Nara
Cada ojo curioso nos observaba cuando regresamos a la Corporación Vitale. Gian no les dio importancia mientras continuaba sonriéndome y contándome sobre el viaje a Francia. Una parte de mí estaba emocionada por esta nueva aventura, pero esa vocecilla inquietante en mi cabeza me decía que era una pésima idea. ¿Qué podría salir mal? Era una mujer adulta y confiaba en él. Mi antiguo jefe me había cortado las alas y me había arrebatado muchas oportunidades. Era momento de volar y demostrar mi capacidad. Quería conocer el mundo, quería nuevas anécdotas que contar en mi blog de periodismo, sobre todo, quería pasar tiempo con Gian.
Esa admisión me tenía temblando y un poco ansiosa. Maldita sea. Mi cabeza se estaba imaginando cosas absurdas y no era profesional. Corría el riesgo de perder mi trabajo. Era estúpido suspirar por él cuando había mucho en riesgo.
—Recuerda que estoy aquí si tienes dudas —dijo Gian cuando las puertas del ascensor se abrieron y nos dirigimos a su oficina —. Haz todas las preguntas que quieras. Prefiero responder cada una antes de que lo arruines. Tendrás en tu poder documentos importantes y es indispensable que te mantengas atenta a cada detalle.
Asentí y apreté la Tablet contra mi pecho.
—Entendido.
Gian le echó un vistazo a su reloj.
—Tengo una reunión con Luciano en diez minutos y está organizado. Puedes tomarte el resto del día libre y estudiar un poco más sobre la empresa de Bernoit. Ha sido suficiente por hoy. Dudo que necesite beber otro café.
Me sonrojé al pensar cómo toqué deliberadamente su entrepierna con la servilleta en un intento ridículo de arreglar mi desastre. ¿En qué estaba pensando cuando cometí tal estupidez? ¡Dios mío! No olvidaría ese momento tan embarazoso y bochornoso.
—¿Estás seguro?
Esbozó una sonrisa que hizo resaltar sus hoyuelos.
—Seguro. Te veré en la noche, Nara.
Me quedé mirándolo boquiabierta hasta que él se rió más ampliamente y sacudió la cabeza antes de girarse. Le agarré el brazo con las mejillas rosadas y el corazón martilleando en mi caja torácica.
—Disculpa... me gustaría saber si tienes alguna preferencia con la comida. Mi nonna es una excelente cocinera y amarás cada bocado, pero lo importante es que te sientas a gusto y me harías un favor evitar otro error. Tal vez eres alérgico al maní. No sé.
De acuerdo. Ahora estaba divagando. Cualquier cosa para retenerlo.
—Quiero disfrutar la experiencia de comer por primera vez la comida de tu nonna —dijo con suavidad —. No tengo ninguna preferencia porque amo la gastronomía italiana. Tampoco soy alérgico al maní o cualquier cosa.
Mis hombros se hundieron con alivio.
—Genial. Te veo más tarde.
Me guiñó un ojo.
—Seré puntual.
Lo vi irse sin echarme otro vistazo y solté un suspiro. Este hombre me hacía soñar despierta.
🌸
Pasé por la tienda y compré algunas especias que le darían un gusto exquisito al estofado de mi nonna. Estaba nerviosa porque era la primera vez que traía a un hombre en la casa. Ni siquiera había considerado esa opción con mis antiguos novios. Mi nonno tenía la costumbre de avergonzarme. Esperaba que se comportara como un caballero esa noche. Gian le devolvió su libertad y era lo mínimo que podía hacer por él. Lo positivo del arresto era que le habían incautado a Gregoria y no cometería más locuras con su intimidante escopeta.
Crucé las calles con adoquines y me precipité a entrar. Cleo saltó del sofá en cuanto notó mi presencia y me ronroneó. La música clásica sonaba en el viejo tocadiscos y mis labios se curvaron en una pequeña sonrisa al oír a mis nonnos bromear. Ellos se amaban intensamente como el primer día. La mejor prueba de amor.
—¡Estoy en casa! —anuncié mi llegada un poco más eufórica de lo que pretendía y dejé las bolsas en la cocina.
Avancé hacia nuestro jardín dónde los encontré sentados en el banco de roble y compartiendo una deliciosa torta de ricota. El día era hermoso a pesar del clima otoñal. Mi nonna vestía su vestido floreado favorito. Mi nonno, por su parte, amaba ese sombrero de fedora. No había nada en el mundo que lo obligara a quitárselo.
—Llegaste temprano —comentó él un poco aliviado.
Puse los ojos en blanco.
—No habrás pensado lo peor de Gian, ¿verdad?
—Ya sabes mi opinión sobre él —sostuvo.
—No la comparto. Ha demostrado ser un buen hombre—dije —. Decidió venir a cenar con nosotros esta noche. Te suplico que seas amable, por favor. No suelo pedirte favores, pero es importante, nonno. Hazlo por mí, ¿sí?
Su mandíbula se tensó mientras mi nonna me daba una brillante sonrisa. Ella apoyaba cada una de mis decisiones siempre y cuando me hicieran feliz. Sabía que este nuevo trabajo era el comienzo de muchas oportunidades. No podía permitir que nada saliera mal.
—¿Te dijo cual es su comida favorita? —preguntó mi nonna.
—No. Prefiere ser sorprendido —sonreí —. Pero ama los cannolis y tú preparas las mejores en Palermo.
—Oh, mi niña. Ese hombre no querrá comer nada más cuando pruebe mi comida —afirmó con seguridad y arrogancia.
—Espero que así sea, nonna —Me incliné y le besé las mejillas. Olía divino como de costumbre. Lavanda y paz. Era mi lugar seguro —. ¿Nonno? —Le batí las pestañas a Aurelio e hice un mohín.
Ese gesto lo instó a rendirse. Cedió con un gruñido tosco y asintió sin mucho entusiasmo.
—Más vale que sea puntual y se retire en un horario adecuado. No lo quiero aquí hasta tarde.
Hice un saludo militar.
—Gian es muy educado. No te molestará —Le besé la mano y me puse de pie sin dejar de reír —. Gracias a ambos. ¡Los quiero mucho!
Mi abuela compartió mi felicidad, mirándome con dulzura y gentileza. Aurelio, por el contrario, parecía que en cualquier momento buscaría el reemplazo de Gregoria. No le hice caso y me apresuré a mi habitación para buscar el atuendo perfecto que usaría. Quería impresionar a Gian. Quería que después de esa noche pensara solo en mí.
Editado: 22.11.2024