Nara
Las gotas de lluvia golpeaban el cristal del ventanal. Traté de ignorar la creciente tormenta mientras le prestaba atención al hombre frente a mí. Su rostro estaba demasiado cerca del mío y tuve que tragar saliva varias veces. Sus ojos eran hermosos, sus pestañas largas y abundantes, su piel suave y afeitada. Sus labios húmedos y carnosos. Me perdía en ellos cada vez que hablaba. Me di cuenta de que lo estaba mirando fijamente hasta que volví a sus ojos y me dio una pequeña sonrisa engreída.
—¿Te estoy distrayendo? —preguntó.
Me aclaré la garganta.
—No... solo pensaba que tienes unos ojos muy bonitos.
Hubo un momento de silencio antes de que Gian soltara una risa.
—Pienso lo mismo de los tuyos.
—No son especiales—Me encogí de hombros—. Son comunes.
Frunció el ceño.
—Son hermosos—corrigió.
Coqueteaba conmigo desde que había llegado y era una sensación agradable. Le había hecho cumplidos a mi ropa y ahora a mis ojos. No era tonta. Me invitó aquí para algo más que una entrevista. ¿Sexo? Probablemente. El pensamiento me hizo sentir más acalorada.
—¿Haces esto siempre con la mayoría de las mujeres? —cuestioné y mordí la punta del bolígrafo. Ese gesto atrajo su atención—. Porque no está funcionando.
Mentira... Me mostró una lenta sonrisa.
—No te tomaba como una persona prejuiciosa.
La vergüenza me hizo encogerme un poco.
—Yo solo... —Hice una pausa y me concentré en la libreta ubicada en mi regazo—. He leído cosas en internet y asumí que tu imagen se reducía a esos comentarios.
Asintió con una ceja arqueada.
—¿Qué comentarios?
—Mujeriego multimillonario que tiene mucha experiencia en esa área—Me sentía más estúpida con cada palabra que salía de mi boca—. Ya sabes, la conquista, el sexo, la mala vida...
Pensé que me echaría y diría que ya no quería seguir con la entrevista, pero en cambio su rostro se iluminó con aparente diversión y alivió un poco la tensión en mis hombros.
—Ah —dijo simplemente—. Típico.
—Discúlpame, eso no ha sido profesional de mi parte. Me estoy desviando de la entrevista y no quiero incomodarte.
—No deberías disculparte tanto—sonrió—. No me incomodas en absoluto. Es refrescante tener una conversación normal con una mujer hermosa. Paso mis días encerrado en una oficina tratando con hombres temperamentales y codiciosos. Lo tuyo es un poco de alivio a mi amarga rutina.
Suspiré.
—¿No crees que es mucho para un hombre de tu edad? Tienes solo veinticinco años.
—Nunca eres demasiado joven ni mayor para perseguir tus sueños. He trabajado por esto casi toda mi vida.
Fue mi turno de inclinarme un poco más y escucharlo con atención. Hablaba con tanta pasión que me quedé maravillada. Me explicó cómo su familia fundó la Corporación Vitale. Su abuelo era un conocido magnate y con su muerte él, su padre y su hermano adoptivo habían asumido el control total de los negocios. Más de cien empresas formaban parte de su Corporación. Incluyendo cadenas de hoteles y restaurantes, servicios financieros, ventas de vinos, compañías tecnológicas, grandes inversiones, etc. Gian era el director general. Todo esto con apenas veinticinco años.
—Wow—dije.
—Es la misma expresión que me dan cada vez que firmo un nuevo contrato de venta.
—¿Consideras que tu edad ha sido un problema? Ya sabes, siempre subestiman a los jóvenes.
Sonrió.
—He demostrado con creces que soy muy bueno en lo que hago. Me costado cosas que significaban mucho en mi vida.
—¿Cómo cuáles?
—Si quieres ser el mejor en esto tienes que ser dedicado, ambicioso y despiadado en ciertos aspectos—admitió sin reparo—. Mi adicción hacia el trabajo me ha metido en una profunda fosa, pero también me sacó de ahí. Reemplacé una adicción por otra.
No dio muchos detalles, pero entendía perfectamente a qué se refería. Reconocía un problema cuando lo veía. ¿Qué lo había destrozado? ¿Depresión? ¿Drogas? Quería conocer cada aspecto de su vida. La curiosidad me mataba absolutamente.
Las preguntas básicas siguieron después a pesar de que sus asuntos personales eran de mi mayor interés. Pregunté su color favorito, cuál era su pasatiempo en los días libres, los lugares que recomienda para ir de vacaciones, qué tipo de música consumía. Él respondió cada una, siempre educado y encantador. Y decir que yo estaba hipnotizada sería el eufemismo del siglo. Era tan fácil caer por alguien como Gian Vitale. Grabé todas sus respuestas porque tenía planeado escucharlo nuevamente. Su voz era cautivadora. Ese tono ronco y grueso. Sin necesidad de hablar muy alto.
—Podríamos repasar un poco las preguntas de mayor interés —me reí y aparté un mechón de mi cabello suelto—. No me has dicho que es lo primero que ves en una mujer.
Se lamió los labios y rellenó el vaso.
—Pensé que fue muy evidente cuando nos conocimos, Nara.
Me sonrojé.
—No era consciente. Tal vez quieres repetírmelo.
—De acuerdo—cedió—. ¿La parte superficial? Me gustan piernas largas, cabello oscuro, ojos marrones, labios suaves, pechos pequeños...
El calor inundó mi vientre. Eso definitivamente no iba a añadirlo en la nota. Sería un secreto que conservaría solo para mí.
—¿Qué hay de la otra parte? —pregunté y su sonrisa se ensanchó.
—Me gustan ingeniosas, inteligentes, divertidas y un poco entrometidas. Pero también apasionadas por su trabajo como yo—Miró mis pechos que subían y bajaban—. Ambiciosas, dulces, delicadas...
Solté un aliento entrecortado y di un respingo cuando los rayos de la tormenta iluminaron el pent-house. Gian bebió otro trago de su whisky como si sus palabras no me hubieran afectado en lo más mínimo. Si supiera que estaba ardiendo por dentro... Yo era una chica y él era un hombre atractivo, magnético y oscuro. Toda mi vida me había sentido atraída hacia lo prohibido a pesar de que sabían cuán incorrecto era.
Editado: 21.11.2024