Immundus

Siete

 

—07—

 

s

La noche anterior había sido como una pesadilla, y no solo por la agresión a Val, también por mi encuentro con Caelum. Había decidido no contarle a nadie sobre eso, no quería causar más revuelto entre nosotros y esos dementes. Por primera vez tuve miedo de dormir sola, temía que alguno de ellos o el, para ser precisa, decidieran aparecerse en mi habitación y matarme en mis sueños. Cuando por fin amanece puedo sentirme aliviada y aunque no había dormido nada, decido tomar una ducha rápida y cambiarme; es un día lluvioso y lo siento acorde con la situación que vivimos todos aquí. Siempre había tenido la idea que los ángeles eran seres de la bondad y la buena fe, pero al parecer estaba equivocada; no había recibido ninguna de esas cosas de alguno de estas personas o lo que fueran. Son viles, manipuladores y tienen demasiada condescendencia.

El día de hoy se nos daría una orientación general a los nuevos Orionis, nos habían dicho que sería un ten tapie para poder estar a la par de los que lo habían aprendido toda su vida; no creo que tres días, un par de libros y una carpeta pudiesen equivaler a toda una vida y años de estudio.

Estoy esperando en la sala común a que el resto de mis nuevos amigos y mi hermano bajaran. Faltan unos minutos para las siete de la mañana y unos cuantos empleados del instituto se encuentran limpiando y arreglando todo el lugar.

—Vaya, que madrugadora. Claro que, viniendo de una humana común, no me sorprende para nada.

Me giro hacia una de las puertas del salón de donde proviene la voz que tan amablemente me había hablado. Miro a la chica que reconocí como una de las nietas de la reina la noche anterior, poco a poco comienzo a sentir el enojo surgir al recordar lo que nos habían hecho, lo que habían hecho con Val. Me coloco de pie sin bajar la guardia, la creo capaz de cargar con una escopeta de esas que la familia real usa para la cacería como personas del siglo pasado. Ellos parecen del siglo pasado, del pasado, del pasado.

—¿Cómo esta tu amiga? Supongo que un poco indispuesta por su accidente.

Ella se burla provocando que mi enfado se incremente, la veo sonreír mostrando su pronunciada dentadura.

—No tengo tiempo para ti, dientona —mascullo.

Ella borra su sonrisa y una mirada aniquilante la remplaza. No lo había susurrado, quería que me escuchara, a ella le encantaba lanzar insultos y a mí no me gusta ser la burla de nadie. Se que mi mamá odiaría que yo fuera por ahí insultando a personas, en especial por su físico, pero esta chica quemo a una persona por no ser como ella ¡La quemo! Yo insultando sus dientes es nada a comparación de lo que ella y sus amigos son capaces de hacer.

—No te conviene meterte conmigo ordinaria. Porque la siguiente serás tú y esta vez me encargare de que sea peor que la primera vez ¿Entiendes?

Ella sigue de pie en el mismo lugar y yo del lado opuesto a punto de salir del salón. Le sostengo la mirada unos segundos y sin decir nada, me marcho.

Camino al comedor tomando asiento en la misma mesa que los últimos días, algunos estudiantes se encuentran ahí. Unos me miraron con disgusto y otros solo me ignoran. El personal de la cocina comienza a entrar con carros auxiliares con teteras, cafeteras francesas y cosas para beber.

—Señorita, buen día.

Una mujer que aparenta la edad de mi madre me saluda con seriedad. Viste un uniforme soso de color blanco y su cabello perfectamente recogido en un moño. En realidad, todos los que se encargan del mantenimiento lucen así, visten de colores sobrios y ningún cabello fuera de lugar, con una actitud casi mecánica.

—Buenos días —murmuro. Aun no me acostumbro a este trato tan formal.

Suelo ayudar en la cafetería de mamá y jamás me había dirigido a nadie de forma tan impersonal, resultando casi robótico. No me sorprende, ya que todo aquí parece salido de una película de elite de los noventas. Mi mamá siempre había preferido un trato cálido y respetuoso para los clientes. Eso funcionaba, los clientes frecuentes de la cafetería se sienten como en casa. Aquí parece que todo es como la fiesta anual de jardín de la reina. No puedo evitar soltar una pequeña carcajada, porque aquí estoy rodeada de personas que, en efecto, conviven con la realeza o son parte de ella.

—¿Sabes? Dicen que los que ríen solos, es porque recuerdan sus maldades.

Lucas dice tomando asiento a mi lado.

—No es precisamente un recuerdo, es una realidad y muy presente —respondo con una mueca.

Lucas me mira sin entender y yo señalo con la mirada al otro lado del comedor.

—No puedo creer que puedan actuar como si nada, como si no hubieran atentado con la vida de Valentina hace unas horas —dice molesto.

—Lo sé, aun no me lo creo, parece como un mal sueño.

—Aparentemente somos míticos, con sangre angelical y eso… para nosotros resulta confuso, para esos psicópatas es real y para el resto del mundo mitología o ficción.

Ambos nos quedamos sin decir nada mientras nos servimos café y colocan pan, mermelada y mantequilla en el centro de la mesa.



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En el texto hay: angelescaidos, fantacia, romance

Editado: 15.01.2024

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