Prólogo
La niebla abismal se había asentado sobre el valle como mortaja. Y mientras todo
el pueblo de Cresswell dormía, una mujer pelirroja corría sin aliento por la densa
vegetación del oeste, rodeada de altos robles que se retorcían en formas sinuosas.
Cada poco tiempo, miraba hacia atrás comprobando si la seguían, con las mejillas
surcadas en dos lágrimas largas y calientes.
—Shh… —murmuraba de vez en cuando— Ssshh, por favor, tranquilízate.
A su costado, envuelto en una manta, algo lloraba sin consuelo. Se detuvo de improviso, miró hacia sus lados como si buscase algo, o a
alguien mientras trataba de tranquilizar a su pequeña compañía.
A la derecha, lo encontró. Ese era el árbol; aquél con la marca de una pequeña
estrella plateada en su tronco. Debía tocar en breve el símbolo y lo encontraría. Al
menos, eso le habían informado. Y tenía que ser verdad. Era su última esperanza.
Respiró profundamente, pese a que estaba agotada de correr por el bosque, y
su corazón latía tan deprisa que le costó varios minutos recuperar el aliento.
Carraspeó con suavidad, esperando que la escucharan.
—¿Dónde estás? —invocó con voz desesperada—. Dijiste que te encontraría
aquí.
No pasó nada. La noche entera estaba quieta, paciente. Solo le respondió el viento
zarandeando los arbustos. No era así como debía suceder.
—Por favor — suplicó
De pronto, notó que el crepitar de los robles empezaban a callar al unísono. Su
instinto de protección despertó y se aferró a quién se escondía bajo la manta, sin
apartar la vista del árbol señalado.
Frente a ella, dónde antes había un tronco, ahora, había alguien más. Tardó caer
en cuenta que ese individuo traía un traje diferente a del pueblo: llevaba una extensa
capa hecho en terciopelo, cerrada en la parte delantera con un broche de oro, su
degradado de verde oscuro y azul, le aportaba elegancia y misterio al mismo tiempo.
Bajando la guardia, se levantó lentamente para mirarle fijamente, aunque no podía
distinguir bien aquel rostro debido a que tenía puesto la capucha. Se le cortó la
respiración. Era él. No le habían mentido.
—Ryden… —habló, tratando de mantener la calma.
El mencionado caminó y el bosque entero se estremeció ante su presencia. La examinó
con detenimiento de arriba abajo.
—¿Qué haces aquí? —Su voz era grave, y resonaba en la noche como si
hablase dentro de una enorme cueva.
Ella no respondió. En su lugar, con las manos temblorosas descubrió al ser que se
ocultaba. Desprovisto de su cobija, la niña de cinco años comenzó a sollozar,
aumentando el sonrojo de su delicada mejilla causado por las anteriores lágrimas
derramadas.
Ryden mantuvo una expresión fría e inflexible.
—¿Es ella?
La mujer asintió, haciendo esfuerzos por lidiar el nudo en su garganta mientras
aproximaba a la niña hacia adelante. Dejar a su preciosa hija parecía un gesto de
lo más doloroso y difícil de tolerar que hubiera hecho en su vida, pero cerró sus ojos
unos instantes y la guío, despacio.
Para su sorpresa, Ryden la detuvo cortándole el paso con una barrera de energía
azul chispeante, que había conjurado en un abrir cerrar de ojos.
—No deberías haberla traído. No puedo ayudarte. Regresa.
La mirada de ella, pura y cristalina, lo miraron con estupefacción.
— Pe–pero ellos… Me dijeron que podías cuidarla de esa orden, sacarla de aquí
y llevarla al otro lado. ¡Me aseguraron que nos protegerías!
— Mi deber es resguardar solo a la Casa del Dragón. Los estudiantes
pertenecientes a ésta, deben poseer habilidades natas y una perspicacia
aguda —repuso
Ryden, y su holgada capucha se agitó cuando negó con la cabeza—. Tu hija
aún es demasiado joven para adaptarse a ese estilo exigente. Sin mencionar,
que denota dificultad para mantener a raya su poder. Educarla costará un
precio muy alto. No puede irse con nosotros, es un peligro. Te sugiero, que la entregues a otra casa.
Se dispuso a retirarse, pero ella puso una mano sobre el cristal lastimándose
debido al contacto de las corrientes chispeantes.
—¡No! ¡Por favor! Ya es tarde, nos han descubierto. Si no nos ayudas, la
encontrarán, y se la llevarán a la Orden Oscura y entonces… —La voz se le cortó antes de acabar la frase. Volvió a mirarle ignorando ese hormigueo que
recorría su palma dejando heridas sin dar tregua alguna—: Por Favor.
El líder pareció dudar unos instantes. La niña no dejaba de llorar. Desde lejos,
escucharon el rugido siniestro del Falkor Errol, una de las más temidas creaturas
que moraban en las profundidades de la región Hailran; descrito cómo un animal
que excedía en tamaño, sobrepasando la imaginación, en cuanto a su fisionomía,
era catalogado cómo tenebroso.
La chica clavó los ojos en el líder. Era un sonido inconfundible que conocía
demasiado bien, y signo inequívoco de que no había tiempo que perder. Sabía a
quién le servía. Esta vez no lo dudó. Un poderoso instinto de protección se adueñó
de ella y la fiereza de su mirada le hizo saber a Ryden que no estaba dispuesta a
aceptar un «No» por respuesta. Que haría cualquier cosa que fuera necesario, por
muy temerario y doloroso que fuera. Éste último no tuvo más opción que deshacer
el encantamiento. Todavía sin inmutarse, guío a su hija con cuidado al lado de
Ryden. La abrigó con la tela y acunó su mejilla.
— Tienes que llevártela de aquí —repitió, tratando de convencerse a sí misma...
La decisión ya estaba tomada. Una decisión que arañaba en lo más profundo de
su corazón y la rompía a pedazos, pero la única forma que una madre podía tomar:
proteger a su hija, por encima de todo, aunque ello supusiera no volverla a ver
jamás. Miró a la niña una última vez y besó su frente, disfrutando del olor de su
cabecita y deseando conservarlo para siempre, para llevarla consigo donde
estuviera.
—Temo que no vuelva a verte nunca —dijo la pequeña sollozando.
— Mi querida nena —ella habló con tono melifluo— En los jardines de la memoria, ahí es donde nos volveremos a vernos.
— Madre….
Se incorporó de forma pensada y su voz tembló cuando volvió a hablar con el líder,
comenzado a dar pasos hacia detrás.
— Protégela bien, no dejes que la encuentren nunca.
Ryden miró a la niña. Descubrió que su llanto había menguado, y parecía que el
calor de aquellas palabras estaban haciendo que se reconfortara, y ahora sonreía
con unos ojitos cristalinos. Esa visión desplomó algo en su interior, como si hubieran
dado un simple golpecito a una fortaleza congelada de dominó y de repente todo se
viniera abajo. Había oído hablar tanto de esa niña que había olvidado lo que de
repente se presentaba frente a él en un golpe de realidad: no era más que una
infante. Una infante, que años atrás había nacido precisamente en la noche del raro
plenilunio morado, y con la magia inmersas en todas sus células, retumbaba bajo
su piel. Se ondulaba y se doblaba sobre si misma. Inundaba todo su ser. Cuando la
niña creció, su poder aumentó volviéndose perceptible. El líder rezongó. Estaba
convencido de que era una idea terrible. Si la descubrían, la Casa del Dragón jamás
volvería a ser el mismo. Nadie podría imaginar lo que esa niña sería capaz de hacer, ni lo que pasaría si la Facción Oscura intentaba utilizarla en su beneficio. Esa niña lo
cambiaría todo. Sería el fin.
El líder del Dragón maldijo al Orden Cydraryn. A todos y cada uno de ellos.
Pero asintió. La extravagante tela verde se movió en una aureola perfecta al levantar
su brazo, creando rayos dorados con el movimiento para después desaparecer de
manera instantánea. Y, así, todo regresó a la normalidad. Se escuchó al Falkor
Errol, aproximándose más y más.