Nara
El resto de la noche fue una tortura. Di vueltas en la cama pensando que fue una mala idea enviar esa foto. No era obscena, pero no se sentía correcto. Gian era mi jefe y rompí mi propia promesa de mantenerlo profesional. ¿Cómo encontraría el valor de mirarlo a la cara después de haber cometido ese atrevimiento?
Anoche me sentí valiente para demostrarle que tenía una imagen equivocada de mí. Yo no era la chica buena ni pura que él creía. Pero ahora esa fanfarronería había desaparecido y la vergüenza quedó en su lugar. Quería esconderme desesperadamente. Sin embargo, estaba obligada a enfrentarlo y hacerme responsable de mis acciones.
—Respira, Nara—dije mirándome en el espejo y forcé una sonrisa.
Actuaría como si nada hubiera ocurrido. Éramos dos adultos por el amor de Dios y sabíamos lo que estábamos haciendo. No era una simple broma. Era coquetería. ¿Lo peor? Quería enviarle algo más que una foto de mi muslo con el liguero. Quería volverlo loco de deseo.
Mi uniforme de tenis lo confirmaba. La pequeña falda blanca era demasiado corta, pero cómoda combinado con la camiseta sin mangas. Me ajusté la gorra y me agaché para atar las agujetas de mis zapatillas. Seguía nerviosa por lo que vendría. Gian me aseguró que conocería a su padre. Por las cosas que me había dicho asumí que era un hombre desagradable arraigado por sus viejas costumbres. Esperaba causarle una buena impresión excepto que no me importaba tener la aprobación de ningún idiota que quería obligar a su hijo a casarse.
Aparté los pensamientos negativos y salí de mi habitación con mi mochila en el hombro. Me quedé suspendida en los escalones al oír la risita de mi nonna junto a la voz de Gian. Mis mejillas se acaloraron hasta mi cuello. Ni siquiera me había dado cuenta de que había llegado temprano a recogerme. Estaba concentrada arreglándome.
Tomé aire y encontré la valentía para saludarlo. Estaba sentado en el sofá de la sala con Cleo en su regazo. Su cabello rubio alborotado y la piel bronceada. Vestido con una camiseta de polo blanca noté tatuajes en sus musculosos brazos que no había visto antes. La gata le ronroneó y le acarició el pecho con la cabeza. Gian sonrió con afecto. Le gustaba los animales. ¿Cómo podría ser tan perfecto?
—Hola —musité, tocando la correa de mi mochila.
Mi nonna me miró atentamente con una ceja alzada antes de sonreír. Esa mujer sabía lo que su nieta estaba haciendo. El calor me recorrió el cuerpo bajo el peso de su mirada gris. Podía sentirlo en cada centímetro de la piel, pero él era bueno disimulando su deseo.
—Nara.
—Viniste temprano —sonreí y me mordí el interior de la mejilla.
Mi nonna le tendió otro cannoli a Gian que aceptó con gusto.
—Estuve esperando ansioso este día —admitió Gian y masticó la masa dulce—. Quiero ver qué sorpresas tienes preparado para el campo de tenis. Tu nonna afirma que eres excelente.
—¡Lo es! —Me alentó nonna. Agradecía que Aurelio estuviera ausente esa mañana. Salió temprano para ir al mecánico. Su viejo amigo era el único que podía reparar el pedazo de chatarra oxidada que tenía como camioneta—. Se llevó los primeros puestos en las competencias de secundaria.
—Daré lo mejor de mí—Puse las manos en mis caderas. Cleo intentó ganar la atención de Gian nuevamente, rodeándole una pierna con la cola. Al parecer alguien tenía un enamoramiento con mi jefe.
—Soy un hombre competitivo—dijo Gian—. Estoy lejos de ser piadoso en la cancha de tenis.
—No esperaba que me regalaras ningún punto —resoplé ofendida y sonrió más ampliamente.
Mi nonna nos miró divertida.
—Disfruten su día, muchachos. Y Gian… —Le tocó el hombro—. Eres bienvenido para la cena.
—Me encantará, Nao. Gracias por la invitación.
—Siempre será un placer, cariño. Siéntete como en casa.
Le rascó la cabeza a Cleo y me siguió a la salida. Sabía que me estaba observando el trasero y el fuego se elevó a nuevos niveles. Lo escuché respirar profundamente. Afuera, la temperatura era perfecta con el sol reluciente. Su lujoso auto estaba estacionado en la acera.
—Mi padre ya está ahí —comentó Gian, masticando el último pedazo de cannoli—. Asiste dos veces por semana. Es su sitio favorito para cerrar nuevos acuerdos.
Me crucé de brazos.
—Acuerdos como tu matrimonio.
—Exactamente —Sonaba exasperado—. Hoy arruinaré su fantasía de verme casado con la heredera Bellucci cuando le presente a mi novia.
Novia… La palabra revoloteó a las mariposas en mi estómago.
—Falsa novia —Lo corregí mientras me abría la puerta.
Intenté entrar al auto, pero él me acorraló en un movimiento que no predije.
—La foto que me enviaste anoche era muy real.
Levanté la barbilla para mirarlo fijamente a pesar del sonrojo que me recorría hasta el último centímetro del cuerpo. Dios, odiaba ser tan obvia y transparente. No podía ocultar lo mucho que me afectaba.
—No hablaremos de eso.
—¿No? —preguntó.
—No.
—¿Por qué no?
—Es poco profesional.
Su lengua pasó por su labio inferior.
—Lo último que quiero contigo es ser profesional, Nara.
Varios mechones rubios cayeron sobre su frente y tuve la necesidad de apartarlo con mis manos. Me encantaba que estuviera así de desordenado y ondulado. Lucía despreocupado y más joven.
—Ninguno de los dos hemos sido profesional —murmuré—. Estamos más allá de eso después de anoche.
—Exacto. A ninguno de los dos se nos da bien ser profesional —Me miró con una mezcla de deseo y posesión—. Pero me complace saber que estamos en la misma página.
Estaba indefensa ante su escrutinio y me perdí en las profundidades de sus ojos grises mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas sin sonar como una idiota. Fracasé inmediatamente.
—Me contrataste porque quieres una secretaria.
—Tú y yo sabemos que esa no es la verdadera razón.
—¿Entonces cuál es? —Me hice la inocente de nuevo.