Imperio Oscuro

Capítulo 4

Gian

Me toqué el labio inferior sin dejar de mirar la brillante ciudad. La luna se asomaba y los edificios pasaban rápidamente ante mis ojos mientras la limusina aceleraba. Kiara asomó el cuerpo en el techo abierto y Luciano la alentó quitándole el corcho al champagne y soltándole silbidos a su esposa. Estaban muy enamorados.

Ellos disfrutaban la vida y no perdían el tiempo. Yo me había convertido en un cascarón vacío. Un hombre despechado que pasaba sus días dentro de una oficina o mataba a aquellos que desafiaban mi autoridad. Tan malditamente perdido en mi trabajo. Cualquier cosa para distraer mi cabeza de aquel recuerdo horroroso que había experimentado. Se puso peor cuando leí el periódico esa mañana, una nota sobre la fiesta que organizó el primer ministro de Rusia y ella estaba presente con su nuevo amante. El padre de su hijo. Su esposo. El hombre por quién me había apuñalado sin pensarlo dos veces.

—Has estado muy callado desde que abandonamos el club—comentó Luciano, tendiéndome la copa de champagne y sacudí la cabeza. Mi consumo hacia el alcohol había disminuido de manera admirable—. Pensé que estarías un poco entusiasmado con la pequeña periodista.

La sonrisa vino a mis labios sin que pudiera evitarlo.

—La convencí de ir a entrevistarme en mi pent-house. Así que eso es incluso mejor de lo que esperaba. La tendré a mi completa disposición.

Luciano no parecía de acuerdo con esa decisión. Estaba a la defensiva con cualquier mujer que se me acercara. No era su problema, pero él sentía la obligación de protegerme. Razonable porque me había visto en mi punto más bajo. Conocía al Gian destruido que estuvo a punto de renunciar. Drogas, alcohol, depresión, pensamientos oscuros sobre el suicidio. Me estremecí y apreté las manos en puños. Nunca regresaría ahí. Nunca me romperían de nuevo el corazón.

—¿La invitaste a tu casa? —preguntó incrédulo—. Ni siquiera la conoces.

Me encogí de hombros con indiferencia. No le debía explicaciones de mi vida. No le debía nada.

—Es hermosa.

Se mofó por la corta respuesta. ¿Qué otra explicación debía darle? Nara era la única mujer que me había maravillado desde mi última decepción.

—¿De verdad, Gian? Pensé que habías aprendido la lección después de lo sucedido con Liana.

La rabia regresó como algo espinoso, desgarrándome pieza por pieza. No me gustaba ese recordatorio ni que condenara a cualquier chica que tuviera mi interés. No todas las mujeres eran iguales. De hecho, consideraba estúpido ese dicho. El problema era una sola persona. Nadie más.

—No necesito tu permiso si quiero follarme a una mujer, Luciano. Ocúpate de tus asuntos.

—No es lo que quise decir y lo sabes.

—Nunca he cuestionado absolutamente nada de tus acciones. Espero que tú tampoco empieces a hacerlo conmigo o me veré en la obligación de recordarte tu lugar.

Hizo una mueca y bebió de la copa.

—Ella es... extraña—dijo—. Es periodista.

—Está interesada en la corporación y mi nombre. Hice que Danilo la investigara—mascullé—. No es para tanto.

Kiara, mareada y borracha, saltó al regazo de Luciano y le llenó el cuello de besos. Él se ablandó en su presencia y artículo la palabra "lo siento" con los labios. Su esposa me miró con un mohín antes de sonreír. Solo ella podía calmarlo.

—¿Otra vez te está molestando?

Le devolví la sonrisa.

—Ya sabes como es Luciano. Se toma muy en serio el papel de hermano mayor.

—Oh, sí, llega un punto dónde se convierte en un absoluto idiota.

—Estoy aquí, cariño—Le recordó él poniendo los ojos en blanco.

Kiara lo ignoró.

—Sabes, me encanta que quieras conocer a esta chica. Pienso que es muy dulce y terriblemente preciosa. Entiendo porque se ganó tu atención en primer lugar—Me guiñó un ojo y mi sonrisa se amplió—. Ve por ella, campeón.

—¿Ves? —Me dirigí a Luciano—. Tu esposa está de mi lado.

Él suspiró con resignación y levantó una mano en señal de paz.

—Lamento si he exagerado. Intento ahorrarte otro corazón roto.

—Esa no es tu lucha, Luciano. Solo mía.

—Lo sé.

—No es como si ella fuera una terrorista—dije y me reí al recordar su disfraz. Maldita, era sexy de una forma adorable—. Es una joven periodista que me pareció linda.

—Claramente destacaste que no es mi asunto si te quieres follar a una hermosa mujer. De hecho, he cambiado de opinión. Tal vez ella termine con tu abstinencia.

Me serví yo mismo el champagne y bebí un breve sorbo. Kiara cantaba a todo pulmón una canción de Bon Jovi. Estaba tan ebria y desequilibrada.

—Ella me dejó claro que eso no ocurrirá—contesté—. Y tampoco está obligada a nada. Acepté la entrevista porque es preciosa y divertida. Quiero que mi sábado sea entretenido e interesante. No el habitual rutinario dónde debo lidiar con ancianos aburridos sedientos de dinero.

Asintió.

—Mereces un respiro.

—Tú también. Lleva a tu esposa a la playa mañana y no me busques. Todos necesitamos un día libre. El lunes regresaremos a la normalidad. Hay muchos papeles qué revisar y nuevos accionistas que esperan una respuesta.

Le acarició con cariño el cabello a Kiara quién dormía en su regazo y suspiraba.

—Sí, señor.

El chófer dejó a la pareja en mi antiguo departamento. Decidí renunciar a él y dárselo a Luciano como regalo de boda. No había nada en esas paredes que me trajera buenos recuerdos. Los rincones eran dolorosos y quise empezar de nuevo en un lugar diferente. Uno dónde no me hiciera sentir que había desperdiciado años de mi vida en alguien que no valía la pena.

—¿Tuvo una noche ocupada, señor? —preguntó mi chófer personal y mi buen amigo Roberto Greco.

Lo conocía desde que era un niño y nuestra relación era mejor de la que mantenía con mi propio padre. Se aseguraba de que llegara a casa porque a veces estaba demasiado ebrio como para conducir y no confiaba en mí mismo en el volante. Él sabía cuándo callarse o hablar. Era un gran oyente y consejero.




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