Gian
Ignoré las llamadas perdidas de mi padre y fui directamente a la Corporación sin darle chances de manipularme. Pensé que mi última amenaza había quedado grabada en su cabeza. Estaba ardiendo de rabia. A él no le importaba prostituirme con tal de sacar un beneficio. Ya lo había hecho antes, pero no lo permitiría de nuevo. Que lleváramos la misma sangre no significaba que quedaría impune. Había arruinado mi felicidad en el pasado. Esta vez no ganaría. Estaba equivocado si creía que sería el títere que él esperaba.
Apagué la radio del auto y cerré con un portazo. Le entregué las llaves al valet que se encargó de estacionarlo de la manera adecuada. Me ajusté la corbata y chequeé mi reloj. Era mediodía y tenía que hacerme cargo de las tareas de Luciano por cubrirme la espalda. Mi malhumor se volvía peor y solo hablar con alguien podía solucionarlo. Algunos empleados de la empresa me saludaron amablemente y respondí con simples asentimientos. Otros se mantuvieron alejados al ver mi odiosa cara.
Entré al ascensor y presioné impaciente el botón. Conté los segundos hasta que las puertas se abrieron y aceleré los pasos. Nada me preparó para la escena que vi a continuación. Apreté la mandíbula con tanta fuerza que empeoró el dolor de cabeza y todos mis instintos asesinos despertaron.
El maldito Filippo Spinelli estaba sobre una indefensa y aterrada Nara. Ella se veía conmocionada mientras los ojos de él brillaban de emoción. Era un jodido depredador que disfrutaba atormentar a su víctima. Me aclaré la garganta y vi el momento en que ella casi sollozó de alivio. Tuve el impulso de esconderla detrás de mi espalda y protegerla, pero me enfoqué en el cerdo que lucía convenientemente inocente.
—¿Todo en orden por aquí? —pregunté. Mi voz sonaba despacio, ocultando la tormenta que se desataba dentro de mí. Estaba muerto.
Nara dudó y Filippo aprovechó su silencio para poner la situación a su favor.
—Gian, querido —sonrió ampliamente —. Me estaba presentado con tu secretaria. Le dije que podía contar conmigo si necesitaba cualquier cosa. Es encantadora.
No le creía ni una mierda. Fijé mis ojos en Nara.
—¿Te está molestando?
Ella frunció el ceño.
—Estoy bien.
—No es lo que pregunté. Dime si está molestando.
Las fosas nasales de Filippo se agitaron y desabotonó tres botones de su chaqueta que parecía a punto de asfixiarlo.
—Gian, querido. Creo que estás malinterpretando la situación. Yo sería incapaz de hacer algo así.
La irritación me punzó la piel como una hiedra venenosa. Si volvía a llamarme «querido» una vez más le rompería la puta boca.
—Soy tu superior y vas a dirigirte a mí con respeto. ¿Entiendes? Para ti soy señor Vitale.
Asintió y tragó saliva.
—Lo siento, señor.
—Ahora déjala respirar —La aparté de Nara con un empujón sin consideración y su espalda chocó contra la pared. Filippo sacó un pañuelo de su chaqueta y se limpió el sudor de la frente. Bastardo repulsivo.
No quería poner a Nara en una situación que la comprometería así que tenía que averiguar por mí mismo qué diablos había ocurrido antes de mi llegada. Conocía muchos métodos, pero sobre todo, sabía muy bien quién era Filippo Spinnelli.
—Regresa a tu puesto, Nara.
Ella me miró aliviada.
—Sí, señor.
Agarré su delgado brazo y esbocé una sonrisa que la relajó. Miré las dos tazas de café que sostenía entre las manos.
—¿Es para mí?
—¡Oh, la olvidé! —Me tendió la taza con una expresión avergonzada —. Debe estar frío.
—No te preocupes. Responde los correos y yo me ocuparé de Filippo. ¿Está bien?
—De acuerdo.
Avanzó hacia su escritorio mientras arrastraba a Filippo a mi oficina. El viejo tendría un infarto pronto si no calmaba sus latidos. Había abusado de mi confianza desde que ganó una demanda que impuse. Era un excelente abogado, pero también un maldito pervertido. Cerré la puerta con una patada detrás de mí que lo puso nervioso. Cincuenta años y no sabía afrontar las consecuencias como un hombre adulto. Ya no soportaría sus mierdas en mi empresa. Lo quería fuera de mi equipo.
—¿La estabas acosando? —inquirí, aflojándome la corbata y dejé la taza de café sobre la mesa. Seguía humeante así que bebí un sorbo. Nada mal.
Su mirada se encontró lentamente con la mía.
—¿Yo? No. Me presenté y ella no desaprovechó la oportunidad de coquetear conmigo. Me sorprendió mucho su actitud —Liberó una carcajada poco agraciada —. Sabes como son las jovencitas de su edad. Se arriman al primer postor para escalar una mejor posición.
Me quité la chaqueta y la coloqué en el respaldo de la silla sin demostrar la verdadera ira que sentía. Le había dado la oportunidad de ser honesto conmigo y prefirió verme la cara de estúpido. Nara nunca se fijaría en un viejo decrépito como él.
—Permití que te acostaras con Loretta porque ella dio su consentimiento, pero no permitiré que acoses a Nara. Mantente jodidamente alejado de ella. Esta será la única advertencia que tendrás de mi parte, Filippo. No vuelvas a mirarla o te mataré.
Se rió nerviosamente y dio un paso atrás.
—Estás siendo extremo.
—Estoy siendo bastante considerado de hecho. No es mi estilo dar una segunda oportunidad a los cerdos como tú.
—Gian...
—Señor Vitale para ti—apreté los dientes.
Asintió.
—No volverá a ocurrir, señor Vitale.
Bebí otro sorbo de café y me senté en la silla con la espalda recta.
—Más te vale o le harás compañía a mi vieja secretaria, tu gran amor—sonreí—. Ahora lárgate de mi vista. Tengo trabajo y me estás haciendo perder el tiempo.
Filippo prácticamente huyó como un perro asustado y rodé los ojos. Flexioné los puños antes de abrir el ordenador y buscar el historial de las cámaras de seguridad. Encontré las grabaciones de hoy y retrocedí un par de minutos para ver exactamente qué ocurrió.
El vídeo empezaba con Nara a punto de abrir la puerta de mi oficina mientras sostenía las tazas de café cuando fue abordada por el degenerado de Filippo. La siguiente escena cambió sobre él acorralándola y ella luciendo asustada y confundida. La expresión en su hermoso rostro me daban ganas de quemar el mundo. No podía creer que eso había sucedido en mi empresa. Se suponía que este sería un lugar seguro para ella.
Editado: 21.11.2024