Nara
Regresé al comedor sosteniendo la bandeja de postre y el calor evidente en mis mejillas rosadas. Traté de disimular mi agitación y la excitación que recorría mis venas. Probablemente nos hubiéramos besado allí mismo si no fuera por la interrupción de mi abuelo. Mis planes de mantenerlo profesional se fueron al demonio y no podía dejar de imaginar la boca de Gian sobre la mía. ¿Cómo se sentiría? ¿Qué sabor tendría?
Forcé una sonrisa y alejé los pensamientos impuros de mi mente. Mi nonna actuaba normal, pero no pasé por alto el escrutinio en los ojos de mi nonno. Él sabía que había ocurrido algo. Gian regresó segundos después con el rostro en blanco y relajado. Envidiaba su talento para ocultar las emociones. Yo era un caos por dentro. Se sentó en su posición haciendo de cuenta que no me había seducido hacía minutos. Sacudí la cabeza y me enfoqué en servir los postres. El aroma del chocolate impregnó en mi nariz. Ignoré al hombre que despertaba las mariposas en mi estómago.
―Cannolis de chocolate y frutas. Aquí no nos quedamos con un solo sabor ―dijo mi nonna ―. Te lo envolveré en un recipiente para que puedas disfrutarla en tu casa.
Gian carraspeó. Sus ojos grises se cruzaron con los míos y una sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios.
―Gracias, Nao. Pasó un tiempo desde que comí algo tan delicioso. Tu cena fue exquisita.
Mi nonna sacudió la mano, fingiendo que los halagos de mi jefe no la hacían ruborizar. Le entregué a cada uno sus platos con cannolis. Yo dejaría el postre para más tarde. Ahora necesitaba beber un poco más de ese dulce vino y aligerar mi mente.
―De nada, querido. Eres libre de venir a mi casa cuando quieras y comer lo que desees. Las puertas siempre estarán abiertas para ti ―Le dio una sonrisa encantadora―. Has ayudado a mi nieta y le diste un nuevo trabajo. Nara es todo lo que tenemos. Nunca olvidaremos tu amabilidad.
Mi nonno la miró con el ceño fruncido.
―Demasiadas molestias por una desconocida.
Degusté el vino y lo miré mal. Era un buen comienzo que no le hubiera disparado o apuñalado. Tampoco lo había amenazado como esperaba. Lanzó varios comentarios pasivos y agresivos, pero era Aurelio Lombardi y sería tonto de mi parte esperar demasiado de él. Gian supo manejar la situación. Se ganó el corazón de mi nonna y si continuaba así pronto tendría el afecto de mi nonno. Era un hombre con muchos talentos.
―No niego que he sacado ventaja de la situación―dijo Gian―. Mi antigua secretaria un día renunció porque se comprometió y decidió formar una familia lejos del país. Dejó su trabajo tirado, pero apareció Nara como un ángel caído del cielo. Habla tres idiomas a la perfección y es muy buena con las palabras. Viajaremos a Francia la próxima semana y ella domina el francés. Será de gran ayuda tenerla en mi equipo.
Me quedé en silencio estudiando cuidadosamente la reacción de mi abuelo. Primero fue indiferencia y luego negación cuando Gian terminó de hablar. Si se atrevía a prohibirme ir a Francia me enfadaría. Yo era una mujer de veintitrés años. No necesitaba su permiso.
―¿Irán a Francia? ―cuestionó mi nonno―. ¿Solos?
Enderecé la postura.
―Soy su secretaria, nonno. Ayudarlo es parte de mi trabajo.
Mi nonna soltó una carcajada que rompió la tensión y terminó de masticar la masa de cannoli. Ella estaba relajada a diferencia de su esposo. Encantada de hecho. Siempre fue una mujer liberal que me animaba a divertirme y ser descontrolada. Su lema favorito era: Solo se puede ser joven una vez en la vida. Disfruta, suéltate y ten mucho sexo.
―¡¿Francia?! ―exclamó mi nonna eufórica―. He ido a París cuando era más joven y fue una experiencia maravillosa e inolvidable. Había hombres tan guapos―soltó con un suspiro―. Ahí disfruté los mejores años de mi vida.
Su esposo le lanzó una mirada indignada. Oculté la tos detrás de una servilleta y observé a Gian que se mordía el labio para contener la sonrisa.
―No me parece apropiado que una señorita como tú viaje a solas con un desconocido.
Puse los ojos en blanco.
―No me hagas recordarte que soy una adulta y estoy en todo mi derecho de vivir mi vida como quiera.
Gian se aclaró la garganta.
―Señor Lombardi, la seguridad de Nara es importante para mí. Ella está a salvo conmigo. Tiene mi palabra.
―La palabra de un Vitale no significa nada―dijo de mi abuelo.
Gian se limitó a sonreír y probó un bocado del cannoli. La irritación retorció mis entrañas. Estaba harta de que hablara del honor o la moralidad cuando era el menos indicado para usar esa carta. Odiaría echarle en cara su pasado que era de todo excepto honesto. Sus manos estaban tan sucias como su alma.
―Yo confío en él y eso es más que suficiente―murmuré tocando el borde de la copa―. Decidió cederme el puesto de secretaria a pesar de mi poca experiencia y me está dando la oportunidad de viajar a Francia. No planeo desaprovecharla.
―¿A qué costo?
―Aurelio, detente ya ―Mi nonna lo regañó y lo señaló con el cuchillo. Él se encogió un poco―. Deja que la niña disfrute su vida y aprenda por sí misma.
Pero Aurelio no pudo mantener la boca cerrada.
―¿Cuántos corazones rotos ha sufrido? Su última pareja resultó ser un hombre casado y ella no lo vio hasta que era demasiado tarde. Lo mismo pasará con este muchachito ―asintió hacia Gian―. Conozco a los hombres de su tipo. Yo fui uno de ellos. La destruirá y solo traerá desgracias a su vida.
La humillación me estremeció y mi corazón dolió. Eso fue un golpe bajo, sobre todo, cuando me había costado meses superarlo. No pude mirar a Gian. Estaba demasiado avergonzada y solo quería que la noche terminara.
―¡Aurelio! ―La voz de mi nonna resonó y sentí a mi labio temblar por la traición. Fue una puñalada por parte de mi nonno. Me quedé fría en mi silla, totalmente anonada. No entendía la razón de su desprecio hacia Gian. No tenía sentido―. Has cruzado una línea y será mejor que te retires a dormir. No olvides tomar tus pastillas.
Editado: 01.12.2024