seis meses sin saber nada de ella. Seis meses de buscarla sin ningún resultado. Seis meses preguntándose qué fue lo que ocurrió. Seis meses de estar volviéndose loco por estar lejos de ella. Seis meses de sufrir pasando por todas las etapas del rompimiento de corazón. La última había sido el enfado y el rencor. Pero no quería pasar al odio. No podía odiarla. Algo en su interior le decía que aún tenían esperanzas.
Algo en las líneas de aquella nota que dejó antes de marcharse le decía que ella aún le quería.
"Fue bueno mientras duró. Al final Cenicienta si se marchó dejando atrás la zapatilla.
No me olvides".
Entonces ¿Porqué? ¿Por qué se marchó? Claro que no la olvidaría. ¿Cómo podría?
Seis meses arrepentido de haberla dejado sola tantas veces antes de su partida. Seguramente esas separaciones le hicieron sentir abandonada.
Ni siquiera se había llevado su ropa nueva, todo estaba ahí. Seis meses después, aquella ropa seguía en el armario junto a la suya.
Los abuelos tampoco entendían la razón de su partida. La veían tan feliz con Evan que estaban seguros que ellos dos no se separarían.
Evan incluso pensó en que quizás, solo quizás, ella no lo quería. Pero al volver a ver la nota que dejó con el pequeño florero artesanal, se concentraban en la frase final: No me olvides.
"¿Por qué alguien que no te quiere pediría que no le olvides?".
Eso no concordaba. Y pensar demasiado le provocaba solo jaquecas.
"Cenicienta se marchó dejando atrás la zapatilla".
—Cenicienta se marchó dejando atrás todos sus zapatos y vestidos. — Se decía a si mismo mientras bebía otro whisky sentado en su cama.
Seis meses de insistirle a Zoe para que le dijera donde estaba ella. Pero la lealtad de aquella chica era inquebrantable.
Nunca fueron al pueblo de Samantha así que no tenía ni idea de dónde era. Y aunque pagó la hipoteca, no se preocupó en conocer los detalles de la propiedad, únicamente hizo el depósito. Así que no tenía nada.
Nada y al mismo tiempo todo en el apartamento le hacía recordarla.
Una vez más le insistió o mejor dicho, le suplicó a Zoe que le dijera algo sobre ella.
Tanto tiempo después y ver que aquel hombre seguía en busca de su prima le ablandaron esa tarde. Samantha le había hecho jurar que no le diría a Evan sobre su embarazo ni dónde estaba viviendo.
—Por favor Zoe. Te lo suplico — rogaba un a vez más —. ¿Has hablado con ella?
—No. Ésta semana no.
—De acuerdo. Solo dime dónde está. Por favor. Estoy volviéndome loco Zoe. Por favor.
Talvez fue su voz, los ojos brillantes, la desesperación de su semblante, la insistencia o ese aire desequilibrado que tenía últimamente hicieron que su guardia bajara.
—De acuerdo — dijo de mala gana. Buscó un bolígrafo y en la parte trasera del recibo anotó algo —. Júrame que no le dirás qué he sido yo. O si no me mata. No te diré más. Eso tendrán que arreglarlo ustedes.
Evan no podía creerlo. Le arrebató el papel a la chica estupefacto.
—No te escuché Evan.
—Ah sí. Sí. Claro, no te preocupes por eso. No diré nada — dijo parpadeando de prisa y pasándose la mano por el cabello.
El nombre de aquel pueblo no se le hizo conocido. Pero sin importar nada, tomó el siguiente vuelo disponible y fué en su búsqueda.
Las horas esperando abordar, recoger la maleta hasta ponerse en marcha en la carretera se le hicieron siglos.
Zoe no le entregó ningún número telefónico, solo la dirección de la casa. Así que pisó el acelerador rogando que el infinito camino que aún tenía por delante se acortara.
Luego de 6 horas de conducir, haberse extraviado dos veces y pedir direcciones en tres ocasiones estaba agotado. Pero solo físicamente, sus ansias por encontrarla lo mantenían despierto.
Cuando llegó a la cuarta gasolinera volvió a preguntar por aquel remoto lugar. Se sorprendió al descubrir que ya lo había dejado un par de kilómetros atrás.
No era lo que se conoce como un pueblo. Era más bien una calle con algunas casas y pocos negocios. Unos caminos de tierra se abrían paso entre el césped para separarlo de la carretera.
Cuando hubo dado algunas vueltas por las granjas y casas encontró la dirección.
Respiró hondo y se miró en el espejo retrovisor antes de salir. Estaba nervioso. Tanto tiempo después por fin le vería.
Pero al tocar a la puerta, una mujer mayor apareció con un bebé en brazos.
—¿Se encuentra Samantha? — preguntó viendo de reojo el número de casa en el papel para asegurarse de no haber tocado la casa equivocada.
—¿Quien es usted? — inquirió la mujer viéndolo de pies a cabeza.
—Bueno yo.
—¡¿Quien es mamá?! — hablaron desde el fondo de la casa —. Sí es Tony dile que ya salgo.